miércoles, 16 de enero de 2008

Las dos caras del sexo

Los hombres y las mujeres tenemos una manera muy distinta de experimentar el sexo.
No por algo abundan los chistes de: “convertite en pizza”, “en control remoto”. Hoy hasta hay una marca de ropa femenina que se llama: Vestite y Andate.

Creo que el ejemplo más claro es el diálogo de la película “Cuando Harry conoció a Sally” (sí, ya se, la cito en todos lados, pero es que es como la Biblia de las relaciones), cuando él le dice: “los hombres nos preguntamos: cuánto tiempo deberé seguirla abrazando? ¿Una hora, 40 segundos serán suficientes? Seguro a ti te gusta que te abracen toda la noche. Ahí está el problema. Algo entre los 40 segundos y toda la noche”.


Hay una dudosa y no se si comprobada teoría química, que plantea que a los hombres le bajan las hormonas hasta casi una depresión, como a los animales, y por eso deben retirarse, descansar. Sienten ese desapego, ese querer desaparecer. Las mujeres en cambio vivimos casi siempre entre la cima y la meseta. Nuestro punto de satisfacción es más lejano. Quedamos como que siempre puede haber algo más, hay un espacio por completar, y es el que queremos llenar de afecto.

Las mujeres necesitamos sentir un poco de amor. No importa cuan superadas y liberales podamos ser. No importa que podamos considerar que el sexo y el amor pueden ir separados, al igual que piensan los hombres. No importa que de verdad hayamos buscado a ese hombre por el mero descargo y placer sexual. Por un breve instante, por un lapso finito de tiempo, necesitamos sentir que la persona que está a nuestro lado nos importa, que hay algo que nos une, que podría ser un gran amor, que eso es el comienzo de algo.

Creo que tiene que ver la culpa. Por más que la evolución haya llevado a nuestro género a niveles otrora impensados e inimaginables, hay como un código genético que todavía permanece aferrado a nuestro ADN.
Esta atadura a ser mujeres.

Cuando el deseo y desenfreno terminó, el hombre quiere una cama de dos plazas, o dos cuartos, y las mujeres de una y estar encimados.

Conocemos la sensación porque también nos ha pasado. Ya sea para protegernos de que alguien quiera que nos vayamos y hemos decidido irnos antes, ya sea porque habíamos cumplido nuestro propósito y no tenía sentido seguir ahí, ya sea porque esa vez nuestras hormonas fueron las que huyeron. Alguna vez nos hemos sentido el hombre queriendo disimulada, pero raudamente, escapar de la situación.

Y la verdad es que el sexo por si mismo esta bien.
Está más que bien.

Pero, si somos sinceros, cuánto mejor es cuando hay un sentimiento de por medio, cuando podés mirarte en los ojos del otro y sentir esa vibración, y sentir el disfrute, y saber que le gusta, y que sepa que te gusta. Y poder abrazarte, aunque sea un momento, sin sentir la incomodidad del cuerpo desconocido, de la falta de diálogo, de los silencios obligados, de saber que ambos están esperando el momento en que uno decida irse.

A veces la noche de abrazo que esperan las mujeres, se extiende por lo menos hasta el otro día, en que una espera un llamado, un mensaje. Para mitigar la conciencia atormentada, o para disfrutar del interés mutuo. Para no sentirse una muñeca inflable. Aunque no sea más que por ese siguiente día. Prolongar la ilusión hasta que las horas la desvanezcan por si sola.

Y no malinterpretemos. No es que las mujeres no sabemos diferenciar. No es que cada vez que nos acostamos con alguien queremos estar de novias. No vivimos en los años 20.
Sólo que a veces necesitamos disfrazar el instinto por cariño, los deseos por interés, el sexo por el amor que ambos sabemos ficticio.

Y no se si detenerles el reloj, para que los 40 segundos se transformen en al menos 4 horas, y conciliar el tiempo de cada uno en la mitad.