viernes, 30 de marzo de 2007

Los miedos masculinos

¿De qué se asustan los hombres? De todo. De nada. Muchas veces terminamos pensando que hicimos mal para que salieran corriendo. Y la respuesta la mayoría de las veces debe ser: NADA!! Ellos simplemente tienen problemas manejando ciertas situaciones, y prefieren huir que afrontarlas.
A qué le temen entonces:

1) a que les digan “te quiero” antes que ellos
2) a que otro hombre sea mejor en la cama
3) al compromiso
4) a los programas con familiares o amigos
5) a ver dos cepillos de dientes en lugar de uno
6) a que dejes la crema de enjuague
7) a las vacaciones con vos y sin amigos
8) al casamiento (bue… yo tambíén)
9) a querer demasiado
10) a las toallitas femeninas
11) a que no tomes la pastilla
12) a tener que llamar, estar, compartir, dejar de hacer, cambiar planes, conciliar.
13) a que no se les pare
14) a que los engañen
15) a pasar las 24 horas juntos
16) a que seas muy independiente y no los necesites
17) a que seas muy dependiente y los necesites
18) a que seas exitosa
19) al intercambio de llaves
20) a que después de una relación ocasional las mujeres crean que ya están de novias (sepanló: las mujeres también queremos sexo ocasional y volver a dormir a nuestra casa)
21) a que no puedan cumplir con tus exigencias
22) a que les dejes una bombacha, o el camisón, o un perfume
23) a que digas “nuestro auto” cuando es suyo
24) a que no acaben
25) a que te relaciones con su mamá
26) a que veas su billetera, teléfono o computadora (por algo será)
27) a los rótulos
28) a que les guste la “estimulación prostática”
29) a que el tiempo te convierta en su suegra
30) a dejarte
31) a decir lo que realmente sienten

O sea, resumiendo: a la relación en sí.
Pero básicamente, a que te des cuenta que si no dejan estos miedos de lado, en el siglo XXI, lamentablemente para el amor en general, podemos conseguir un amante temporal, un banco de esperma, un sueldo más que digno, casa y auto propio, plomero, gasista, electricista y dejar de esperarlos.

lunes, 26 de marzo de 2007

Donde manda el corazón...

Uno no elige de quien se enamora.
Es una frase hecha absolutamente cierta que intentamos refutar a diario. Porque no podemos permitir que una fuerza desconocida tenga el control de nuestro destino. Persiguiendo una certeza incierta, pretendiendo ser únicos dueños y responsables de nuestros actos, buscamos racionalmente a aquella persona que creemos que por compatibilidad de caracteres, o porque suma mayor cantidad de puntos en nuestro multiple choice, nos hará felices.
Porque seamos sinceras, ¿quién no tiene su planilla excel con un listado interminable de cualidades que los hombres deben cumplir? Esa que revisamos mentalmente tildando casilleros cada vez que conocemos a alguien con alguna posibilidad de convertirse en candidato. Quién se atreva a decir que no, que arroje el primer comentario.
Entonces ahí esta él, desbordando aquello que ni siquiera imaginamos: poca estatura, risa de nene, timidez dominante, tragos de más, ropa formal, quizás hasta un cigarrillo. Y te mira con ojos brillosos. Te dice tres pavadas, te roza. E inesperadamente te tiene. El tiempo pasa, se conocen. No es quien esperabas. Piensan distinto, les gusta otra música, otra comida, otras películas, otros deportes, no tiene el título que esperabas, ni la misma mirada sobre el futuro. Es un inmaduro, fóbico, terco, caprichoso. Y aún así disfrutaron cada segundo en los que compartieron tantas cosas, gestos, risas, besos, caricias, regalos, secretos. Esos detalles que de tan pequeños entran por los poros de manera imperceptible, buscando el camino secreto hacia el alma. Para aferrarse, para adueñarse, para quedarse. ¿Qué hacemos entonces? Renegamos. Intentamos convertirlo en el modelo que creamos. Consideramos nuevas cualidades que no habíamos contemplado para poder aceptarlo. Le ponemos lo que falta, le sacamos lo que sobra. Tratamos de convencernos, o justificarnos. Porque a pesar de todo él ya nos ha ganado. Porque aprendimos a quererlo como realmente es. Y en la incansable búsqueda por encontrar en él a otro, este que aquí estaba se ha marchado.
Entonces para consolarnos, tomamos nuevamente nuestro excel y pensamos: es mejor así, si al final no era nada de esto. Tenía una dos tres… quizás cinco cosas que me importan… seis….
Pero la realidad es que como todos saben, el corazón tiene razones, que la razón no entiende.
Así que, por más que nuestras amigas en un esfuerzo por sacarnos de nuestra prolongada letanía se empeñen en decirnos que es poca cosa para nosotras, que no vale la pena, que hay alguien mejor, que no está a nuestra altura, nuestro pobre corazón, ya casi agotado de manifestarse sin ser escuchado, reclama con un último grito ahogado y desesperado por aquel hombre que supo saltear nuestra razón y nos llegó directamente al alma.

sábado, 24 de marzo de 2007

Test del ex


¿Cómo saber si ya superaste a tu ex?
Si sinceramente ya pasó el amor, el dolor, el resentimiento, la costumbre, el cariño, las ganas de estar, los deseos de venganza.

Si vas al lugar donde sabés que vas a encontrarlo, y te probás todo el placard para elegir con que ropa te van a mirar todos los hombres del lugar, no lo superaste.
Si ni siquiera te preguntás a donde estará yendo y salís despreocupadamente con tus amigas al bar que elijan sin miedo al encuentro, sí lo hiciste.
Si le pedís patéticamente a un amigo u otro ex que se haga pasar por tu novio, y te bese apasionadamente frente a él para que sepa que este territorio ya no es de su propiedad, y te sentís victoriosa con tu absurdo montaje que es a vos a la que no logra convencerte, definitivamente no lo superaste.
Si podés quedarte un sábado a la noche disfrutando realmente de tus DVDs y tus chocolates, y pasearte por tu casa con una sonrisa sin necesidad de que un plan aburrido ocupe tus horas, sí.
Si pasás por la puerta de su casa a altas horas de cualquier, o peor, todos los días de la semana, a ver si su auto está estacionado o salió, no.
Si empezás a salir con alguien sin compararlo en cada gesto o actitud, vas en buen camino.
Si todavía chequeas todos los días tu casilla de e-mail, apretando frenéticamente send/recieve aunque sólo recibas correo basura, mientras lees los mails que se enviaban y mirás el Messenger durante horas esperando que su muñequito se ponga en verde solo para que exista la posibilidad de que te escriba, definitivamente no.
Si podés transarte uno de sus amigos, no por revancha, sino porque era el que realmente te gustaba cuando salías con tu ex, sí, porque significa que lo que él piense ya no te importa. Eso sí, sabé que el amigo no vale la pena.
Si tus amigas empiezan a poner excusas cada vez que querés juntarte con ellas simplemente porque están hartas de que su nombre se repita más veces en la conversación que la palabra “nada”, es hora de que escribas un diario.
Si todavía no querés salir con nadie porque te tomás tu tiempo para estar sola, y conocer el adecuado sin tratar de llenar vacíos… pueden ser cualquiera de las dos.
Si estás preparada para presentarle a una de tus amigas, no hay dudas que sí. Pero seamos sinceros, ¿a quién le pasa esto?
Si te compraste una vaca de peluche para tener a alguien a quien abrazar a la noche, ¿no es obvio que todavía lo estás extrañando?
Si te lo cruzás de casualidad, no te agarra taquicardia, y no pensás: estaré horrible, justo hoy me tenía que ver, y te puede contar que es de su vida y vos sinceramente te emociones de que esté bien, se ha convertido en un lindo recuerdo del pasado.
Si mirás las series que a él le gustan para sentirte más cerca aunque vos no las soportes, sabé que el no va enterarse y emocionarse y no van a poder comentarlas. No pierdas el tiempo.
Si al final de cada día no pensaste al menos 3 veces en cosas que hacían juntos y hoy seguís haciendo sola, es porque ya no lo necesitás a él para compartirlas.
Si estás escribiendo esta nota porque hace dos días te lo cruzaste convencida de que no te generaba nada, y el diagnóstico final fue: dos días de llanto, y una faringitis que te dio 3 días de excusa para meterte en la cama, absolutamente, asumí, que no lo superaste.

jueves, 22 de marzo de 2007

Beautiful Ending

Soy adicta a las comedias románticas. Quizás porque en ellas encuentro esa tenue esperanza de que un amor así de verdad existe. Nos dan un respiro de alegría, y nos permiten disfrutar del viaje aunque sepamos de antemano cual es la estación final. Porque nos permiten soñar con tener la mejor declaración de amor que ningún hombre pueda imaginar cuando Harry le dice a Sally:
Amo que tengas frío cuando hace 20 grados a la sombra. Amo que te tomes una hora y media para ordenar un sandwich. Amo que se te haga una arruguita en la frente cuando te quedas mirándome como si estuviese loco. Amo que luego de haber pasado todo un día contigo, todavía puedo sentir tu perfume en mi ropa. Y amo que seas la última persona con la que quiero conversar antes de dormirme a la noche. Y no es porque esté solo, y no es porque sea víspera de Año Nuevo. Vine aquí esta noche porque cuando te das cuenta que quieres pasar el resto de tu vida con alguien, quieres que el resto de tu vida comience lo antes posible”. O con la simple frase de Jerry Maguire, despojada de orgullo y rogando perdones, que envuelve todo lo que ni mil palabras podrían decir: “you complete me” (no suena igual en español). Y esperar que quien menos imaginamos llegue a nuestra puerta cargado de carteles donde promete amarnos hasta que luzcamos decrépitos, porque eso es Realmente amor. Porque podemos creer como en La Casa del Lago que el amor mágicamente puede superar el tiempo y el espacio. Y puede demostrarnos que esa “magia” que sintió Tom Hanks la primera vez, se puede volver a sentir. Que tal como en 50 first dates alguien puede enamorarnos nuevamente cada día. Que las diferencias no son un impedimento para terminar juntos en un Amor a segunda vista. Que en el amor también se sufre, se arriesga, se gana y se pierde y aún así, Como un angel enamorado, vale la pena vivirlo. Porque como en Pretty Woman o Notting Hill los cuentos de hadas todavía existen. No importa cuan soltera, hebria, gorda y patética puedas estar en tus 30, tal como Bridget puedes encontrar tu príncipe azul. Porque todo ese tiempo sólo debemos esperar a que llegue el indicado. Y aunque como en Sweet Home Alabama, puedas tener dos hombres perfectos, sólo uno, sin ser mejor ni peor, será el que te llene el corazón. Y no importa lo que hagas, si hay amor de verdad, no sabrás Como perder a un hombre en 10 días, ni en 100 años. Porque siempre en una gran historia de amor, Alguien tiene que ceder. Y si aún estamos en una historia que no nos hace sentir y vibrar de esta manera, tomémonos un Descanso, y busquemos una nueva oportunidad de ser felices.
Porque amigas, este sueño de amor infinito puede estar ahí en algún lugar. Dicen que la realidad supera la ficción. Si alguien lo escribió es porque puede suceder. Porque todo lo imaginable es posible. Sólo hay que descifrar las Señales de amor. Aferrémonos a esta esperanza. Encontremos a ese Don Juan de Marco que busca incansablemente a su amor. Búsquemos a nuestro propio Damon Bradley. Simplemente en un café, en una plaza, en un amigo, en un micro, en un lugar inesperado, una noche, una tarde, una mañana, o Antes del Amanecer. Para poder mirarlo a los ojos y decirle: “esperaba que fueras tu…. Deseaba tanto que fueras tu”. Y escribamos en nuestra propia vida, ese final de novela.

miércoles, 21 de marzo de 2007

Dos extraños son...

Todas las historias de amor comienzan desde el desconocimiento absoluto. Dos perfectos extraños que no saben nada el uno del otro. Ni los datos cuantitativos ni los cualitativos. Los primeros son los más fáciles de conocer, basta con un encuentro, una charla. “Hola, soy Martín, ¿vos?” “Hola soy Laura”. A continuación procederán a las preguntas poco creativas y de rigor acordes a la edad y la situación: “te gustan las Manon”, si se conocen en el jardín de infantes, “jugamos a la Play”, si transitan la primaria, “a donde vas a bailar”, en la secundaria (sí, los chicos hoy empiezan temprano), y cuanto más adultos somos, más tendemos a caer en las pobres y realmente desinterasadas frases hechas: “de dónde sos, de qué trabajás, qué estudiás, de qué signo sos”. El interrogatorio puede ser apretado y corrido, durante unas cuantas horas de charla, o puede intercalarse en distintas conversaciones, salidas, SMS, mails mientras la relación va tomando forma y color. Muchos se esconden tras la máscara de la amistad, hasta que adquieren el coraje necesario, o tienen la seguridad de que es la persona que quieren. Otros realmente empiezan siendo amigos, hasta que un día se preguntan porque la otra persona es la última con quien quieren hablar antes de dormirse. Aunque también están aquellos que se enamoran a primera vista, o a segunda. Y también, porqué no, los que sólo buscan un amante, y una noche, sin quererlo se duermen abrazados y ya nunca se separan. Sea como sea, ahí están. Unidos. Comparten las primeras miradas cómplices. Los roces. Los besos. La cama. Los sueños. Entonces llega el momento de los datos cualitativos. De a poco se adentran en un submundo ajeno, repleto de secretos, de historias pasadas, de anécdotas. Se interesan por conocer los gustos del otro, las preferencias, las necesidades, los anhelos. Se establecen fechas conmemorativas: el primer beso, la primera cena, el mes, el año, el primer Evatest negativo. Se intercambian llaves. Una casa empieza a quedar vacía, planificada o espontáneamente. Y así viven, y están, en cada detalle, en cada momento, en cada palabra, en cada pensamiento, en cada deseo. Porque se quieren, porque se interesan, porque se buscan, porque se desean, porque se importan.
Entonces, un día, después de muchas idas y vueltas, enojo, desgaste, bronca, llanto, peleas, dolor; o, sin previo aviso para alguno, de manera abrupta y trágica, toda esta vida que era de dos vuelve a ser de uno. Y uno no entiende como puede, habiendo sido un todo, volver a ser una mitad. Un solo cepillo de dientes, una almohada, un plato, una película que decidimos solos, un tercero en las salidas con amigos, un sábado a la noche sin plan, unas vacaciones en single, un lado de la cama sin desarmar. Y se pregunta, ¿continuamente: ¿qué estará haciendo ahora? ¿estará extrañando como yo? ¿seguirá con su rutina? ¿saldrá con sus amigos? ¿habrá conocido a alguien? Y trata de averiguar, de saber. Porque es una manera de aferrarse. De no olvidar. De no perder todo ese bagaje de conocimiento que llevó tanto tiempo construir. De no volver a sentirse tan solo.
Hasta que un día, sin esperarlo, la herida sana, y se despiertan renovados. Casi confiados. Casi abiertos a un nuevo amor que les sale las heridas. Volverán a empezar.
Y esa persona que una vez fue todo, no será más que un recuerdo vago y lejano que se hace absurdamente intangible. Cuesta hasta creer que todo aquello haya sido cierto. Entonces se darán cuenta que el tiempo pasó. Que la vida continuó. Que ya no sabrán nada el uno del otro. Y un día cualquiera, se cruzarán en la calle, en un cine, en un bar, en una reunión. Y estará con alguien, o estarán solos. Por un segundo se mirarán en esos ojos tan conocidos. Y en ese breve instante descubrirán que todo aquello que fue tan vuestro ahora es tan ajeno. Tan distante. Tan desconocido. Ya no sabrán en que ocupa sus minutos, sus pensamientos, sus deseos, sus amores. Se saludarán, con un rápido “hola, tanto tiempo”. Temiendo que todo el pasado los envuelva y los delate. Y será una conversación incómoda, o un reencuentro feliz, que durará segundos, u horas de café. E indefectiblemente, uno dirá “tengo que irme”, porque su vida sigue, porque ya no comparten, porque ya no van juntos en un mismo camino. E inexorablemente se separarán sabiendo que cada uno volverá a su nueva vida, siendo simple e inexplicablemente, dos extraños.

viernes, 16 de marzo de 2007

De Carrie a Susan

Sí hay algo simple de encontrar son estereotipos. Formados a través de la exageración de una o más características, creamos un modelo, y vamos englobando al mundo dentro de ellos. Y si alguien no encaja en ninguno, creamos uno nuevo. Es una manera simple de predecir y justificar los actos venideros o pasados. De catalogar para entender frente a quien nos encontramos y actuar en consecuencia. La histérica, la puta, la loca, la mojigata, la extrovertida, la malhumorada, la reprimida, la comehombres. Podría listar una página de ellos. Pero las mujeres podemos identificarnos fácilmente con alguna de las cuatro maravillosas mujeres de “Sex & the City”: Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda. ¿Quién no cree ser una de ellas en realidad? La escritora obsesionada con una gran historia de amor cargada de miedos y dolores; la desenfrenada sexual despojada de prejuicios y exitosa relacionista pública; la abogada histérica superada escondida en su coraza y su autosuficiencia; o finalmente la versión yankiee de nuestra Susanita envuelta en sueños de señora. Quien más quien menos todas somos ellas. Con un balance desequilibrado entre los defectos y virtudes de cada una. En un intento por simplificarnos para entendernos, con mis tres amigas nos adjudicamos a cada una un personaje que es quien más se acerca a nosotros, aún sabiendo que somos un poco todas. Permítanme reservarme quien es quien….
Pero también sabemos que estas fantásticas mujeres solteras de hoy, cerca de los treinta por unos años más o unos menos, repletas de historias de hombres, sexo, desenfrenos, borracheras, salidas, noches, secretos y amistades, pueden estar en el terrible e inevitable camino de convertirse en las futuras madres y esposas de “Desperate Housewives”. La evolución, o involución, de aquellas cuatro mujeres a un estado e desesperación, frenetismo, desconsuelo, rutina, esquemas, desamores, resignaciones, sufrimientos. Entre llantos de bebes, tortas caseras, reuniones con vecinos, fiestas familiares, charlas de colegio. Podremos encontrarnos en la despistada y extrovertida Susan que sólo busca reencontrar una historia de amor; en la manipuladora Gaby que simplemente desea disfrutar y seguir viviendo en su cuento de hadas; en la exitosa Lynette que debe dividirse entre la superioridad laboral sobre su marido, sus extenuantes hijos y un trabajo demandante; o en la obsesiva Brie que ha alcanzado todo lo que Charlotte quería. Y otra vez, en la mezcla de todas ellas. Podemos vislumbrarnos allí con esperanza o desconsuelo. En la paz del anhelado hogar, o viviendo a través de las historias de otras mujeres solteras que disfruten la vida que en nuestros sueños añoraremos. Recordando en las noches de los suburbios aquellas historias de ciudad.

viernes, 9 de marzo de 2007

La traición de la soledad

Es tan fácil dejarse llevar. Ir detrás de una sonrisa. De una caricia. Es una necesidad. Nos dejamos engañar. Llenamos vacíos, esperas. Intercambiamos el lugar de la persona anhelada, por un suspiro pasajero. Y se repite. Una, y otra vez. Nos equivocamos...
¿Nos equivocamos?
Simplemente nos dejamos guiar. Es la traición de la soledad. Como una burla, con una tenue carcajada, se siente victoriosa en nuestra desdicha. Y nos impulsa de una manera inevitable a los brazos de relaciones sin sentido, temporales, fugaces, frágiles. Las que dejan una sombra más que una huella. Las que al irse, nos dejan aún más vacíos.

Desencuentros

Es increíble como las cosas cambian: los lugares cambian, los sentimientos cambian, las posiciones, los deseos, los sueños. El problema es cuando cambian a destiempo: cuando dejamos de querernos a la vez, de desearnos a la vez, de sentirnos, de extrañarnos. Es en ese momento cuando uno queda pendiente de sus deseos, esperando que los deseos del otro vuelvan de aquel lugar lejano a donde se fueron.
Y una vez se fueron los mios. Otra vez los suyos. Y si hacemos un balance, nuestra historia está compuesta más por la suma de desencuentros que de encuentros. Lástima que esos breves encuentros son los que hacen que hoy exista esta historia.

Nos conocimos en la primaria. Pero mis primeros recuerdos son casi al final de la secundaria. Cuando ya Federico se había convertido en el chico que todas deseaban. Incluso yo. Reuniones de estudio, salidas grupales. Excusas. Finalmente en el momento en que todos se divertían, con unos y otros, y otros, nosotros decidimos estar juntos. Mi viaje de egresados no fue el descontrol y la euforia, sino el romanticismo, los besos, las caminatas de la mano, las flores de papel. Y así como de pronto empezó, de pronto terminó. Sus cartas fueron demasiado románticas, sus llamados demasiado intensos, su compañía demasiado asfixiante. Y con una estaca de hielo le rompí el corazón. Había tenido el principe con el que todas soñabamos, y aún así lo dejaba ir. Alguien me había dicho que yo en realidad no le interesaba, y el orgullo armó mi coraza, cubrió mi corazón y se resguardó de cualquier posible sufrimiento. El lloró, pidió, deseó. Pero no lo escuché, y como la dama de hielo me fui, a mis lóbregos cuarteles de invierno. Buscó, con razón y deseos de calma, un corazón abierto que le diera abrigo. Y yo fui en busca de un hombre tal vez como el que había dejado. La vida nos fue encontrando en eventos, cumpleaños, en la calle. Cada encuentro era una excusa para que volviera a llamarme, a buscarme, a intentar. Pero al poco tiempo sus intentos pesaban tanto como esas culpas que no compartimos. Y volvíamos a separarnos. La vida nos dio doce años necesarios para crecer, cambiar, ser más nosotros y a la vez más otros. Y finalmente, en un encuentro casual, la charla se hizo demasiado pero agradablemente extensa. Y hubo nuevas charlas, nuevas salidas. Nuevas miradas, roces, sonrisas, complicidades. Pasaron meses. Su compañía se convirtió en necesaria. El era el refugio al que yo acudía en mis pequeñas desesperaciones, y yo era el suyo. EL preguntó: ¿por qué no? Yo dije: ¿por qué sí después de 12 años?. Y como una gran declaración respondió: “porque me gustás, porque te admiro, porque me divierto, porque sos inteligente, porque te quiero. ¿Por qué no?”. Yo dije: “soy tu asignatura pendiente. Se te va a pasar”.
Y como una profesía cumplida, un mes alcanzó para tener y dejar de desear lo que había buscado por tanto tiempo. Y nació en él el miedo, la asfixia, el temido compromiso. Invitablemente nos separamos. Por otros seis meses. Y un día llamó. De a poco volvimos a ser amigos. Y todo inevitablemente nos llevó a necesitarnos nuevamente, a estar, a compartir, a desearnos. Y para mi se convirtió en el hombre que nunca había visto. Con quien me divertía. A quien me gustaba malcriar y que me malcriara. A quien conocía, y dejaba que me conociera. Porque con él no competía, ni lo evaluaba, ni comparaba. Porque nos aceptabamos. Porque nos reíamos. Porque no había nada que demostrar. Ni nada que decir. Porque podía ser yo. Porque era él. Porque me sentía libre y podía ser más mujer, y más sensible, y más indefensa. Y dejarlo a cargo.
Y aún así, otra vez se fue. Otra vez. Dejando bronca y dolor. Porque habíamos perdido lo bueno y lo malo. Hasta el sueño de lo posible. Ya no eramos nada.
A los siete meses Federico volvió a llamar, diciendo que era un buen comienzo. Cual comedia romántica llegó a mi casa a la una de la mañana para dormir juntos abrazados toda la noche. Esta vez ambos sabíamos qué debíamos hacer: yo no presionar, el no desaparecer. Y aunque dicen que la tercera es la vencida, tampoco lo fue.
Simplemente, desapareció. Hubo silencio. Preguntas sin respuesta. Excusas. Hasta que me acostumbré a extrañarlo. A sentir a diario los espacios vacíos como parte de mi rutina.

Ha pasado un año y sí, nos hemos vuelto a hablar. El mundo espera nuestro final feliz, porque es como terminan las grandes historias de amor, en las que siempre se unen al final de los desencuentros. Reconozco que en algun momento creí que el volvería como Harry, en esta película paralela, con una gran declaración. Y que tal como él, no volviera a irse.
La realidad es que esta gran historia de amor, como las verdaderamente grandes, dejó mucho llanto, desilusiones, y lindos recuerdos que contar. Y la íntima idea de que el destino jugó con nosotros, dejándonos perdidos, finalmente, a cada uno en un camino distinto.

Y sí, también dejó algunas enseñanzas:
- si alguien quiere estar realmente con alguien: está. No hay medias tintas, no hay sustos, no hay miedo al compromiso, ni llamados pero falta de tiempo para verse.
- La soledad puede ser un sentimiento muy potente para acercarnos a la persona que es casi lo que queremos.
- Todo vuelve en la vida… no lastimes a alguien, porque un día ese alguien puede lastimarte.

Si están en estas idas y vueltas, en esa indefinición, en esta incertidumbre. Si alguien les dice que tiene miedo, y viene y se va. Y está, pero a medias. Entonces… no está. Con dolor, conviértanlo en una linda historia que recordar, antes que sea demasiado dolorosa hasta para querer recodarla. Salven lo que quede y salgan a la vida a buscar una historia de amor igual de grande... pero con final feliz.

El mito del amante latino

¿A dónde están? Esos hombres que con desesperación e incontinencia se abalanzan sobre nosotros para arrancarnos la ropa en el pasillo, aún sin haber cerrado la puerta, sin que el ascensor haya llegado al piso correcto.Que nos besan incansablemente hasta dormirnos los labios, mientras nuestro cuerpo empieza a sentir el calor, la asfixia, las ganas, la humedad. Los que saben que el cuerpo femenino es un terreno inexplorado buscando alguien que lo descubra cada vez. Que encuentre los lugares escondidos donde nadie llegó nunca para arrancarnos un gemido. Aquellos que comienzan en la boca, para seguir explorando el cuello, y detenerse en nuestro pecho… solo por un rato,… el necesario para seguir su camino, y desciende haciendo estremecer nuestro abdomen, con una contracción placentera… ligera… precediendo las otras… y disfruta en nuestro sexo, dándonos placer hasta la locura… y aún así, nos sigue acariciando, recorriendo, descifrando. Y comienza una, y otra vez buscando nuevos gemidos, nuevos sonidos, eternos e inagotables. Y después de dar tanto, no pide sino que ofrece su cuerpo para nuestros placeres. Sabiendo que después de tanta generosidad llegará la recompensa. En donde nosotros podremos redescubrir su boca, bajando por su cuello, deteniéndonos en su pecho, para disfrutar su abdomen, y alcanzar su sexo. Y así encontrarnos ambos unidos en un solo cuerpo que despierta, se estremece, estalla, descansa. Dándose un lapso de paz para volver a empezar, con otro recorrido, con otra experiencia.

Este hombre latino mitificado se enarbola tras tus palabras y sus grandes promesas, para encontrarnos luego con el resabio de pobres proezas. Están aquellos que no abren la boca para besar, que no rozan sus cuerpos contra el nuestro a la hora del amor, que saltean todas las etapas de un maravilloso recorrido buscando un hueco oscuro donde esconderse para agitarse espasmódicamente en la misma posición durante varios minutos y disfrutar después del reposo, perdiéndose el placer que pueden obtener en el conocimiento propio y ajeno. Que en su egocentrismo machista creen que con su breve placer alcanza, sin descubrir nunca cuanto más se disfruta con la satisfacción del otro.

Así que busquemos, incansablemente, aquel hombre que tenga ansias de aprender, de entregarse, de enseñar, de descubrir y descubrirse. Aquel que haga de cada encuentro una experiencia. Que logre consumirnos en la pasión para renacer renovadas con insaciables nuevas ganas. Que sepa que a todos nos quedan cosas por hacer, explorar, inventar, crear, copiar, aprender y aprehender. Y así puedan lograr que el mito se convierta en realidad.