martes, 31 de julio de 2007

Cuando ellas dejan...

Cuando ellas dejan, dejan. De manera contundente, imprevista e irreversible.
Cuando ellos dejan …¿ellos dejan?. Ellos hacen que ellas dejen.
Cuando ellas dejan lo hacen sin mirar atrás. El proceso de análisis y duelo ya se ha llevado a cabo. No importa cuanto ellos digan, pidan, ruegen o lloren. Se terminó.
Cuando ellos dejan, vuelven a pensarlo y caen en la tentación de reincidir con cada súplica o lágrima de ella.
Porque es claro, las mujeres no soportan que los hombres lloren, y los hombres no soportan que ellas lo hagan. Pero por distintos motivos: ellas porque les parece lamentable y débil, ellos porque les da pena y no pueden con la culpa.
Ellas cortan de manera fría y práctica. Ellos sufren, mienten, dudan, temen.
Ellas de un día para otro no te llaman ni te ven más. Ellos empiezan a dejar de llamarte y verte 4 meses antes, mientras esperan que vos tomes la decisión porque lo sentís lejano y distante.
Ellas son implacables. Ellos aplacables.
Ella puede dejarlo y estar sola. El si la dejó, es porque ya no estaba solo.
Ellas se llevan todo, lo de ellas y algo de ellos. Ellos te dejan todo con tal de no enfrentarte.
Ellas se cortan el pelo, se compran ropa, y empiezan de nuevo.
Ellos…todavía están pensando como hacer para que los dejes.

lunes, 30 de julio de 2007

Aquel viejo romance

Aca estoy, mirando la luna llena reflejarse en el río desde mi balcón y escuchando boleros. Suena cursí, ¿no? Sí, pero en este último tiempo me di cuenta que es necesario volver a proclamar aquel viejo romanticismo en desuso. Hoy en día se valora lo rápido y frugal, lo práctico, lo frío, lo que no nos ridiculiza, lo que no nos expone, lo que es despersonalizado. El amor no es más que otro ícono del msn. Un par de frases seguras en un mensaje de texto. Y vamos así convirtiendo este mundo en un grupo de gente solitaria escondida tras un monitor, sin sentimientos complejos, sin ataduras, sin contacto.

Yo era una romántica empedernida. Sensible, expresiva, llorona, demostrativa. Escribía poemas, cartas, cuentos, canciones. Me entregaba a sentir. Una enamorada del amor dirían. Y con los golpes, con las desilusiones, con el miedo, me fui mostrando como una persona que en realidad no soy: superada, despreocupada, práctica, fría, pasajera, descomprometida. Hasta un poco insensible y descreída.

La verdad es que extraño ser la ridícula romántica que en realidad soy.

Esta es mi pequeña propuesta para de a poco revalorizar el mal llamado romance.
Recuperemos la costumbre de escribir cartas en papel, de puño y letra. Así, de un primer impulso, sin borrar, pensar y rescribir lo que mejor queda o lo que más conviene. Guardémoslas en cajas donde puedan añejarse y ponerse amarillas, para releerlas en muchos años con lágrimas en los ojos o una sonrisa en los labios.
Leamos más poemas. Aprendamos alguno de memoria, que nos abra siempre las puertas del alma.
Regalemos bombones, flores, osos de peluche. Cosas chiquitas y personales sin verdadero valor más que el emocional, que demuestran que en realidad estamos pensando en lo que le gusta al otro. Que lo conocemos, que prestamos atención.
Usemos las palabra “bello”, “preciosa”, “hermoso”. Las cosas no son simple y llanamente lindas. Hay matices, hay más, hay menos.
Dejemos que nos abran la puerta del auto, de locales. Dejemos que nos den la mano al cruzar la calle.
Miremos puestas de sol, amaneceres, lunas llenas. Regalemos momentos.
Hagamos grandes declaraciones de amor. Como en las comedias románticas. Grandes actos. Grandes gestos.
Besemos, abracemos, acariciemos sin contenernos. Sin reprimirnos.
Digamos te quiero y te amo sin esperar, sin calcular, sin medir.
Hagamos locuras. Corramos riesgos. Seamos espontáneos. Soñemos. Creamos.

De a poquito, cada uno, con cada pequeño acto, reivindiquemos al amor.

martes, 17 de julio de 2007

.XLS

Encontrar una pareja no es un hecho azaroso y fortuito. Es un trabajo que lleva implícita tareas, evaluaciones y resultados. Uno no va por la vida enamorándose de cualquiera sin saber previamente datos cuantitativos y cualitativos. Todos esos que arman un perfil o identikit que concuerda con el dibujado al principio de la búsqueda.

La realidad es que uno no sale a la ruta sin una idea preconcebida de lo que desea encontrar. Porque en lugar de ir a ciegas y tientas en un recorrido, tambaleándose, cayendo, lastimándose una y otra vez, descubriendo el terreno, siempre es preferible ir con un mapa, una guía, o por lo menos un destino final hacia donde dirigirnos y que caminos evitar por señal de “Derrumbe”.

En la difícil tarea de encontrar el amor, ese mapa se denomina, “Planilla Excel”. Una lista de requerimientos, características, condiciones, deberes a cumplir por el hombre que pueda ocupar el lugar de pareja. La lista incluye datos físicos, de caracter, tan subjetivos como personales. Quien diga que no tiene una, sólo tómese un momento para pensar que busca de un hombre, que está dispuesta aceptar y que no. Ahí, ya esta la lista.
  • Que no fume
  • Que tenga entre 30 y 40… 25 y 30 mejor (siempre hay que dejar algúnos márgenes más amplios porque cuanto más restrictiva sea la búsqueda menos resultados arroja)
  • Que sea bueno, inteligente
  • Divertido pero serio, sociable pero callado, cariñoso pero no pegajoso, romántico pero no cursi (siempre hay contradicciones, se llama “naturaleza femenina”, o simplemente, “todo es bueno en su justa medida”)
  • Fiel (uno pide, de ahí a que se cumpla..)
  • Morocho, de ojos marrones, buenmozo
  • Flaco (sí, suena discriminativo... haciendo gala de mi sinceridad, tengo problemas con el sobrepeso. No pido al hombre todo marcado... sólo normal).

La lista obviamente no termina acá, es mucho más extensa, si no no seguiría en la búsqueda. Y cuanto más tiempo uno se toma, más larga se hace.

Como claramente siempre buscamos el mismo tipo de hombre, esto termina convirtiéndose en un patrón. Evidentemente ese patrón no es siempre el correcto, porque esta planilla también tiene una columna de celdas ocultas. Preferimos hacernos los tontos, seleccionamos, botón derecho, ocultar. Ahí está todo lo que no buscamos, pero viene incluido en el combo. En mi caso personal son hombres egoístas, descomprometidos, histéricos, workaholic. No les voy a contar todo… hay más.

Ahora, al llegar al momento de los resultados, por lo menos yo, puedo ver que esta planilla no me sirvió de nada. Y no porque no sea eso lo que quiero, creo que al revés, en lugar de enfocarme en la lista positiva, sigo priorizando de manera inconsciente lo que se supone que quiero evitar. Parece que el problema es que las características ocultas, son las que primero nos atraen u olfateamos, como un perro de caza.

Quisiera encontrar la manera de deshacerme de esta planilla. Porque es la manera de hacer que el amor vuelva a ser una mágica sensación inexplicable. Ese sentimiento basado en “no se que”. Sería una buena manera de conocer sin preconceptos, sin filtros previos, sin red de seguridad. Porque finalmente el amor no es seguro, y ahí, sólo ahí, es mejor andar a ciegas, tanteando y conociendo, siguiendo los instintos, sin razón, ni razones. Dejando espacio para que el amor todavía nos sorprenda, y arroje finalmente, un resultado inesperado.

viernes, 13 de julio de 2007

Esa dolorosa felicidad


Ayer estaba por entrar a bañarme. ¿Viste esa sensación en pleno invierno de tener que desvestirte para entrar a la ducha? Ese breve sacrificio que nos conduce a un instante de placer cuando nuestro cuerpo siente el agua caliente, aspira el vapor, y el calor vence la pulseada al frío, el relajo al temblor. Aunque sepamos que el final es placentero, no podemos evitar resistirnos, y odiar el momento previo.

Y esto me llevó a pensar: ¿Necesitamos siempre un poco de dolor para ser felices? ¿El placer lleva intrínseco el dolor? ¿Disfutamos más cuando el sacrificio de alcanzar algo ha sido mayor? ¿Nos desalentamos con los triunfos fáciles?

Antes de la felicidad, el placer, el regocijo, hay una sensación tan efímera y dolorosa como necesaria. Un instante de desesperación, ofuscamiento, reniegue, negación. Un espacio de lucha y rebelión. Como si nos costara rendirnos, aceptar, disfrutar.

Deseamos lo que no tenemos. Valoramos lo que perdemos. Despreciamos lo que ya alcanzamos. Vivimos en el estrago de la lucha. Porque el festejo por la conquista es breve, y la guerra por alcanzarla eterna. Y muchas veces, simplemente nos perdemos en la batalla, o terminamos prisioneros sin escape en las celdas del peor enemigo: nuestros propios miedos.

Hay una maldición gitana que siempre me quedó grabada: "Que tengas todo lo que deseas, y que desees todo lo que tengas".

Minamos el camino porque es el medio más fácil para no alcanzar el objetivo. Porque hay una realidad, alcanzar lo que queremos también implica una responsabilidad, implica hacerse cargo. Encierra más miedo el éxito que el fracaso. Porque el éxito exige, el fracaso justifica.

Llevamos impregnado en nuestra historia el sufrimiento. La filosofía del sacrificio. Porque lo fácil es regalado. Lo complejo es merecido.

Es claro y simple: si no vas al infierno, indefectiblemente antes de llegar al cielo hay que pasar por un purgatorio. Nada de lo bello se alcanza sin un inocente sufrimiento.
Todo lo fácil se evapora cuando llega al punto de ebullición. Lo difícil de lograr tiene la recompensa de una larga vida útil. Simplemente porque se necesita tiempo para salar las heridas, y necesitamos ese tiempo para emprender nuevos caminos. Por eso para levantarse siempre es necesario primero caer. Y hay que tomar impulso para saltar.

Así como todo es cíclico, después de un gran sufrimiento viene una gran recompensa. Una pérdida. La soledad. El amor. El dolor. Otra vez el sufrimiento. Otra vez la recompensa.

En esta búsqueda por ser felices, siempre hay un ínfimo momento de incertidumbre en el que el mundo puede desmoronarse o recomponerse. Lo importante es aprender a disfrutar la adrenalina del segundo, dejando que nuestra satisfacción se anticipe por un instante, sabiendo que lo mejor ... está aún por venir.

lunes, 2 de julio de 2007

Soltera a los 30

Lo peor de tener treinta y pico y estar soltera, no es estar soltera en sí misma.

Convivir con la soltería es algo que elegimos o a lo que nos adaptamos a diario.
Con sus ventajas, que varias veces proclamamos ante nuestras amigas casadas, o las desventajas que lloramos en soledad un sábado por la noche.

Lo peor de esta soltería tardía no son las noches sin compañía en casa
mirando un DVD, sino todos esos compromisos sociales a los que uno tiene que acudir sola, una vez tras otra, para que los demás nos miren, nos envidien o nos compadezcan, reafirmándonos de una manera casi impiadosa que no sólo somos casi la única que esta sin compañía sino que en situaciones como esta parece casi imposible dejar de estarlo.

Casamientos, cumpleaños, bautismos, comidas familiares. Año tras año se van sumando simples eventos que regocijan a los implicados, y nos hacen pasar por una cadena de sentimientos que comienza en el nerviosismo, sigue por la ilusión, la incomodidad, la desesperanza, el aburrimiento y casi siempre culmina con el día siguiente internada en la cama comiendo todo lo que está al alcance de la mano, sintiéndonos más gordas y más patéticas cuando hayamos finalizado.

La realidad es que cuando uno está en los treinta y algo suele estar rodeada de la mayoría de sus amigas y amigos casados, quienes se empeñan en querer conseguirnos una pareja inmediatamente después de estarnos contando por horas sus infortunios matrimoniales. Lo cual no es muy alentador. La vida entonces hace que uno empiece a juntarse menos, porque las parejas casadas se juntan con más parejas casadas, para hablar: ellas mal del marido, de la mucama, de la vida en el country, del colegio, de los trajes que hicieron para el último acto escolar, de las cosas que hacen los hijos: desde el primer balbuceo hasta el último vómito contado con el más íntimo detalle de manera monótona y hartante sobre todo para los que no estamos ni nos interesa el tema; ellos de fútbol, del trabajo, de lo que no aguantan de las mujeres o la última teta que vieron en televisión. Entonces una empieza a desencajar, desde lo que tiene para contar hasta lo que tiene puesto.

Pero inevitablemente debemos seguir acudiendo a las fechas importantes. Ahora, antes que nada, seamos en este punto sinceros. Como el círculo se va cerrando, la mujer soltera va encontrando a su vez menos posibilidades a su alrededor de conocer a alguien después de mil intentos frustrados por citarnos fozosamente con los amigos de nuestros amigos que ya fueron presentados a otras amigas y otras amigas, y termina siendo siempre el mismo porque es el único que queda. A menos que una empiece (como siempre sugieren las psicólogas y las amigas de la casita de sueños que siguen esforzándose por incluirnos en su clan) clases de gimnasia, canto, teatro, otra carrera o cualquier tipo de curso que te haga sociabilizar y “abrir tu círculo”, la tarea de encontrar una pareja parece cada vez más una maratón imposible.
Así que los eventos sociales siempre pueden ser una pequeña puerta abierta para conocer a alguien. No necesariamente a un hombre, sino a alguien también que luego pueda presentarnos a alguien, o más gente con la que simplemente poder compartir algo distinto a charlas familiares y rutinas escolares.

Igualmente cada tipo de evento es distinto. Si es un cumpleaños de alguien que ya es muy amigo, y vamos todos los años, lo más probable es que las posibilidades de conocer a alguien se reduzcan al 2%. Ya sabemos que vamos a encontrarnos con los mismos conocidos y sospechosos de siempre. Y si hubiese alguien nuevo, ya nos lo hubiesen querido presentar. Sabemos de antemano que estaremos en esa situación incómoda de boyar solas por la reunión tratando de entablar conversaciones de paso e insustanciales con unos y con otros, sobre como fue el último año y su vida. Que más de una vez nos encontraremos sentadas solas en un sillón mirando como si nada sucediera, y rogando internamente que alguien venga a rescatarnos. Pero siempre podemos irnos cuando queremos, y la peor situación en una reunión así puede ser estar sola un rato o en un grupo en el que fingimos interés por lo que están charlando, pero en realidad sólo queremos estar acompañadas y no ser el centro de las miradas ajenas bajo el spot de luz con el letrero de neón que diga: sí, acá estoy sola.

Los peores eventos son los casamientos, o mega fiestas del estilo que incluyen mesas, baile y juegos. Y esto va más allá de que pueda o no haber potenciales candidatos. La situación no deja de ser incómoda de principio a fin, porque nunca deja de ser un momento de soledad o parte de un trío patético armado por una pareja de amigos que se compadece de tu situación, y en la que sabemos que estamos de más. En la iglesia estás sola. En la llegada al salón, tratás de llegar un poco más tarde para no estar parada sola como una pelotuda. Cuando te das cuenta que en realidad no hay ni un posible hombre que pueda gustarte, sabés que la noche no sólo esta perdida, sino que va a ser un eterno sufrimiento. Cuando todos salen a bailar te quedas sentada en la mesa con cara de “no me gusta bailar” pero no dejás de mover el pie al ritmo de la música. Y si no estás bailando sola en la pista, mientras unos y otros se agarran de las manos y siempre te sentís un poco abandonada, otro poco fuera de lugar. Igual, no hay momento de mayor ridiculez que cuando a una desactaulizada se le ocurre seguir con la mítica ceremonia de las ligas y te insisten para que vayas al centro del salón, ya sintiéndote totalmente amargada, triste y patética a que te pongan la liga y terminen de sellar y comunicarle hasta al último que no sabía de la fiesta que: sí, tenés treinta y pico y estas soltera. Todo esto queda coronado con la torta de amenazantes anillos, y por supuesto registrado en las miles de fotos que te condenan para siempre con las sentencia definitiva: La última soltera. ¿Por qué al menos no nos dejan quedarnos al margen, escondiditas tras una columna y comiendo canapés? Tengo que reconocer que a los últimos casamientos en los que sabía de antemano que esta iba a ser la situación, ni siquiera fui. Porque uno también puede elegir la situación de estar sola bajo una frazada mirando televisión…pero sin quedar en evidencia.

¡Y ni siquiera quiero entrar en el detalle de la preproducción! Tantos esfuerzos, probadas de ropa, maquillaje, peinados que en lugar de elevarnos la autoestima, al final de la noche, nos ahogan en el lago de Narciso.

El común denominador de cada uno de estos eventos es:
1) una ilusión fugaz nos entusiasma con poder de a poco cambiar nuestra vida y conocer nuevas personas
2) en esta tenue y contenida ilusión siempre vislumbramos la ínfima posibilidad de que también encontremos el amor
3) en la mayoría de las reuniones esta pequeña posibilidad se esfuma apenas cruzamos la puerta
4) cada evento es una pequeña puñalada que hiere nuestra autoestima y seguridad, y anota un nuevo punto en las desventajas de estar soltera
5) siempre nos sentimos incómodas y observadas, envidiadas o compadecidas, pero casi nunca amadas u admiradas
6) y siempre volvemos a casa con una desilusión mayor que con la que partimos

No se si sentimos que la mirada ajena nos juzga, o simplemente le están sacando una radiografía al alma. Seguramente no son ellos, sino nosotras las que nos juzgamos, y los demás sólo se afanan en divertirse. Al fin de cuentas, sólo nosotros nos condenamos. No hay mejor verdugo que uno mismo.

Esta historia es como el huevo o la gallina: si no salimos no vamos a conocer a nadie, pero cuando salimos nos sentimos tan mal que preferimos quedarnos encerradas, y entonces cada vez salimos menos, y tenemos menos posibilidades de conocer a alguien. ¿Cuál es la solución?

No se, pero ahora tengo que dejarlos: ayer tuve un cumpleaños de alguien que no conocía, que prometía música, fiesta y encuentros, pero en la que finalmente todos estaban en pareja, y terminé a las 5 de la madrugada sentada sola en un banco mientras mi amiga bailaba con un niño de 21. Así que estoy preparando torta tibia de chocolate con helado para calmar la angustia post evento. ¿Alguien quiere?