
Hay dos bocas que son perfectas la una para la otra. Dos labios que se unen en uno sin grietas ni fisuras. Se convierten en un beso único, mágico, sensual. Las sombras recortadas sobre el fondo de dos bocas que se acercan, levemente entreabiertas, despacio, sigilosas. Se apoyan suavemente, hasta casi imperceptiblemente, sólo se siente la tibieza de la piel. Se cruzan, un labio, otro, uno y otro. Presionan. Despacio. Se vuelven a abrir, se reencuentran. Entonces las cabezas giran un poco, muy poco, y sienten su respiración, su aliento tibio, los labios se unen, y las lenguas húmedas se rozan, juegan dentro de la oscuridad. Las manos en la nuca. Se acercan. Se retienen. Y el movimiento se repite, una y otra vez, a su tiempo, sin urgencias, disfrutando cada instante, permaneciendo. Las cabezas hacia un lado y otro, y la presión aumenta, y de a poco el beso se hace más fuerte, más seguro. Y aprieta. Y afloja. Jadea. Respira. Y juega, en las comisuras, en el centro. Un par de labios sostiene al otro. Y la lengua roza apenas los bordes. Y vuelve. Una, otra vez. Se encuentran. Se separan. Se reencuentran. Saciándose. Llenándose. En un sinfín. Como una melodía. Buscando el equilibrio entre la delicadez y el desenfreno, entre la prisa y la pausa, entre la suavidad y la fuerza. Encajan. Se funden. Se hacen uno. Son uno.
Mil besos. Millones. Sin embargo, más allá del amor, de la pasión, del sentimiento, sólo uno es perfecto. Simple y sencillamente perfecto.
Quizás aún te esté aguardando.
Quizás lo tengas a diario.
Quizás sólo pasó una vez.
Quizás más que esa vez.
Y no importa si lo tienes o si fue. Si es tuyo o si no es. Si lo recuerdas, lo ansías, lo puedes o no tener.
Si fue apasionado, sutil, corto, suave, eterno, desbocado, imprevisto, inesperado, pausado, desenfrenado, o como pueda ser.
No importa cómo, ni cuándo, ni dónde.
Porque sigue ahí. Porque simplemente existe y es.
Aún cuando ni ese beso ni esa boca te pertenezca, te corresponda, te extrañe, te añore, te piense, te desee, te quiera.
Y de aquel beso solo queden aromas, sensaciones, huellas, y el saber que sólo entre esas dos bocas, entre esos dos labios, puede suceder, que todo se conjugue alguna otra vez para que vuelva a ser, perfecto… otra vez.