Hay alguien que casi es. Pero no es.
Todos tenemos un amigo del cual siempre nos preguntamos: ¿y? ¿por qué no?
Es más, nuestros amigos cuando nos ven juntos nos preguntan: ¿y? ¿por qué no?
Es caballero, dulce, simpático, divertido. Para uno tal vez es lindo, o “no es tan feo”. Hasta podés haber tenido una que otra recaída, o un par de caricias de más. Tienen química. Besa bien. O no. Jamás pasó nada, pero se cruzaron más que una mirada. Les gustan las mismas cosas: la misma música, las mismas obras de teatro, algunas películas, la misma comida, las mismas ciudades. Y tienen la suficiente cantidad de diferencias para que la vida no se torne monótona y aburrida.
O sea, cumple con tus requisitos, o con lo que uno cree que alguien tiene que tener para poder tener una relación. Si lo mirás objetivamente, casi no tenés que objetarle.
Pero claro, siempre hay un casi.
Y ese casi es igual a la breve distancia que separa la amistad del amor.
El casi es el condimento secreto de una buena comida. El casi es un rompecabezas sin una pieza. La chispa que encendería el fuego. El pensamiento sin la acción. Es casi un pero.
Entonces él está en una orilla, y una está en la otra. No hay un río. Ni siquiera un arrollo. Apenas una vertiente que se cruza con un paso.
Que ese cauce nos separe, ¿quiere decir que nunca vamos a cruzar? ¿O hay alguna posibilidad de que esta situación cambie? ¿Y qué hace falta: una balsa, una rama, una soga o un breve salto?
Si lo miramos por un rato, el amor casi está ahí. Casi.
Es como si casi lo encontráramos. Casi.
Pero, parece que cuando no se sabe lo que falta no se puede completar. Y si ninguno avanza el agua corre.
Entonces un poco de estoy que no hay, un poco de aquello que sobra, hace el casi que falta.
¿O puede ser simplemente ésta la mejor explicación de que hay una química que hace al amor realmente inexplicable?
Todos tenemos un amigo del cual siempre nos preguntamos: ¿y? ¿por qué no?
Es más, nuestros amigos cuando nos ven juntos nos preguntan: ¿y? ¿por qué no?
Es caballero, dulce, simpático, divertido. Para uno tal vez es lindo, o “no es tan feo”. Hasta podés haber tenido una que otra recaída, o un par de caricias de más. Tienen química. Besa bien. O no. Jamás pasó nada, pero se cruzaron más que una mirada. Les gustan las mismas cosas: la misma música, las mismas obras de teatro, algunas películas, la misma comida, las mismas ciudades. Y tienen la suficiente cantidad de diferencias para que la vida no se torne monótona y aburrida.
O sea, cumple con tus requisitos, o con lo que uno cree que alguien tiene que tener para poder tener una relación. Si lo mirás objetivamente, casi no tenés que objetarle.
Pero claro, siempre hay un casi.
Y ese casi es igual a la breve distancia que separa la amistad del amor.
El casi es el condimento secreto de una buena comida. El casi es un rompecabezas sin una pieza. La chispa que encendería el fuego. El pensamiento sin la acción. Es casi un pero.
Entonces él está en una orilla, y una está en la otra. No hay un río. Ni siquiera un arrollo. Apenas una vertiente que se cruza con un paso.
Que ese cauce nos separe, ¿quiere decir que nunca vamos a cruzar? ¿O hay alguna posibilidad de que esta situación cambie? ¿Y qué hace falta: una balsa, una rama, una soga o un breve salto?
Si lo miramos por un rato, el amor casi está ahí. Casi.
Es como si casi lo encontráramos. Casi.
Pero, parece que cuando no se sabe lo que falta no se puede completar. Y si ninguno avanza el agua corre.
Entonces un poco de estoy que no hay, un poco de aquello que sobra, hace el casi que falta.
¿O puede ser simplemente ésta la mejor explicación de que hay una química que hace al amor realmente inexplicable?
Yo diría que casi.