martes, 23 de octubre de 2007

Cuando ellos dejan

Sí, sí, ya hemos hablado de como ellas dejan, y como ellos dejan. Ahora, ¿qué sucede cuando ellos “nos” dejan? ¿Cómo reaccionamos ante la pérdida cuando no es nuestra decisión, cuando alguien se adelantó o simplemente nos sorprendió con un comunicado en el momento más inesperado? Porque a veces sucede, y ellos toman el timón que los lleva a otras aguas antes que nosotros.

Hay distintas reacciones y reaccionarias:

Está la llorona. Llora desconsoladamente, a “lágrima viva” como diría Girondo. La que se deshidrata en cuestión de horas, adelgaza 5 kilos en un mes. Se aferra a la almohada hasta dejarla empapada y cobijando hongos. Proclama a los 4 vientos que su vida no tiene sentido, que no entiende, que cómo pudo pasar. Se ahoga en el dolor. Escucha música lenta para desgarrarse lentamente. Se abraza a su peluche, o a una remera de él. Y sigue llorando. Habla con algunos amigos de sus amigos, tal vez hasta con su ahora ex suegra, tratando de encontrar la explicación que tal vez él no le dio. Hasta quizás le escribe una carta, preguntando, intentando por última vez. Relatándole cada detalle que los hizo felices, apelando a la memoria emotiva para ver si de alguna manera él reacciona, recuerda y vuelve. Y si esto no funciona, toca fondo en algún momento, y luego sale. Con su dignidad intacta, y un corazón cicatrizando a enfrentar la vida y buscar de nuevo.

Está la obsesiva. Que también llora desconsoladamente… pero no a solas. Ella lo llama hasta el hartazgo. No sólo el de él, sino el de todos los que lo rodean. Ruega, pide, suplica. Se rebaja, se degrada. Porque siente que ella no es nada sin él. Porque ella en realidad no lo ama, lo necesita. Y si cuando está sumergida en el fondo del lodo, pisoteada e ignorada, sus lágrimas no lo han convencido recurre a otra estrategia: lo amenaza. Le miente, lo asusta. Le echa la culpa de su desgracia y le refriega sus miserias. Lo putea, lo agrede. Lo acecha, lo persigue, lo acosa. Recurre a todo: teléfono, mail, visitas. Revisa su correo, pasa por la puerta de su casa, vigila sus horarios, averigua con sus amigos. Toma una combinación explosiva de antidepresivos y pastillas para dormir. Y cuanto más lejos él está, ella más siente que es el amor de su vida. Entonces el tiempo pasa, y ella sigue obsesionándose, mientras él rehace su vida, y ella sumida en la locura, lo sigue esperando, hasta convertirse en Penélope.

Está la superada. La que no se le cae una lágrima. Pone cara de nada, agarra sus cosas, da media vuelta y se va. Y él se queda más sorprendido que ella… pero aliviado (ojo: quizás éste sólo por orgullo o curiosidad vuelve). Llama a sus amigas, les dice que se separó pero no hay mal que por bien no venga, que no tiene tiempo que perder, y esa misma noche sale a bailar. Al día siguiente va a la peluquería, se corta el pelo o se cambia el color, se hace las manos, se da unos masajes. Se va de shopping: se compra zapatos, ropa, una cartera. Se mima. Se quiere sentir renovada, para volver a empezar. Pero distinta. Guarda las fotos y los recuerdos en una caja. Se pone a trabajar, se anota en baile, gimnasia. Conoce gente nueva. Ocupa su tiempo. Se compró una nueva vida. Y la herida cicatrizó, pero en algún momento sigilosamente, comienza una hemorragia interna. Pero como cualquier hemorragia sangra un tiempo, lo suficientemente breve para que no la desangre, se contiene, se cauteriza, y cierra.

Está la vengativa. A esta no le importa nada más que ganar la guerra, y todas sus breves batallas. Llora, grita, se calla, y empieza a planificar. Meticulosamente planea cada estocada. Intercala lo razón y los impulsos, si imprevistamente resultan en un golpe mortal. Te raya el auto, te quema los muebles, te demanda, te cambia la clave del banco y te saca la plata. Te hace fama de que sos gay o impotente. Te cambia la cerradura, y para cuando pudiste entrar te encontraste con un loft vacío: no dejó ni las paredes. Su capacidad de daño no tiene límite, y sólo termina cuando se consigue otro novio en quien depositar sus impulsos y razones.

Y está la feliz. Claro. La que no se animaba a dejarlo, ni decirle cómo. La que estaba actuando como un hombre. Y entonces respira. Se relaja. Sonríe. Se libera. Da la vuelta… y se va con el otro.

sábado, 13 de octubre de 2007

La duda

¿Alguna vez sentiste que te equivocaste con alguien? ¿Qué dejaste pasar la oportunidad? El momento se fue, el tiempo pasó, ya no está ahí. Y meses, años después te volvés a encontrar. En una cena. En la calle. Te mirás. Hablás un rato. Y te dice algo como: “vos desapareciste” “me quedé esperándote” “yo estaba solo”. Te preguntás qué pasó. Qué pensabas vos en ese momento. Por qué motivo estúpido o justificado en esa situación miraste hacia otro lado. Tal vez fue un impedimento cierto, o un malentendido, una pieza que faltaba, una información que se traspapeló. Y lo volvés a mirar. Y lo ves igual, pero distinto. Lo ves mejor. Hubiese podido ser. Debería haber sido. Te apenás. Porque seguramente el interés se fue, las ganas, el calor. Dicen que si tiene que ser va a ser. Pero claro, tal vez tenía que ser y no fue. Y ahora tal vez ya no será. También dicen que las oportunidades pasan una vez. Quien sabe. Igual, uno no puede dejar de preguntarse. ¿Y si…?

miércoles, 10 de octubre de 2007

Veo, veo...¿qué ves?

Tenemos una necesidad casi intrínseca, una curiosidad irrefrenable por saber que nos depara el futuro. No se si para caminar sobre terreno seguro, o para delegar la responsabilidad de nuestros actos a un supuesto destino. La cuestión, es que inevitablemente, en algún momento de debilidad e incertidumbre, de tristeza o indefinición, de desesperanza o emoción, acudimos a alguien con supuestos poderes de clarividencia o lectura de algo para que nos diga qué es lo que está por venir. Como comprar el ticket de un viaje con garantía.
Tarot, cartas españolas, runas, borra del café, quiromancia, numerología, ángeles, I-Ching. Hay tantos métodos como dudas. Todo sirve a la hora de buscar una respuesta. O varias.
Y allí nos dirigimos. Siempre con la esperanza de que todo vaya a ser mejor de lo que es, de que vayamos a conocer o conseguir nuestro amor en cuestión de semanas, o preferentemente días, que el trabajo de nuestros sueños nos esté esperando a la salida de la consulta, que tengamos fama, dinero, felicidad, hijos, poder, bienestar, salud, éxito, amigos. Claro, nunca esperamos una mala noticia.
Lejos están de ser las brujas con verrugas en la nariz, y tugurios oscuros y tenebrosos. Ahora son hombres y mujeres normales y modernas, muchas hasta con títulos en la pared como para respaldar las declaraciones por venir. Ojo, no quiere decir que no nos vayamos con miedo más de una vez.
Vamos preparadas, con primero segundo y tercer nombre de quien queremos averiguar, fechas de nacimiento, colores preferidos, número de calzado, nacionalidad de la abuela. Y casi siempre salimos felices, esperando que llegue cada uno de los momentos que nos acaban de describir. Entonces creemos, confiamos, decimos: “no sabés como le pegó”, “me dijo exactamente como soy”, “no se como lo supo”. ¿Y cuándo nos dicen algo que no nos gusta? “al final no se para que fui, si no le pega en nada”, “fui a buscar una respuesta y a sentirme mejor y salí peor que antes”, “ahh, sólo voy a divertirme, si total no creo en nada de esto”. Pero automáticamente buscamos otro teléfono y llamamos a otra para que nos diga todo lo contrario a lo que nos acaban de decir, para que nos vendan lindas fantasías que nos mantengan contentas hasta el momento predicho, y bueno, ahí veremos. Pero claro, ¡esta última si que sabía!
Y sí. Qué simple sería poder saber que nos va a suceder. Ya sea para aceptarlo y esperarlo con ansias, o para intentar cambiarlo hasta lograr lo que deseamos. Hace poco escuché en una película: “we can’t prevent what we can’t predict”. Es así. No podemos prevenir, porque realmente no sabemos que va a venir.
A veces le aciertan, a veces deducen, a veces se guían por gestos y palabras, y a veces nos inventan cualquier cosa. Por eso puede ser una experiencia divertida, estimulante o quizás escalofriante y decepcionante, si no escuchamos lo que queremos.
A mi me han sorprendido y defraudado. Y la única conclusión a la que llegué, es que más allá de que sea cierto o no, lo que vaya a suceder depende simplemente de mi. Entonces decido evitar la tentación de solucionar mi futuro dejándolo en manos de las adivinas, pongo mi mejor empeño, me equivoco en el camino, y si me queda alguna duda, tengo “La Mágica Bola 8” en mi casa, y dejo mis dudas y consultas que se responden sólo por sí o por no en la intimidad.

miércoles, 3 de octubre de 2007

La estupidez emocional

Dicen que hay una inteligencia emocional. Como cada cosa tiene su opuesto, o su complemento en el mundo, debe existir por simple deducción entonces una “estupidez emocional”.
Algo que nos haga actuar y reaccionar de la manera contraria a la que indica la razón.
La mía consiste en convertirme en una completa idiota cuando alguien me interesa.
Es un golpe de estado del corazón. Desaparece cualquier vestigio de raciocinio. Se deshace cualquier tipo de estrategia, y todo se limita a una táctica absurda e infructuosa. Se entorpecen mis actos, mis palabras, mis gestos. Dejo de pensar con claridad. O dejo de pensar. Punto. Me ganan los nervios. Me delata la ansiedad. Ni siquiera soy capaz de sostenerles la mirada porque me ruborizo y me siento expuesta. Trato de convertirme de una manera innecesaria y hasta involuntaria en la mujer que al otro le gustaría: que me guste correr si le gusta correr, o hacer deportes de alto riesgo, o esquiar. Sepanló: NO ME GUSTA HACER DEPORTE. Miro las series que a él le gustan para tener de que charlar. Pretendo ser liberal, superada, la que quiere una relación sin compromisos, esperando después que un día él cambie de opinión.
¿Y entonces qué pasa? Un día ese hombre que hice tantos esfuerzos por conquistar, aparece completamente enamorado de otra. ¡Qué es exactamente como soy yo en realidad!!
Se como conquistar a casi cualquier hombre que me proponga y no me interese. Y no porque sea una mujer extremadamente hermosa, ni tengo un cuerpo privilegiado, ni soy hiper sexy, y ni siquiera desproporcionadamente femenina.
Entonces, ¿por qué no puedo usar mi astucia, habilidad, manipulación y el cálculo para conseguir al hombre que quiero?
Justamente porque padezco de estupidez emocional, y con sentimientos involucrados se anulan las otras facultades.
Creo que cuando alguien no me interesa soy natural, no tengo posturas, no trato de ser algo que no soy, no trato de demostrar. Y aún más, la cabeza despejada, el corazón frio, y la mente alerta, son claramente armas de seducción en la batalla de la conquista. Son como la luz que nos guía ciertamente hasta la meta, porque no hay sentimientos que nublen el camino.
Envidio un poco a esas mujeres que pueden ir dosificando las entregas, dando un poco, sacando otro, equilibrando, atrayéndolos lentamente como una presa a una trampa segura. Aquellas con un plan, que se guían por la razón y dejan el embeleso para cuando hayan alcanzado el objetivo. Esas que las que estamos de este lado de la vereda denominamos “yeguas”. A mi no me sale.

Así que si no podés ser una de esas, si vos también sufrís de este síndrome que te anula la sinapsis neuronal, creo que lo más inteligente que podemos hacer es ser auténticas. Y ya que nuestra razón ha sido tomada, no acudamos en su ayuda a fin de evitar errores. Total el corazón es siempre inimputable.
Después de todo, es lo que hay. Esta soy yo, con lo bueno, lo malo, lo distinto. Alguien dijo que en la variedad está el gusto. Yo sería la variedad de muchos, hay que encontrarle el gusto.