domingo, 30 de diciembre de 2007

Balance

Cada fin de año hago un balance (sí, como los contadores, aunque lejos estoy de ser como ellos), en donde contabilizo pérdidas y ganancias, y arrojo un estado de situación para saber desde donde partir hacia el próximo año.

Este año en mis columnas figura:

Activo
Una sobrina colorada que crece día a día y me llama al grito de “aedá”.
Mis dos hermanos, que son activos todos los años de mi vida.
El llanto de sorpresa de mi madre en su cumpleaños, y la fidelidad de sus amigos
Los cada vez menos budines de pan y tortas de manteca de mi abuela.
El regreso de mi mejor amiga de Madrid
Las tardes en el río
La primer novela de un gran amigo
Algunas noches o tardes de muy buen sexo
Algunas soledades
Las charlas de toda la noche
Las risas sin sentido
Las horas libres para disfrutar de los libros, el cine, el sol, la cama
Las horas de escritura
Mis pocos lectores desconocidos
Las ideas, la fantasía, los sueños
Los estoicos amigos que estuvieron “aguantando” mis tristezas, desazones y desesperanzas.
La sorpresa de la ayuda de un desconocido
La bondad que todavía queda
La ayuda desinteresada
Amaneceres y noches desde mi balcón
La piel tostada del verano nuevo
La superación de un gran amor
…la ilusión de uno distinto
Los recitales que me dieron horas de alegría, recuerdos, sonrisas
Los breves reencuentros

Pasivo
El futuro incierto
El encierro
La frustración
La falta de trabajo
Los amigos que no estuvieron
… O ex amigos
Las 60 entrevistas que casi fueron una posibilidad
Los breves amantes que no fueron ni horas de amor
La soledad apretada
Las miles de lágrimas
Las noches de mal sexo
La esperanza rendida
La amiga del alma que hoy está lejos porque no supimos estar
Las arrugas nuevas, las canas viejas
Las horas demasiado libres
Los dolores escondidos
Los amigos que no eran
El amor que no llegó
Las carencias del alma
Los olvidos perdurables
El dinero que aprieta
Los eternos desencuentros
Las mismas equivocaciones
Las heridas

Como diría Benedetti: “Este balance infortunadamente arroja pérdidas, a enjugar en futuros ejercicios”.

Lo positivo es que para mi todos los años se abre un nuevo libro en blanco.
En el mío vislumbro un activo promisorio: un amor inimaginable, un trabajo de ensueño, buenos amigos, la familia maravillosa, un viaje a Roma, muchas más letras escritas, y por supuesto, muchos más sueños.

A todos, espero que sus balances den saldo acreedor, y que si no lo son, se tomen esta oportunidad para arrancar de cero, tomar lo aprendido, y decretar un próximo año mucho mejor.

Como el mío.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

No soy yo...tampoco vos

“Estoy saliendo con alguien”. Una frase que de tan común es lapidaria, cuando el alguien es igual a otra.
Me cansé. De ser la amiga, de ser la amante, de ser la que no alcanza, de no llegar a ser ese “alguien”. De intentar algo y nunca lograrlo porque en realidad las luces nunca estuvieron enfocando mi camino.
Hoy me volvió a pasar. Y no tiene que ver con que esa persona te guste mucho, poco, te enamore, te apasione o simplemente te caliente. El punto es que una vez en la vida quiero que me elijan a mí y no a otra. Acá hay algo que falta, y algo que sobra. Hay un error. Una confusión. Una falta de sentido. Algo dicho de más, o algo dicho de menos. Algo que se muestra, algo que no es.
No importa la conversación exacta. Las palabras que quedaron flotando fueron “conocí a alguien”, “estamos bien”, “creo que estamos armando algo lindo”.
Y mi pregunta es: ¿por qué carajo no podés ser feliz conmigo que ya me conocés, con quien siempre estuviste bien, y podés armar algo maravilloso?
Claro que la repetición interminable de la misma situación te lleva indefectiblemente al colapso o al delirio.
Salí. Caminé. Bajo un cielo que se veía azul pero se sentía gris. Caminé sola, cargando la desazón, y la angustia. Con una congoja que me oprimía de la garganta a los pies. Caminé. Hasta que todo se nubló. Las lágrimas pesadas caían como hojas en otoño. Sin pausa. Rodaban y caían, estallando contra un suelo hirviente. Me senté en un banco, donde alrededor todo era verde. Y seguí llorando. Sin contención. Como un dique que está reprimiendo un río hace tiempo, y se va agrietando, en silencio, sin sentir más que pequeños temblores y quejidos, hasta que un día se quiebra y se rompe, dejando el agua seguir su cauce natural. Lloré. Con espasmos, con gemidos, con el cuerpo. Lloré por mí. Por él. Por lo que no fue y lo que es. Por lo que di y lo que guardé. Por lo que soy y lo que no. Lloré por lo que muestro y lo que en realidad es y la puta madre no se ve. Por lo que dije y lo que callé. Lloré por la otra, y las otras que fueron, son y serán. Lloré por esos otros que también lo dijeron, que fueron y que nunca serán. Lloré por la ausencia, por la falta, por la soledad. Más que nada por la soledad. Por los errores que cometí. Por lo que no corregí. Lloré. Lloré por la desolación. Por no haber dicho las cosas que sentía. Lloré por la espera, por el tiempo. Por el amor.
Me enjugué las lágrimas, turbias, densas, espesas. Respiré. Una vez, otra vez. Mil. De a poco los músculos se fueron acomodando, el corazón realentando. Las nubes pasaron. Pero el cielo se seguía viendo gris.
No hay respuestas. Sólo preguntas. Sólo una pregunta: ¿por qué nunca soy yo?
Sí. Dirán: porque no era él. Porque cuando tiene que ser es. Porque ya llegará quien te quiera como te debe querer.
Mientras tanto la misma frase se repite otra vez. Otro hombre, otra mujer. Y por más explicaciones que me den, retumba en mi cabeza una y otra vez: ¿por qué no soy yo? Sólo se me ocurre pensar que es porque tampoco sos vos.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Los recuerdos no abrazan

Suelen haber situaciones, momentos, detalles que hacen mella, se fijan en nuestra retina, se adhieren a nuestro cerebro. Sensaciones, imágenes que nos asaltan infinitamente. Se repiten, una y otra vez, como una película de un cine continuado. Nos perturban. Nos dejan sin aire, nos quiebran el aliento, nos detienen los latidos. Necesitamos un suspiro profundo, una bocanada de aire fresco, un electroshock que nos devuelva a la vida.
Pasa cuando tenemos sexo con alguien. La escena recobra vida en nuestra memoria. Lo sentimos en la piel. Nos quema fantasmalmente el aliento. Son como polaroids, instantáneas de un momento que irrumpen aquí y allá, sin pedir permiso, quebrando, desestabilizando, rememorando. Los recuerdos nos acosan sin descanso. Las palabras llegan como susurros. Por días conviven con nosotros, en la vigilia y el sueño. Sin tregua, sin paz.
Pero también pasa con situaciones más ínfimas, más imperceptibles, más banales.
Tengo un recuerdo persistente y hasta físico que me asfixia. Él, quien me desvela, acostado a mi lado boca arriba. Mi brazo sobre su pecho desnudo. Inmóvil. Sin querer delatarse. Conteniendo una caricia. Él giró hacia mí. Puso su brazo alrededor de mi cintura, y el mío quedó en su espalda, cerca de un abrazo. Casi entrelazados. Su boca estaba a centímetros de la mía. Sentía su respiración. Los dos corazones latiendo al unísono. La penumbra de la luna entrando por la ventana. Un segundo. Diez. Doscientos. Una eternidad para mí. Luego giró. Se levantó. Se alejó. Pasó. Nada más.
Ahí está. Late. Cobra vida. Intenta permanecer, porque lo que es tan breve, se convierte en fugaz, y se pierde, se desvanece.
Hay otros. Los más pequeños son los que resisten. Los que dan batalla al olvido.
Algún abrazo. Algún roce. Palabras. Sonrisas. Miradas. Frases. Bailes.
Creo que nos siguen porque buscan crecer. Buscan convertirse en algo más. En un recuerdo perenne. Quieren dejar de ser una semilla, florecer, y seguir siempre verdes.
Se aferran tanto que aunque no maduren, nunca mueren. Quedan en el baúl de minúsculos tesoros.
Entredormidos, de vez en cuando despiertan, sorpresivamente, y nos roban el hálito, por un segundo, por miles, por siempre, otra vez.

domingo, 9 de diciembre de 2007

El secreto

Todas tenemos un secreto que hacemos lo posible por dejar escapar. Sí, no me equivoqué. No tenemos ninguna intención de guardarlo, lo que no encontramos, es la manera de liberarlo.

Es algo que nos pasa o nos pasó, que combina la mezcla entre prohibido e incorrecto. Un secreto a media voz. Parado justo en el borde de lo descortés. Se enfrenta sin temor al común de la gente, pero su composición compleja lo obliga a mantenerse desconocido para algunos. Es justamente esta valiente cobardía, o cobarde valentía, la que lo debate entre contarse, o silenciarse. Y ahí está él, burlándose entre las tinieblas del desconocimiento de aquellos a los que no podemos, pero justamente queremos relatárselo.

¿Nunca les pasó enamorarse del hermano de su mejor amiga, y querer decírselo justamente a ella, que es la menos indicada? ¿O saliste con un amigo de tu ex, con el que ahora sos amiga, y hacés lo imposible por deslizar frases que al menos lo hagan sospechar pero que te eviten la confrontación directa? ¿O salís con un cliente, que te acepta todos los presupuestos, y le hacés comentarios indirectos a tu jefe para de algún modo explicarle tu dudosa victoria? ¿O empezaste a salir con alguien con el que mil veces dijiste que no iba a pasar nada, que no era tu tipo y era insoportable, y tenés la necesidad irrefrenable de gritarlo, o más bien susurrarlo al mundo?


Claro que ante la pregunta directa sobre cualquiera de estos asuntos decimos que no, que no pasa nada… con una semisonrisa jactanciosa en los labios. Siempre dejamos la duda. Porque en realidad queremos desesperadamente que sepan… pero no.

Genera cierta adrenalina saber algo que el otro debería saber, que está en tus manos, que le restregás cuidadosamente en las narices, pero no termina de develarse. Te da cierto poder esta rara ironía.

Entonces deslizamos ciertas frases que revelan situaciones comunes, pero desencajan en el contexto. Sobresalen por la simpleza. Por ejemplo: “estuve leyendo el blog con Fernando”, cuando Fernando no tenia porque estar con ella ni leyendo justamente el blog porque antes no se soportaban. O: “sí, tu hermano me había contado”, ¿pero cuándo empezaste a tener relación con él? O le relatás a tu ex la cantidad de encuentros que tuviste con su amigo, porque les gusta compartir lo mismo, sólo con la necesidad de que en su interior perciba una realidad que titubea si salir a la luz.

Es la manera de aliviar la culpa, de silenciar un absurdo y casi conocido secreto. Porque de este modo no estamos tratando desesperadamente de ocultarlo. Sólo prolongando su descubrimiento. Le estamos dando tiempo para madurar. Para que el otro pueda aceptarlo antes de que pueda afrontarlo.

Quizás tanto preludio no es necesario para una ópera de barrio. Tanto preámbulo incremente una importancia que de ser directa sería claramente desvalorizada.
Sólo que cuando hay una señal que indica “no apropiado”, “no es la persona indicada para saber”, se necesita un pequeño prólogo que explique la novela.

Como es parte de la naturaleza femenina, y no podemos guardarlo, sólo puedo decirles: presten atención a las frases ajenas. Podemos ser nosotras a quien nos esconden.
Y si tienen algo que decir pueden divertirse con las pistas, pueden ser destructivamente directas, o pueden hacer un blog.