Es el día del padre y por eso hoy, por primera vez, voy a hablar de mi papá. Yo nunca hablé de esto aquí porque era mi espacio para expresar historias de amor, de recuerdos, de tristezas, historias de vida. Y sí, esta también es mi historia de vida. Triste. Infinita e indescriptiblemente triste. Pero es. Así que este es mi pequeño homenaje a ese gran tipo que era mi viejo, mi papá, mi pa, mi papucho, Juan o el Gordo para los amigos.
Hace casi 8 años que mi papá no está. Se fue así, de un día para el otro, por culpa de un corazón que no nos avisó con tiempo. Hay cosas que no voy a poder describirles, que no pueden explicarse, y que no pueden entenderse si no les pasó. Simplemente de un momento a otro ya no estaba más. Ya no pude nunca más escuchar su voz, su risa, sus palabras, sus gritos. Nunca más tener sus abrazos, sus besos. Nunca más sus arranques de locura cuando le saltaba la térmica como le decíamos (y sí, era pisciano también). El término nunca más es algo que aunque pase el tiempo, los años, los días, no se asimila. Nunca se puede entender el nunca más. Uno siempre, siempre está esperando verlo entrar por la puerta de la cocina, verlo sentado mirando la tele con las piernas cruzadas y el control en la mano, mirando de a 3 películas a la vez. Sentir el olor a cigarrillo que tanto odiaba. Verlo cortando un salame y queso cuando llegaba de trabajar, tomando un mate al lado de la mesada. Trabajando en las cosas de la casa con sus bermudas de jean cortadas manchadas de pintura, la remera de Visa, y los pelos despeinados. Eso era un poquito de mi viejo.
Un tipo de pueblo, que creció en un lugar humilde y trabajador. Un laburante como decimos por ahí, que luchó toda la vida por lograr tener lo que tuvo, y por eso sabía disfrutarlo. Le gustaba la joda, la pilcha, el pucho, el champagne para todas las fiestas, un whisky para mirar la tele, el asado, la playa, el truco con amigos. Le gustaba compartir con sus amigos. Pero lo que más le gustaba era estar con su familia. Caminar con mi mamá, salir todos a pasear en auto a “ver casas” que nunca compramos, estar reunidos en la cocina, trabajar juntos en las cosas que había que hacer, irnos todos de vacaciones. Ser la familia hermosa que éramos.
Mi viejo me dejó los principios y los valores que me hacen ser la persona que soy. La enseñanza de ser generoso sin medir, de perdonar, de olvidar. De amar a mis hermanos por sobre todas las cosas. De disfrutar las cosas hoy, porque después de todo, no sabemos si hay mañana.
Todavía tengo casi cada día en mis oídos las palabras que me dijo mi viejo en el hospital: “los amo hijos”. Y poco después se fue. Para siempre.
El tiempo pasa, y el dolor no se atenúa. Jamás. Porque la ausencia se nota en cada momento que no podemos compartir con él: el casamiento de mi hermano, cada sonrisa de mi sobrina, los nuevos logros de cada uno, mi mudanza, las nuevas anécdotas, cada Navidad en familia, cada cumpleaños, las tristezas sin consuelo. Y todos los otros momentos en los que no va a estar: mi casamiento, mi primer hijo.
Uno sigue viviendo. Pero con un agujero en el alma. Con un vacío eterno. Con la tristeza sin fin. La falta es algo absolutamente insoportable. Porque la felicidad nunca más es completa. Siempre falta algo. Siempre falta alguien.
Así que esto es para vos papá, donde quiera que estés. Te extraño con el alma, cada día. Te amo con el alma, cada día. Te necesito con el alma, cada día. Gracias. Por todo. Por todo. Por todo.
Te llevo conmigo. Por siempre. Cada día.
Pero como vos pedías, hoy para recordarte, voy a poner cuarteto y hacerlo con alegría.
Feliz día.
Tu hija.
Hace casi 8 años que mi papá no está. Se fue así, de un día para el otro, por culpa de un corazón que no nos avisó con tiempo. Hay cosas que no voy a poder describirles, que no pueden explicarse, y que no pueden entenderse si no les pasó. Simplemente de un momento a otro ya no estaba más. Ya no pude nunca más escuchar su voz, su risa, sus palabras, sus gritos. Nunca más tener sus abrazos, sus besos. Nunca más sus arranques de locura cuando le saltaba la térmica como le decíamos (y sí, era pisciano también). El término nunca más es algo que aunque pase el tiempo, los años, los días, no se asimila. Nunca se puede entender el nunca más. Uno siempre, siempre está esperando verlo entrar por la puerta de la cocina, verlo sentado mirando la tele con las piernas cruzadas y el control en la mano, mirando de a 3 películas a la vez. Sentir el olor a cigarrillo que tanto odiaba. Verlo cortando un salame y queso cuando llegaba de trabajar, tomando un mate al lado de la mesada. Trabajando en las cosas de la casa con sus bermudas de jean cortadas manchadas de pintura, la remera de Visa, y los pelos despeinados. Eso era un poquito de mi viejo.
Un tipo de pueblo, que creció en un lugar humilde y trabajador. Un laburante como decimos por ahí, que luchó toda la vida por lograr tener lo que tuvo, y por eso sabía disfrutarlo. Le gustaba la joda, la pilcha, el pucho, el champagne para todas las fiestas, un whisky para mirar la tele, el asado, la playa, el truco con amigos. Le gustaba compartir con sus amigos. Pero lo que más le gustaba era estar con su familia. Caminar con mi mamá, salir todos a pasear en auto a “ver casas” que nunca compramos, estar reunidos en la cocina, trabajar juntos en las cosas que había que hacer, irnos todos de vacaciones. Ser la familia hermosa que éramos.
Mi viejo me dejó los principios y los valores que me hacen ser la persona que soy. La enseñanza de ser generoso sin medir, de perdonar, de olvidar. De amar a mis hermanos por sobre todas las cosas. De disfrutar las cosas hoy, porque después de todo, no sabemos si hay mañana.
Todavía tengo casi cada día en mis oídos las palabras que me dijo mi viejo en el hospital: “los amo hijos”. Y poco después se fue. Para siempre.
El tiempo pasa, y el dolor no se atenúa. Jamás. Porque la ausencia se nota en cada momento que no podemos compartir con él: el casamiento de mi hermano, cada sonrisa de mi sobrina, los nuevos logros de cada uno, mi mudanza, las nuevas anécdotas, cada Navidad en familia, cada cumpleaños, las tristezas sin consuelo. Y todos los otros momentos en los que no va a estar: mi casamiento, mi primer hijo.
Uno sigue viviendo. Pero con un agujero en el alma. Con un vacío eterno. Con la tristeza sin fin. La falta es algo absolutamente insoportable. Porque la felicidad nunca más es completa. Siempre falta algo. Siempre falta alguien.
Así que esto es para vos papá, donde quiera que estés. Te extraño con el alma, cada día. Te amo con el alma, cada día. Te necesito con el alma, cada día. Gracias. Por todo. Por todo. Por todo.
Te llevo conmigo. Por siempre. Cada día.
Pero como vos pedías, hoy para recordarte, voy a poner cuarteto y hacerlo con alegría.
Feliz día.
Tu hija.