jueves, 15 de mayo de 2008

Viviendo en Gayland

Hay un prejuicio medio instaurado:

Si un hombre es buenmozo, inteligente, simpático, se viste bien, ronda los treinta y pico, y está soltero: es gay.
Esta creencia está fundada sólo en la creciente paranoia femenina de que el universo gay se agranda día a día, dejándonos sin mercado, y privándonos de los mejores productos.
Cada uno debe cargar con su propio estigma. La diferencia es que si una mujer tiene ese mismo perfil y está soltera, no dicen que es torta, simplemente dicen que debe ser una histérica, con un carácter de mierda, pretenciosa e inconformista.

Cómo me contestó un amigo, justamente gay, el otro día ante mi duda sobre el chico que me gustaba: “Cortenlá con la paranoia y háganse cargo: ahora siempre usan eso como excusa si un tipo no les da bola”.
¿Será? ¿Los sentenciamos en pos de no reconocer nuestra propia derrota?¿O será que el sexto sentido de las mujeres de verdad funciona y ante signos mínimos podemos detectarlos? La otra pregunta entonces es: ¿por qué nos gustan?

Hay un límite difuso e irresistible entre el hombre perfecto y el homosexual, que también es perfecto, pero para otros. Claro que hay de todo, y no podemos generalizar, pero por lo menos en mi prototipo del hombre gay encajan casi todas las cualidades que busco en el hombre para mí, y lo peor es que los que conozco, son así la mayoría justamente para darme la razón.

Son altamente estéticos, cultos, simpáticos, inteligentes, seductores, dulces, y encantadores. ¿Qué más podríamos pedir? Que les gusten las mujeres.

Yo también tengo treinta y pico. No voy a hablar bien de mi, pero para seguir con la lógica que quiero plantear, una amiga me respondió: “tal vez no es gay, es igual a vos pero en hombre”.

Esperaría que sí. No puedo preguntarle. Sólo tratar de descifrar señales. Habrá que ver si su “demasiado simpático” es nada más que eso, es un tímido encubierto, es que no le gusto, o que efectivamente, sólo es demasiado simpático porque los otros demasiado los deja para otros.

sábado, 3 de mayo de 2008

K ces? Hblmos? Dnd tas? Kres?

Los SMS son una mierda.
Sí, tal vez mi afirmación es demasiado categórica.
Ese lenguaje particular repleto de Kas, carente de vocales, acotado, sin matices, sin adjetivos que destruye la gramática es la nueva manera de conversar, de comunicarse, de estar sin estar.

Este medio no hace más que quitarle personalidad a una comunicación. Es un activador de la ansiedad para las mujeres. Es una protección invisible para los hombres.
¿Cuánto más fácil es arreglar una salida por mensaje? Dos o tres frases, sin seducción, sin gestos, sin miradas. Pim, pum, pam, listo. Directo y al grano. Sin tener que recurrir a una conversación fluida, a frases ingeniosas, a tratar de convencer o por lo menos incitar. A través del mensaje es: “sí o no. La decisión queda en vos. Si decís que no, me escondo tras el teléfono, sin vergüenza, sin remordimiento, sin cuestionamientos. Ya está. Puedo hacer que nada pasó”.

Ojo, que también está el eterno mensajeo sin ningún fin concreto. Que tiene su “galantería”, pero resulta exasperante. Porque después de 20 smses de ida y vuelta, uno espera un: “bueno, ¿nos vemos?”. Y resulta, que el próximo mensaje nunca llega (suelen dejar las conversaciones a la mitad sin respuesta), o es un “besos”, que no responde a ninguna de nuestras últimas preguntas.

Pero las mujeres, ¿cuántas veces hemos estado con el teléfono en la mano esperando que suene, un clásico bip, para decirnos que ha llegado el ansiado mensaje? Los guardamos, los releemos, se los mostramos a nuestras amigas para descifrar que significan 20 letras agrupadas, las llamamos en el medio del ida y vuelta para definir en una conferencia tripartita qué contestamos. Hacemos un concilio para tratar de encontrar un sentido oculto que no existe.

Ellos lo usan porque justamente tienen que pensar menos. Nosotras más. A nosotras la conversación nos sale espontáneamente, es nuestro medio. En cambio ellos encontraron la herramienta justa donde no tienen que desplegar sus encantos. Donde no tienen que arriesgarse, ni exponerse, ni enfrentarse.

Porque asumámoslo: los hombres son simples. Y encontraron en la simpleza de los mensajes un nuevo lenguaje. Ellos no quieren decirnos nada más que lo que dicen esas dos palabras. Y nosotras queremos agregarle a eso todo el abecedario.
Nosotras pensamos 10 minutos cada respuesta, eligiendo cautelosamente las palabras, sabiendo que no hay tono, o gestos que acompañen para que se interpreten mejor. Y ellos, al igual que en el cara a cara, dicen las primeras palabras que les viene a la mente, sin ponerles un fondito de color siquiera.

Así que yo diría, que antes que nos volvamos locas, pensando, elucubrando, descifrando, buscando y esperando, la próxima respuesta escrita, debería ser: LLAMAME.