domingo, 30 de diciembre de 2007

Balance

Cada fin de año hago un balance (sí, como los contadores, aunque lejos estoy de ser como ellos), en donde contabilizo pérdidas y ganancias, y arrojo un estado de situación para saber desde donde partir hacia el próximo año.

Este año en mis columnas figura:

Activo
Una sobrina colorada que crece día a día y me llama al grito de “aedá”.
Mis dos hermanos, que son activos todos los años de mi vida.
El llanto de sorpresa de mi madre en su cumpleaños, y la fidelidad de sus amigos
Los cada vez menos budines de pan y tortas de manteca de mi abuela.
El regreso de mi mejor amiga de Madrid
Las tardes en el río
La primer novela de un gran amigo
Algunas noches o tardes de muy buen sexo
Algunas soledades
Las charlas de toda la noche
Las risas sin sentido
Las horas libres para disfrutar de los libros, el cine, el sol, la cama
Las horas de escritura
Mis pocos lectores desconocidos
Las ideas, la fantasía, los sueños
Los estoicos amigos que estuvieron “aguantando” mis tristezas, desazones y desesperanzas.
La sorpresa de la ayuda de un desconocido
La bondad que todavía queda
La ayuda desinteresada
Amaneceres y noches desde mi balcón
La piel tostada del verano nuevo
La superación de un gran amor
…la ilusión de uno distinto
Los recitales que me dieron horas de alegría, recuerdos, sonrisas
Los breves reencuentros

Pasivo
El futuro incierto
El encierro
La frustración
La falta de trabajo
Los amigos que no estuvieron
… O ex amigos
Las 60 entrevistas que casi fueron una posibilidad
Los breves amantes que no fueron ni horas de amor
La soledad apretada
Las miles de lágrimas
Las noches de mal sexo
La esperanza rendida
La amiga del alma que hoy está lejos porque no supimos estar
Las arrugas nuevas, las canas viejas
Las horas demasiado libres
Los dolores escondidos
Los amigos que no eran
El amor que no llegó
Las carencias del alma
Los olvidos perdurables
El dinero que aprieta
Los eternos desencuentros
Las mismas equivocaciones
Las heridas

Como diría Benedetti: “Este balance infortunadamente arroja pérdidas, a enjugar en futuros ejercicios”.

Lo positivo es que para mi todos los años se abre un nuevo libro en blanco.
En el mío vislumbro un activo promisorio: un amor inimaginable, un trabajo de ensueño, buenos amigos, la familia maravillosa, un viaje a Roma, muchas más letras escritas, y por supuesto, muchos más sueños.

A todos, espero que sus balances den saldo acreedor, y que si no lo son, se tomen esta oportunidad para arrancar de cero, tomar lo aprendido, y decretar un próximo año mucho mejor.

Como el mío.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

No soy yo...tampoco vos

“Estoy saliendo con alguien”. Una frase que de tan común es lapidaria, cuando el alguien es igual a otra.
Me cansé. De ser la amiga, de ser la amante, de ser la que no alcanza, de no llegar a ser ese “alguien”. De intentar algo y nunca lograrlo porque en realidad las luces nunca estuvieron enfocando mi camino.
Hoy me volvió a pasar. Y no tiene que ver con que esa persona te guste mucho, poco, te enamore, te apasione o simplemente te caliente. El punto es que una vez en la vida quiero que me elijan a mí y no a otra. Acá hay algo que falta, y algo que sobra. Hay un error. Una confusión. Una falta de sentido. Algo dicho de más, o algo dicho de menos. Algo que se muestra, algo que no es.
No importa la conversación exacta. Las palabras que quedaron flotando fueron “conocí a alguien”, “estamos bien”, “creo que estamos armando algo lindo”.
Y mi pregunta es: ¿por qué carajo no podés ser feliz conmigo que ya me conocés, con quien siempre estuviste bien, y podés armar algo maravilloso?
Claro que la repetición interminable de la misma situación te lleva indefectiblemente al colapso o al delirio.
Salí. Caminé. Bajo un cielo que se veía azul pero se sentía gris. Caminé sola, cargando la desazón, y la angustia. Con una congoja que me oprimía de la garganta a los pies. Caminé. Hasta que todo se nubló. Las lágrimas pesadas caían como hojas en otoño. Sin pausa. Rodaban y caían, estallando contra un suelo hirviente. Me senté en un banco, donde alrededor todo era verde. Y seguí llorando. Sin contención. Como un dique que está reprimiendo un río hace tiempo, y se va agrietando, en silencio, sin sentir más que pequeños temblores y quejidos, hasta que un día se quiebra y se rompe, dejando el agua seguir su cauce natural. Lloré. Con espasmos, con gemidos, con el cuerpo. Lloré por mí. Por él. Por lo que no fue y lo que es. Por lo que di y lo que guardé. Por lo que soy y lo que no. Lloré por lo que muestro y lo que en realidad es y la puta madre no se ve. Por lo que dije y lo que callé. Lloré por la otra, y las otras que fueron, son y serán. Lloré por esos otros que también lo dijeron, que fueron y que nunca serán. Lloré por la ausencia, por la falta, por la soledad. Más que nada por la soledad. Por los errores que cometí. Por lo que no corregí. Lloré. Lloré por la desolación. Por no haber dicho las cosas que sentía. Lloré por la espera, por el tiempo. Por el amor.
Me enjugué las lágrimas, turbias, densas, espesas. Respiré. Una vez, otra vez. Mil. De a poco los músculos se fueron acomodando, el corazón realentando. Las nubes pasaron. Pero el cielo se seguía viendo gris.
No hay respuestas. Sólo preguntas. Sólo una pregunta: ¿por qué nunca soy yo?
Sí. Dirán: porque no era él. Porque cuando tiene que ser es. Porque ya llegará quien te quiera como te debe querer.
Mientras tanto la misma frase se repite otra vez. Otro hombre, otra mujer. Y por más explicaciones que me den, retumba en mi cabeza una y otra vez: ¿por qué no soy yo? Sólo se me ocurre pensar que es porque tampoco sos vos.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Los recuerdos no abrazan

Suelen haber situaciones, momentos, detalles que hacen mella, se fijan en nuestra retina, se adhieren a nuestro cerebro. Sensaciones, imágenes que nos asaltan infinitamente. Se repiten, una y otra vez, como una película de un cine continuado. Nos perturban. Nos dejan sin aire, nos quiebran el aliento, nos detienen los latidos. Necesitamos un suspiro profundo, una bocanada de aire fresco, un electroshock que nos devuelva a la vida.
Pasa cuando tenemos sexo con alguien. La escena recobra vida en nuestra memoria. Lo sentimos en la piel. Nos quema fantasmalmente el aliento. Son como polaroids, instantáneas de un momento que irrumpen aquí y allá, sin pedir permiso, quebrando, desestabilizando, rememorando. Los recuerdos nos acosan sin descanso. Las palabras llegan como susurros. Por días conviven con nosotros, en la vigilia y el sueño. Sin tregua, sin paz.
Pero también pasa con situaciones más ínfimas, más imperceptibles, más banales.
Tengo un recuerdo persistente y hasta físico que me asfixia. Él, quien me desvela, acostado a mi lado boca arriba. Mi brazo sobre su pecho desnudo. Inmóvil. Sin querer delatarse. Conteniendo una caricia. Él giró hacia mí. Puso su brazo alrededor de mi cintura, y el mío quedó en su espalda, cerca de un abrazo. Casi entrelazados. Su boca estaba a centímetros de la mía. Sentía su respiración. Los dos corazones latiendo al unísono. La penumbra de la luna entrando por la ventana. Un segundo. Diez. Doscientos. Una eternidad para mí. Luego giró. Se levantó. Se alejó. Pasó. Nada más.
Ahí está. Late. Cobra vida. Intenta permanecer, porque lo que es tan breve, se convierte en fugaz, y se pierde, se desvanece.
Hay otros. Los más pequeños son los que resisten. Los que dan batalla al olvido.
Algún abrazo. Algún roce. Palabras. Sonrisas. Miradas. Frases. Bailes.
Creo que nos siguen porque buscan crecer. Buscan convertirse en algo más. En un recuerdo perenne. Quieren dejar de ser una semilla, florecer, y seguir siempre verdes.
Se aferran tanto que aunque no maduren, nunca mueren. Quedan en el baúl de minúsculos tesoros.
Entredormidos, de vez en cuando despiertan, sorpresivamente, y nos roban el hálito, por un segundo, por miles, por siempre, otra vez.

domingo, 9 de diciembre de 2007

El secreto

Todas tenemos un secreto que hacemos lo posible por dejar escapar. Sí, no me equivoqué. No tenemos ninguna intención de guardarlo, lo que no encontramos, es la manera de liberarlo.

Es algo que nos pasa o nos pasó, que combina la mezcla entre prohibido e incorrecto. Un secreto a media voz. Parado justo en el borde de lo descortés. Se enfrenta sin temor al común de la gente, pero su composición compleja lo obliga a mantenerse desconocido para algunos. Es justamente esta valiente cobardía, o cobarde valentía, la que lo debate entre contarse, o silenciarse. Y ahí está él, burlándose entre las tinieblas del desconocimiento de aquellos a los que no podemos, pero justamente queremos relatárselo.

¿Nunca les pasó enamorarse del hermano de su mejor amiga, y querer decírselo justamente a ella, que es la menos indicada? ¿O saliste con un amigo de tu ex, con el que ahora sos amiga, y hacés lo imposible por deslizar frases que al menos lo hagan sospechar pero que te eviten la confrontación directa? ¿O salís con un cliente, que te acepta todos los presupuestos, y le hacés comentarios indirectos a tu jefe para de algún modo explicarle tu dudosa victoria? ¿O empezaste a salir con alguien con el que mil veces dijiste que no iba a pasar nada, que no era tu tipo y era insoportable, y tenés la necesidad irrefrenable de gritarlo, o más bien susurrarlo al mundo?


Claro que ante la pregunta directa sobre cualquiera de estos asuntos decimos que no, que no pasa nada… con una semisonrisa jactanciosa en los labios. Siempre dejamos la duda. Porque en realidad queremos desesperadamente que sepan… pero no.

Genera cierta adrenalina saber algo que el otro debería saber, que está en tus manos, que le restregás cuidadosamente en las narices, pero no termina de develarse. Te da cierto poder esta rara ironía.

Entonces deslizamos ciertas frases que revelan situaciones comunes, pero desencajan en el contexto. Sobresalen por la simpleza. Por ejemplo: “estuve leyendo el blog con Fernando”, cuando Fernando no tenia porque estar con ella ni leyendo justamente el blog porque antes no se soportaban. O: “sí, tu hermano me había contado”, ¿pero cuándo empezaste a tener relación con él? O le relatás a tu ex la cantidad de encuentros que tuviste con su amigo, porque les gusta compartir lo mismo, sólo con la necesidad de que en su interior perciba una realidad que titubea si salir a la luz.

Es la manera de aliviar la culpa, de silenciar un absurdo y casi conocido secreto. Porque de este modo no estamos tratando desesperadamente de ocultarlo. Sólo prolongando su descubrimiento. Le estamos dando tiempo para madurar. Para que el otro pueda aceptarlo antes de que pueda afrontarlo.

Quizás tanto preludio no es necesario para una ópera de barrio. Tanto preámbulo incremente una importancia que de ser directa sería claramente desvalorizada.
Sólo que cuando hay una señal que indica “no apropiado”, “no es la persona indicada para saber”, se necesita un pequeño prólogo que explique la novela.

Como es parte de la naturaleza femenina, y no podemos guardarlo, sólo puedo decirles: presten atención a las frases ajenas. Podemos ser nosotras a quien nos esconden.
Y si tienen algo que decir pueden divertirse con las pistas, pueden ser destructivamente directas, o pueden hacer un blog.

martes, 27 de noviembre de 2007

Casi

Hay alguien que casi es. Pero no es.
Todos tenemos un amigo del cual siempre nos preguntamos: ¿y? ¿por qué no?
Es más, nuestros amigos cuando nos ven juntos nos preguntan: ¿y? ¿por qué no?


Es caballero, dulce, simpático, divertido. Para uno tal vez es lindo, o “no es tan feo”. Hasta podés haber tenido una que otra recaída, o un par de caricias de más. Tienen química. Besa bien. O no. Jamás pasó nada, pero se cruzaron más que una mirada. Les gustan las mismas cosas: la misma música, las mismas obras de teatro, algunas películas, la misma comida, las mismas ciudades. Y tienen la suficiente cantidad de diferencias para que la vida no se torne monótona y aburrida.
O sea, cumple con tus requisitos, o con lo que uno cree que alguien tiene que tener para poder tener una relación. Si lo mirás objetivamente, casi no tenés que objetarle.
Pero claro, siempre hay un casi.
Y ese casi es igual a la breve distancia que separa la amistad del amor.
El casi es el condimento secreto de una buena comida. El casi es un rompecabezas sin una pieza. La chispa que encendería el fuego. El pensamiento sin la acción. Es casi un pero.
Entonces él está en una orilla, y una está en la otra. No hay un río. Ni siquiera un arrollo. Apenas una vertiente que se cruza con un paso.
Que ese cauce nos separe, ¿quiere decir que nunca vamos a cruzar? ¿O hay alguna posibilidad de que esta situación cambie? ¿Y qué hace falta: una balsa, una rama, una soga o un breve salto?
Si lo miramos por un rato, el amor casi está ahí. Casi.
Es como si casi lo encontráramos. Casi.
Pero, parece que cuando no se sabe lo que falta no se puede completar. Y si ninguno avanza el agua corre.
Entonces un poco de estoy que no hay, un poco de aquello que sobra, hace el casi que falta.

¿O puede ser simplemente ésta la mejor explicación de que hay una química que hace al amor realmente inexplicable?
Yo diría que casi.

martes, 20 de noviembre de 2007

Museo de las relaciones rotas

¿Dónde va el amor cuando se termina?
Hay interrogantes eternos. Que no tienen fecha de caducidad, y que permanecen por siempre vigentes, porque al igual que la fe, no tienen respuesta.
No hay un país aún no nombrado, un escondite indescifrable, una casilla postal, un cementerio de amores fallidos, un asilo donde ir a visitarlos cuando están seniles, o una terapia para estados terminales. Simplemente se esfuman. Se desvanecen. Dejan sombras y recuerdos. Cicatrices, como prueba de su existencia. Sólo podemos encontrarlos recurriendo a algunos objetos, a algunos regalos, a ciertas cosas que nos permiten que por un fugaz momento cobren vida, vuelvan, nos hagan sonreír o llorar, estremezca las fibras, y mágicamente, otra vez, desaparezcan. Alguien tratando de asirlo, de que no se escape, de hacerlo de alguna manera perdurable, de cierto modo perenne, decidió fundar el “Museo de las relaciones rotas”, donde se expone la evidencia física del amor. Aquellos deslucidos tesoros, trofeos de pequeñas victorias, ruinas de tristes derrotas. Vestigios de un amor que fue, que ya no es, que no será. Hologramas de la memoria.
Un celular que ya no suena, un oso de peluche de un aniversario, una esposas, miles de cartas, ropa, llaves, tarjetas, cds, una gomita de pelo.
Un lugar donde encontrar lo que todos alguna vez hemos perdido.
Así que tal vez nunca sepamos donde va el amor. Si se transforma, si se evapora, si simplemente cambia de dirección, o se adormece, o sólo muere y ya no está. Pero sí sabemos que podemos encontrar sus restos, propios y ajenos, para atestiguar que siempre andará por aquí o allá, que nace en unos y muere en otros, que se rompe y se diluye, y resurge, renace, se disuelve, se reencarna, se destruye, se engendra, y que se va, pero vuelve.


martes, 23 de octubre de 2007

Cuando ellos dejan

Sí, sí, ya hemos hablado de como ellas dejan, y como ellos dejan. Ahora, ¿qué sucede cuando ellos “nos” dejan? ¿Cómo reaccionamos ante la pérdida cuando no es nuestra decisión, cuando alguien se adelantó o simplemente nos sorprendió con un comunicado en el momento más inesperado? Porque a veces sucede, y ellos toman el timón que los lleva a otras aguas antes que nosotros.

Hay distintas reacciones y reaccionarias:

Está la llorona. Llora desconsoladamente, a “lágrima viva” como diría Girondo. La que se deshidrata en cuestión de horas, adelgaza 5 kilos en un mes. Se aferra a la almohada hasta dejarla empapada y cobijando hongos. Proclama a los 4 vientos que su vida no tiene sentido, que no entiende, que cómo pudo pasar. Se ahoga en el dolor. Escucha música lenta para desgarrarse lentamente. Se abraza a su peluche, o a una remera de él. Y sigue llorando. Habla con algunos amigos de sus amigos, tal vez hasta con su ahora ex suegra, tratando de encontrar la explicación que tal vez él no le dio. Hasta quizás le escribe una carta, preguntando, intentando por última vez. Relatándole cada detalle que los hizo felices, apelando a la memoria emotiva para ver si de alguna manera él reacciona, recuerda y vuelve. Y si esto no funciona, toca fondo en algún momento, y luego sale. Con su dignidad intacta, y un corazón cicatrizando a enfrentar la vida y buscar de nuevo.

Está la obsesiva. Que también llora desconsoladamente… pero no a solas. Ella lo llama hasta el hartazgo. No sólo el de él, sino el de todos los que lo rodean. Ruega, pide, suplica. Se rebaja, se degrada. Porque siente que ella no es nada sin él. Porque ella en realidad no lo ama, lo necesita. Y si cuando está sumergida en el fondo del lodo, pisoteada e ignorada, sus lágrimas no lo han convencido recurre a otra estrategia: lo amenaza. Le miente, lo asusta. Le echa la culpa de su desgracia y le refriega sus miserias. Lo putea, lo agrede. Lo acecha, lo persigue, lo acosa. Recurre a todo: teléfono, mail, visitas. Revisa su correo, pasa por la puerta de su casa, vigila sus horarios, averigua con sus amigos. Toma una combinación explosiva de antidepresivos y pastillas para dormir. Y cuanto más lejos él está, ella más siente que es el amor de su vida. Entonces el tiempo pasa, y ella sigue obsesionándose, mientras él rehace su vida, y ella sumida en la locura, lo sigue esperando, hasta convertirse en Penélope.

Está la superada. La que no se le cae una lágrima. Pone cara de nada, agarra sus cosas, da media vuelta y se va. Y él se queda más sorprendido que ella… pero aliviado (ojo: quizás éste sólo por orgullo o curiosidad vuelve). Llama a sus amigas, les dice que se separó pero no hay mal que por bien no venga, que no tiene tiempo que perder, y esa misma noche sale a bailar. Al día siguiente va a la peluquería, se corta el pelo o se cambia el color, se hace las manos, se da unos masajes. Se va de shopping: se compra zapatos, ropa, una cartera. Se mima. Se quiere sentir renovada, para volver a empezar. Pero distinta. Guarda las fotos y los recuerdos en una caja. Se pone a trabajar, se anota en baile, gimnasia. Conoce gente nueva. Ocupa su tiempo. Se compró una nueva vida. Y la herida cicatrizó, pero en algún momento sigilosamente, comienza una hemorragia interna. Pero como cualquier hemorragia sangra un tiempo, lo suficientemente breve para que no la desangre, se contiene, se cauteriza, y cierra.

Está la vengativa. A esta no le importa nada más que ganar la guerra, y todas sus breves batallas. Llora, grita, se calla, y empieza a planificar. Meticulosamente planea cada estocada. Intercala lo razón y los impulsos, si imprevistamente resultan en un golpe mortal. Te raya el auto, te quema los muebles, te demanda, te cambia la clave del banco y te saca la plata. Te hace fama de que sos gay o impotente. Te cambia la cerradura, y para cuando pudiste entrar te encontraste con un loft vacío: no dejó ni las paredes. Su capacidad de daño no tiene límite, y sólo termina cuando se consigue otro novio en quien depositar sus impulsos y razones.

Y está la feliz. Claro. La que no se animaba a dejarlo, ni decirle cómo. La que estaba actuando como un hombre. Y entonces respira. Se relaja. Sonríe. Se libera. Da la vuelta… y se va con el otro.

sábado, 13 de octubre de 2007

La duda

¿Alguna vez sentiste que te equivocaste con alguien? ¿Qué dejaste pasar la oportunidad? El momento se fue, el tiempo pasó, ya no está ahí. Y meses, años después te volvés a encontrar. En una cena. En la calle. Te mirás. Hablás un rato. Y te dice algo como: “vos desapareciste” “me quedé esperándote” “yo estaba solo”. Te preguntás qué pasó. Qué pensabas vos en ese momento. Por qué motivo estúpido o justificado en esa situación miraste hacia otro lado. Tal vez fue un impedimento cierto, o un malentendido, una pieza que faltaba, una información que se traspapeló. Y lo volvés a mirar. Y lo ves igual, pero distinto. Lo ves mejor. Hubiese podido ser. Debería haber sido. Te apenás. Porque seguramente el interés se fue, las ganas, el calor. Dicen que si tiene que ser va a ser. Pero claro, tal vez tenía que ser y no fue. Y ahora tal vez ya no será. También dicen que las oportunidades pasan una vez. Quien sabe. Igual, uno no puede dejar de preguntarse. ¿Y si…?

miércoles, 10 de octubre de 2007

Veo, veo...¿qué ves?

Tenemos una necesidad casi intrínseca, una curiosidad irrefrenable por saber que nos depara el futuro. No se si para caminar sobre terreno seguro, o para delegar la responsabilidad de nuestros actos a un supuesto destino. La cuestión, es que inevitablemente, en algún momento de debilidad e incertidumbre, de tristeza o indefinición, de desesperanza o emoción, acudimos a alguien con supuestos poderes de clarividencia o lectura de algo para que nos diga qué es lo que está por venir. Como comprar el ticket de un viaje con garantía.
Tarot, cartas españolas, runas, borra del café, quiromancia, numerología, ángeles, I-Ching. Hay tantos métodos como dudas. Todo sirve a la hora de buscar una respuesta. O varias.
Y allí nos dirigimos. Siempre con la esperanza de que todo vaya a ser mejor de lo que es, de que vayamos a conocer o conseguir nuestro amor en cuestión de semanas, o preferentemente días, que el trabajo de nuestros sueños nos esté esperando a la salida de la consulta, que tengamos fama, dinero, felicidad, hijos, poder, bienestar, salud, éxito, amigos. Claro, nunca esperamos una mala noticia.
Lejos están de ser las brujas con verrugas en la nariz, y tugurios oscuros y tenebrosos. Ahora son hombres y mujeres normales y modernas, muchas hasta con títulos en la pared como para respaldar las declaraciones por venir. Ojo, no quiere decir que no nos vayamos con miedo más de una vez.
Vamos preparadas, con primero segundo y tercer nombre de quien queremos averiguar, fechas de nacimiento, colores preferidos, número de calzado, nacionalidad de la abuela. Y casi siempre salimos felices, esperando que llegue cada uno de los momentos que nos acaban de describir. Entonces creemos, confiamos, decimos: “no sabés como le pegó”, “me dijo exactamente como soy”, “no se como lo supo”. ¿Y cuándo nos dicen algo que no nos gusta? “al final no se para que fui, si no le pega en nada”, “fui a buscar una respuesta y a sentirme mejor y salí peor que antes”, “ahh, sólo voy a divertirme, si total no creo en nada de esto”. Pero automáticamente buscamos otro teléfono y llamamos a otra para que nos diga todo lo contrario a lo que nos acaban de decir, para que nos vendan lindas fantasías que nos mantengan contentas hasta el momento predicho, y bueno, ahí veremos. Pero claro, ¡esta última si que sabía!
Y sí. Qué simple sería poder saber que nos va a suceder. Ya sea para aceptarlo y esperarlo con ansias, o para intentar cambiarlo hasta lograr lo que deseamos. Hace poco escuché en una película: “we can’t prevent what we can’t predict”. Es así. No podemos prevenir, porque realmente no sabemos que va a venir.
A veces le aciertan, a veces deducen, a veces se guían por gestos y palabras, y a veces nos inventan cualquier cosa. Por eso puede ser una experiencia divertida, estimulante o quizás escalofriante y decepcionante, si no escuchamos lo que queremos.
A mi me han sorprendido y defraudado. Y la única conclusión a la que llegué, es que más allá de que sea cierto o no, lo que vaya a suceder depende simplemente de mi. Entonces decido evitar la tentación de solucionar mi futuro dejándolo en manos de las adivinas, pongo mi mejor empeño, me equivoco en el camino, y si me queda alguna duda, tengo “La Mágica Bola 8” en mi casa, y dejo mis dudas y consultas que se responden sólo por sí o por no en la intimidad.

miércoles, 3 de octubre de 2007

La estupidez emocional

Dicen que hay una inteligencia emocional. Como cada cosa tiene su opuesto, o su complemento en el mundo, debe existir por simple deducción entonces una “estupidez emocional”.
Algo que nos haga actuar y reaccionar de la manera contraria a la que indica la razón.
La mía consiste en convertirme en una completa idiota cuando alguien me interesa.
Es un golpe de estado del corazón. Desaparece cualquier vestigio de raciocinio. Se deshace cualquier tipo de estrategia, y todo se limita a una táctica absurda e infructuosa. Se entorpecen mis actos, mis palabras, mis gestos. Dejo de pensar con claridad. O dejo de pensar. Punto. Me ganan los nervios. Me delata la ansiedad. Ni siquiera soy capaz de sostenerles la mirada porque me ruborizo y me siento expuesta. Trato de convertirme de una manera innecesaria y hasta involuntaria en la mujer que al otro le gustaría: que me guste correr si le gusta correr, o hacer deportes de alto riesgo, o esquiar. Sepanló: NO ME GUSTA HACER DEPORTE. Miro las series que a él le gustan para tener de que charlar. Pretendo ser liberal, superada, la que quiere una relación sin compromisos, esperando después que un día él cambie de opinión.
¿Y entonces qué pasa? Un día ese hombre que hice tantos esfuerzos por conquistar, aparece completamente enamorado de otra. ¡Qué es exactamente como soy yo en realidad!!
Se como conquistar a casi cualquier hombre que me proponga y no me interese. Y no porque sea una mujer extremadamente hermosa, ni tengo un cuerpo privilegiado, ni soy hiper sexy, y ni siquiera desproporcionadamente femenina.
Entonces, ¿por qué no puedo usar mi astucia, habilidad, manipulación y el cálculo para conseguir al hombre que quiero?
Justamente porque padezco de estupidez emocional, y con sentimientos involucrados se anulan las otras facultades.
Creo que cuando alguien no me interesa soy natural, no tengo posturas, no trato de ser algo que no soy, no trato de demostrar. Y aún más, la cabeza despejada, el corazón frio, y la mente alerta, son claramente armas de seducción en la batalla de la conquista. Son como la luz que nos guía ciertamente hasta la meta, porque no hay sentimientos que nublen el camino.
Envidio un poco a esas mujeres que pueden ir dosificando las entregas, dando un poco, sacando otro, equilibrando, atrayéndolos lentamente como una presa a una trampa segura. Aquellas con un plan, que se guían por la razón y dejan el embeleso para cuando hayan alcanzado el objetivo. Esas que las que estamos de este lado de la vereda denominamos “yeguas”. A mi no me sale.

Así que si no podés ser una de esas, si vos también sufrís de este síndrome que te anula la sinapsis neuronal, creo que lo más inteligente que podemos hacer es ser auténticas. Y ya que nuestra razón ha sido tomada, no acudamos en su ayuda a fin de evitar errores. Total el corazón es siempre inimputable.
Después de todo, es lo que hay. Esta soy yo, con lo bueno, lo malo, lo distinto. Alguien dijo que en la variedad está el gusto. Yo sería la variedad de muchos, hay que encontrarle el gusto.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Lo que ellas esperan

1) Encontrar al hombre de tus sueños
2) que no te salga celulitis, ni estrías, ni flaccidez… y si ya tenés, que desaparezcan
3) que la ley de gravedad no te haga efecto
4) que te venga… y se vaya pronto
5) que no te duela
6) que él te llame
7) que aquel no te llame
8) que empiecen las liquidaciones y todavía esté lo que te gusta
9) que hagan zapatos de tu número
10) comer una torta entera de chocolate y que no te engorde
11) que no haya humedad después de hacerte la planchita
12) que no llueva o te venga cuando te vestís de blanco
13) que cuando querés usar una remerita no te la haya usado tu hermana y te la haya dejado sin lavar
14) que él por fin decida comprometerse
15) que no seas la única soltera en un casamiento… o que seas la única y muchos hombres solteros
16) que tus amigas se pongan de novias y no desaparezcan
17) transformar a un gay
18) que una vez que te depiles mágicamente te dejen de crecer pelos… ¡para siempre!
19) que tu novio le caiga bien a tus amigas… y tus amigas a tu novio
20) que se acuerde de lo que te guste cuando te elija un regalo y no le erre el talle
21) que en el verano pierdas sin esfuerzo los kilos que aumentaste en un invierno repleto de chocolates y tortas fritas
22) que él cambie
23) que su muñequito de Messenger se ponga en verde
24) que las arrugas se rellenen realmente con colágeno y retinol
25) que el amor dure para siempre
26) que él sepa que hacer cuando te lleva a la cama
27) que se corte la luz cuando está Fútbol de Primera o se queme la Playstation
28) que te sorprenda
29) que le caigas bien a tu suegra
30) que te vuelva a crecer el flequillo
31) que el hombre que te dejó, se de cuenta que está enamorado de vos y vuelva un día a buscarte…
32) … y que estés con otro
33) que te pruebes el talle que siempre usás y te quede grande
34) tener un cuarto entero repleto de ropa…. y otro entero repleto de zapatos
35) que el amor no duela
36) que tu verdadera genética un día se despierte y tengas el cuerpo de Dolores Barreiro o Pampita
37) que cuando conocés a tu cuñado no sea mas lindo, simpático, divertido e inteligente que tu novio
38) que no se te arruine el esmalte cuando terminás de hacerte la manicura
39) que los productos cumplan las promesas: que el rimel alargue y aumente las pestañas, que la crema reduzca centímetros, que la tintura tiña las canas, que el shampoo deje el pelo suave, sedoso y brillante.
40) que él te escuche, te preste atención y te entienda.

martes, 18 de septiembre de 2007

El psicópata

Este es el segundo prototipo. A este hay que de verdad tenerle miedo: deja cicatrices imborrables. Las va marcando, a fuego lento, y una va disfrutando en ese doloroso placer, hasta que un día se da cuenta que está completamente quemada.

El psicópata

Definición: hombre que padece de un servero trastorno de personalidad y relacionamiento encubierto, que disfruta de un juego de seducción, manipulación y poder, al que la mujer se sentirá involuntariamente atraída hasta quedar envuelta en una relación casi enferma (a veces deja de ser casi) y dependiente de la que le costará mucho tiempo, quizás años, salir y sobreponerse.

Descripción: Es un conquistador nato. Maneja perfectamente la estrategia, y qué tácticas utilizar para alcanzarla. No busque en rasgos físicos, se esconde detrás de cualquier fisonomía. Aunque seguramente tendrá una mirada cautivante y misteriosa. Sus víctimas son siempre mujeres con la autoestima baja. Y si no la tenían, llegan a desgastarla tanto, que su valoración cae hasta el punto en que no son capaces de dejarlos porque sienten que ya nadie va a amarlas como él. Ejerce una fascinación indescriptible, e incontrolable. Sí, creo que también injustificable. Porque cuando quiere demostrar amor, lo hace al extremo, de manera pasional, sorpresiva e inesperada. Sin cálculos ni medidas. Luego comienza la etapa oscura, repleta de gritos, reproches, recriminaciones, celos. A continuación las desapariciones, las ausencias, los silencios. Y ella extraña, añora, desespera. Busca al primero, a aquel que recuerda en sueños, al que la hace suspirar. Pero es el que paulatinamente, sin percibirlo, cada vez se muestra menos. Ella se queda prendada de una ilusión, de una actuación fugaz, de una puesta en escena. Luego el telón se cierra, los disfraces se guardan, las caretas se caen, y queda el ser despojado de belleza. La sombra de lo que nunca fue. Simplemente queda lo real. Sólo que de vez en cuando, cada vez que esté a punto de perderla, cada vez que la sienta lejana, volverá por sus disfraces y montará un nuevo acto. Y así, una y otra vez. Una y otra vez. Y las tendrá ahí, a su merced, embelesadas, idiotizadas, glorificándolos, necesitándolos. Presas y entregadas. Se apodera de ellas como una soga que las ata, como una droga que las hace adictas.

Características: seductor, mitómano, manipulador, egoísta, desconsiderado, temperamental. Adictivo. Es como una montaña rusa que mezcla el placer y el dolor, aunque no siempre en la medida justa.

Conducta repetitiva: Ponerlas a prueba hasta encontrar el límite, para ver hasta donde se extiende su dominio, para comprobar la incondicionalidad. Va y vuelve. Está con una pero se enamora de otra. Oscila entre el amor y el desprecio.

La clave: Self preservation. El psicópata es como el golpeador. Lo hará, lo disfrutará, y volverá a pedir perdón de alguna manera. No deje que ese breve instante de arrepentimiento la enceguezca. No es más que parte del proceso. Volverá a lastimarla, a maltratarla, a rebajarla. Porque su mayor satisfacción reside en el poder dominarlas. Es difícil identificarlos en el comienzo, generalmente se lo ve cuando ya está enamorada, y es difícil desprenderse. Entonces, por si acaso, nunca deje que le pongan el pie encima, o la arrollen directamente.

Recomendación: Mantenga siempre alta su autoestima, es el mejor escudo contra ellos. Cuando una se valora el psicópata no tiene lugar por donde atacar, no tiene flancos. Y si aún así ha caído en sus garras, cuando se encuentra a si misma justificando todas sus acciones, cuando se encuentra aferrándose a la esperanza de que él algún día él va a enamorarse aunque le esté diciendo en la cara que usted no le importa, cuando todas sus amigas le estén diciendo sinceramente que él está loco: CRÉALES. Haga un esfuerzo, deje de la do los sentimientos y escuche a la razón (en este caso aplica y es absolutamente válido). Si no, en 10 años, se encontrará maltrecha y desesperanzada esperando a alguien irreal.

jueves, 30 de agosto de 2007

Si Peter Pan viniera

Cuando somos chicos vivimos en el constante desequilibro emocional. Balanceándonos de un extremo a otro, adicionándole a cada acto un sobrepeso imaginario. Vivimos en la desmesura de la infancia, y el desenfreno de la adolescencia donde se magnifica el amor, la amistad, el odio, la tristeza, la esperanza, la desolación, el dolor, la alegría, el llanto. Es todo o nada. Tenemos mejores amigas, amamos para toda la vida, sufrimos para siempre, lloramos como Girondo, odiamos hasta el tuétano.
Nos salimos de los márgenes, para pintar la vida más allá de los contornos. Porque no hay grises, sino arco iris.

Hasta que los años nos encajan en injustas medidas.
Y entonces evaluamos, razonamos, justificamos, medimos, analizamos, calculamos. Nos atenemos al espacio limitado al que somos confinados. Nada existe más allá del horizonte que alcanza nuestra vista. Todo es hasta aquí, porque no hay nada más allá. Entonces hasta los sueños comienzan a ser inverosímiles. Y dejamos de creer, de esperar, de sorprendernos. Y sólo lo que es posible y mesurable se concibe como real. Se supone que vamos encontrando el equilibro, porque los extremos no son buenos.

Adiós a las hadas y los duendes. A los monstruos detrás de las puertas. A los cuentos de princesas hechos realidad. A los elefantes dentro de las boas. A los juegos, a los besos porque sí, los amigos imaginarios, los novios de mentira.

Llegaron los números, los contactos, los compromisos, los protocolos, las reglas, los horarios, las responsabilidades, los cuidados.

Se esfuma con el tiempo el encanto de la improvisación, de la sinceridad, de la expresividad. Se pierde la espontaneidad de un abrazo sin premeditar, las lágrimas sin contención, el te quiero infinito, el pacto indestructible.

Se deshace el hechizo. Peter Pan se va por la ventana. Nos quedamos como Wendy. Y sin darnos ni siquiera cuenta, lo traicionamos, y nos volvemos adultos.

jueves, 23 de agosto de 2007

Los hombres las prefieren Geishas

Si estudiaste para tener una carrera profesional, tenés un trabajo que te permite mantenerte sola, tenés tu casa, tu auto, tu ropa, tus viajes. Si terminás de trabajar y vas al gimnasio, hacés kick boxing, squash, pilates, corrés 5 km por día. Vas a canto, a un curso de aromaterapia, a teatro. Si cuando te queda un día libre te repartís entre tus amigos y tu familia. Y aparte, sabés cocinar, podés elegir un buen vino, hablar de fútbol y economía…. Pero estás sola… querida… ¡ahí está la respuesta!

Los hombres fingen buscar una mujer independiente, cuando en realidad lo que buscan es alguien que necesite de ellos para subsistir, tomar decisiones, que les resalte el ego y no los opaque, ni los haga sentir ni por un segundo inferior. Que los deje ser la cabeza de la relación, para poder recostarse plácidamente en la quietud del reino de Neanderthal.
Lo que básicamente buscan es: una geisha.
Alguien que defienda una cultura arcaica embanderando la feminidad bajo un transparente manto de machismo.

La autosuficiencia femenina es un tema tabú, que en el fondo genera más desprecio que admiración. “Es una machona”, “quien se cree que es”, “malco”, “feminista”, y cantidad de frases por el estilo que van desde la tímida defensa de las murallas masculinas hasta la más feroz estrategia de ataque.

Claro, que una tiene que aprender las reglas para comportarse si tiene una cita: él debe pagar no importa cuan exorbitante sea la cuenta (ojo, en las eternas contradicciones que tienen igual quieren que saques la billetera y aunque sea amagues); no debés tomar la iniciativa; no debés conocer ningún telo; debés dejar que te pase a buscar él con su auto, o inclusive en el taxi aunque tengas que guardar el tuyo en la cochera (a menos que tengas un super auto, él sea un interesado con ganas de alardear y entonces va a estar encantado, pero no te va a durar más que dos salidas); dejar que te maneje en la cama aunque no tenga la menor idea de cómo ponerte; tomar daikiri, vino, Baileys, no whisky o vodka puro; leer la Cosmopólitan y siempre dejarlo ser la estrella.

Y si empezás a entablar una relación más duradera, también tené en cuenta: no tenés pasado, ganás menos que ellos, tenés siempre tiempo para él, aprendés a cocinar (preferentemente como su madre) y soñás con ser ama de casa pero en un futuro muy lejano, porque si no, también se asustan.

Hay que delimitar el impreciso contorno entre el machismo y la caballerosidad, tras la cual se defienden en cualquier batalla, porque una nos ahoga y la otra nos realza. Pero claro, eso nos lleva a otra nota.

Lo que las geishas no se dan cuenta, es que terminan convirtiéndose en la sombra de alguien, y cuando se va, dejan de existir. Se quedan sin nada: trabajo, dinero, amigos, intereses, ¡vida!

Son muy pocos aquellos que se atreven a atravesar el laberinto de los prejuicios de la mano de una mujer autosuficiente al lado y encontrar la salida. Un amigo siempre me dice. “dejá de leer Ana Karenina en la playa, llevate la Para ti, y escondé el libro atrás de la revista, hacete la boluda, decí que sos recepcionista, poné cara de nada, y así vas a conseguir un novio”.

Los hombres quieren que los necesites, porque les cuesta entender que la mejor pareja es la que se elige. La que comparte y no compite. Porque en palabras de ese mismo amigo que está casado con una mujer brillante: “lo que no se dan cuenta los hombres, es que con una mujer inteligente, todo es más fácil”.
Porque hay más entendimiento, menos celos, menos posesión, más libertad. Porque cada uno tiene su vida independiente y se juntan para compartir lo que quieren y no lo que deben.

Así que amigas, en ustedes está la decisión.
Para conseguir uno de estos hombres que tanto abundan, parece que la solución es hacerse la boluda. Engañarlos hasta que caigan. Y cuando estén muertos de amor, poner ovarios y sacar la mujer que hay en vos.

Y si no… tener todo el tiempo esos mismos ovarios para ser la mujer profesional, exitosa, independiente que llegaste a ser, hasta que llegue aquel hombre de los que no abundan y por eso son tan difíciles de encontrar, que te descubra, te admire, y te quiera sin engaños por lo que de verdad sos.

Claro que, si por naturaleza sos una geisha, todo es más fácil.

viernes, 17 de agosto de 2007

Mi gran amor

Al enano.

Hay historias que no pueden transmitirse a menos que hayan sido compartidas. Las palabras no expresan lo suficiente, pierden el calor, la pasión, la emoción desmedida. Por eso aunque ponga mi mayor esfuerzo, no se si podrán comprender cuan realmente grande fue esta, mi gran historia de amor. Si tienen ganas de leer, tomensé su tiempo. Porque hoy voy a hacer el intento. Porque hoy me animé a recordarla.

Siempre hay un recuerdo fundacional. No puedo ver el día que te conocí, pero sí el día de tu cumpleaños 29, quince días después de haberte conocido, en el que yo te cargaba y vos pensabas: ¿y esta pendeja quien se cree? Claro, no te gusta cumplir años. Entonces yo no lo sabía. Después blanco, imágenes difusas. Hasta un 23 de julio en que teníamos una fiesta del equipo de trabajo. Y nos sentamos juntos, hablamos mucho, y al terminar me dijiste: gorda ¿te llevo? Sí claro. Entonces otro compañero que vivía cerca te dijo: me llevás también. Vos te preguntaste: ¿por qué me molestó que el viniera? Yo sin motivo aparente me sentí molesta. Ahí empezó.

La vida nos puso en el mismo lugar de trabajo para compartir interminables horas diarias, vos como ejecutivo yo como secretaria. Yo era una nena de 21 años que salía de su primer relación en serio; vos un hombre de 29 con un matrimonio equivocado a cuestas.
El amor es algo inevitable. No se detiene e pensar obstáculos, ni circunstancias, ni razones, ni impedimentos, ni contratos. Como diría Cortazar, “Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en el medio del patio”.

Empezamos a hablar más. Te mostré mis poesías. Me contaste tu vida. Viajábamos juntos en tren, aunque vos tuvieras otro que te dejaba más cerca, sólo para conocernos. Nos mirábamos mucho. Ojos negros, pestañas infinitas. Ojos de pillo diría mi amiga. Y tenía razón. Mujeriego, descarado, seductor, desprejuiciado. En una conversación corriente vino una primer declaración desubicada ante mi pregunta: ¿por qué lo hiciste? Y asomándote sobre el escritorio me contestaste: Porque te quiero.
Las palabras salieron sin pensar, yo me quedé sin pensar.
Jugando el destino nos llevó a un mismo bar, una noche que tu mujer estaba de viaje, y yo estaba en un festejo con amigos. Misma noche, mismo lugar. No nos vimos. No lo supimos hasta el lunes.
Entonces las cartas estaban echadas. Vos pensabas en mi tirado en tu casa escuchando Aspen, yo hablaba de vos con mis amigas. “los ojos te brillan” me decían.

Un casi beso en un viaje en auto. Hasta que el 23 de agosto con el auto aún en marcha y sin frenar te diste vuelta y me diste un beso. El mundo se desvaneció, las barreras se derrumbaron, las excusas desaparecieron. Sólo nos fundimos ahí en un momento eterno. En el mejor primer beso que me hayan dado. Suspiramos. “¿Qué sentiste?”. “No se”, dije confundida. “¿Y vos?” “Quilombo”.

Nos volvimos locos. Nada importaba. Eramos tan evidentes, tan obvios. Cafés de horas. Charlas por teléfono en la oficina. Mensajes en la pc. Mails. Cartas. Siempre y en todo momento cartas. Viajes. Caminatas. Roces. Miradas.
En el departamento de un amigo que sería siempre nuestro refugio nos encontramos. Y fue amor. No fue solo sexo. Fue todo. Fue increíble, éramos dos almas y cuerpos fundidos. Era mágico. Era único.

Nos encontrábamos casi todos los viernes a la mañana, cuando se supone que yo tenía facultad y vos trabajo. Y nos fuimos enamorando. Locamente y sin control.

Como todo pasaba los 23, a fin de ese año intentamos separarnos para que recuperaras tu matrimonio. Sólo hizo falta que volviese a ser 23 para que volviéramos a estar juntos.
Hoy se agolpan los recuerdos como un torrente incontenible. Recuerdo tus besos, abrazos interminables, tus ojos profundos, tus lágrimas y las mías, miles y miles, los sueños juntos, las charlas eternas, los viajes en secreto, poemas y canciones dedicadas. Recuerdo el día que me dijiste te amo por primera vez ese 14 de febrero mientras me abrazabas en la cama y yo corrí a prender la luz para decirte: “mirame y decímelo de nuevo”.

Sólo algunas anécdotas que nos quedaron talladas en los huesos:
Un evatest que dio negativo, y vos llorabas porque querías que fuera positivo.
Un viaje que te volviste antes sin decirle a tu mujer para ayudarme a estudiar para un final.
Besos en el ascensor del trabajo, en la oficina, en el baño. Donde hubiera un segundo, donde hubiera un lugar.
Vos viniendo a buscarme a mi casa con cualquier excusa.
Una torta entera por el día de la dulzura.
Un día de spa en lugar de un día de trabajo.
Todas las mañanas que hacíamos el amor con lluvia. Siempre llovía.
Una escapada mía a Montevideo de sólo una noche mientras vos estabas allá por trabajo. Yo te dije: tengo un pasaje, querés que vaya. Y vos sin creerlo todavía: Bueno, vení.

Hasta que empezaron las peleas. Porque no te separás. Porque no puedo. Entonces no quiero verte más. Es el fin. Me cansé. Todo se iba desmoronando. Eramos distintos en los modos, en las maneras y en los tiempos. Vos tan Vargas Llosa y yo tan García Marquez.
Claro, y después de perderme, un 23 obviamente de septiembre, te fuiste de tu casa. “te amo, te extraño mucho y no puedo dejar de pensar en vos. Esperame.”

Volvimos. Fuimos. Vinimos. Lloramos. Nos separamos. Volvimos. Lloramos. Los dos nos hemos rebajado, degradado, suplicado tanto. Eso no importa en el amor. Pero el tiempo nos estaba jugando en contra. Se acentuaron tus celos descontrolados, tus gritos, tu ímpetu, las peleas. Se agotó mi paciencia. Me llamaste. Te corté. Me llamaste. Te corté. Me mandaste rosas. TA decía la tarjeta. Así firmabas siempre. Era tu manera de decir te amo. Era tu manera de decirme que eras vos. Otra charla, dos horas de negación, comenzó el llanto, y no quiero sufrir más. Y yo no puedo vivir sin vos. Y como siempre, como cada vez, terminamos abrazados. Llorando. Besándonos. Volviendo.

Más idas. Más vueltas. Hasta que en mayo se terminó. Me agoté: de esperar a estar juntos y bien, de esperar ahora no la separación si no el divorcio, de vivir oculta. Y dije: no te quiero ver más. Y vos: te prometo que me voy a olvidar de vos.

Sí. Hay experiencias irrepetibles e intransferibles. Aunque ya lo sepas, otra vez: me reí como con nadie en la vida. No se necesitaban motivos. Creo que era la alegría de estar juntos. Tuve el mejor sexo que tuve hasta ahora. El mayor romanticismo. La mayor entrega. Tanta locura, tanta pasión, tanta química, tanta piel, tanto desenfado, tanto desenfreno. Fue la hipérbole del amor.
Y sí, también tuve una espera eterna que nos fue desgastando. Sentir que siempre había algo más importante que yo aunque dijeras que me amabas más.
Hubiese querido tener la oportunidad de que me quisieras libremente y sin reparos. De amarnos en una situación normal para que la comparación fuera más justa. De este modo el recuerdo a la distancia de nuestra relación esta distorsionado por la situación.

Pasaron los días. Los meses. Vos estabas de novio. Yo también. Un año después de tanto odio y rencor y resentimientos acumulados, le pregunté a tu mejor amigo por vos. Y él, ni lento ni perezoso, junto con mi mejor amiga que me había acompañado en toda la historia, nos organizaron un encuentro.

¿Qué puedo decir? Nos miramos. Los recuerdos me abrumaron. Era como si no hubiese pasado el tiempo. Nos abrazamos horas. Nos reímos. Volvimos a encontraros. Otro día, un beso, una caricia. Y así. Siempre así.

8 años.
Sí, 8 años volviendo a esos mismos brazos. En busca de todo: amor, consuelo, sexo, amistad, compañía, pasión, risas, caricias, abrazos. Tuvo muchas novias en esos años. Nunca dejó de estar conmigo. Sí, yo era una pelotuda. Yo siempre lo estaba esperando, por momentos conciente y por momentos inconscientemente. Siempre pensando que un día se iba a dar cuenta que seguía enamorado de mi. Sí, también todos sus amigos decían eso. Menos él. Aún así, era él el que siempre volvía. Pero yo siempre lo aceptaba.
En el único momento que yo estuve de novia en esos años fue cuando él se fue a vivir a Tailandia durante un año. Yo corté antes que él volviera. Y a pesar de mis negaciones, de asegurar que éramos sólo amigos, que yo no iba a volver a caer, que todo había pasado. No había pasado.

Hubo miles de discusiones. De agresiones, de dolor. Heridas que se iban abriendo pero nunca cerraban. Sí, acá conté lo mejor. Pero también hubo de lo peor. Como en todas las pasiones. Los desengaños, las mentiras, la desilusión, el dolor. El desgarro.
Porque nunca había amado así a nadie. Porque nunca volví a amar así a nadie más.
Fue todo el amor y todo el odio. Toda la alegría y todo el sufrimiento. Juntos.
El ya no es él. Yo ya no soy yo. Los dos cambiamos. Fue un temblor que nos desmoronó la vida, y nos hizo reconstruirla de manera distinta.

Claramente el es mi Mr. Big.

Pensé siempre que de algún modo, un amor tan heroico que franqueó todas las barreras para estar juntos, iba a lograr que termináramos felices.
Pero no. Hace un año y medio. Cuando por vez número 20 me dijo un día como si nada: “estoy conociendo a alguien”, después de estar todo el tiempo conmigo, lloré. Lloré. Sin parar. Sin consuelo. Sin pausa.
Le escribí un mail, porque no quería devoluciones, no quería que quisiera convencerme otra vez. En resumen decía: “estuve esperándote 8 años. Y sigo aquí sola. Y no quiero seguir estando sola. No te culpo por haberte esperado. Fue mi elección aunque vos colaboraste para mantener mi ilusión a tu manera. Pero no quiero volver a verte, ni hablarte. Necesito que esta vez respetes mi decisión.”

La respetó. No hubo respuesta.
En mayo el cumplió 40. Todo un número. Más para alguien que no le gusta cumplir años. Le mandé un mail simplemente para saludarlo. “Hola enano:…..” Así lo llamé siempre. El me decía, gorda, pendeja, cuco.

Me quiso ver. Nos encontramos en mi casa nueva. Sin saber que iba a sentir. El me abrazó. Quiso hacer los mismos chistes de siempre. Pero ya no me causaron gracia. Ya no había piel. Ya no había amor. Solo vestigios del pasado. O una coraza impenetrable. El aire estaba hasta un poco tenso. Se fue. Y entendió que no tenía que volver a llamarme. Que este no era un nuevo comienzo. Que no había nada a que volver. Y fue el fin.

Leo esto y me ahogo, y aún así no se si pueden sentir lo que fue. Sólo lo sabe mi corazón, mi alma, mi piel, mi memoria. Porque hay algo que nos une de más allá, de otros tiempos, de otra vida. El me amó dos años. Yo lo amé ocho.
El balance me da negativo.
Tal vez desde afuera no parezca una historia de dos. Tal vez no, pero es la mía.
Y a pesar de que hoy ya no siento nada por él, prefiero por las dudas no acercarme, porque nunca voy a borrar el recuerdo de lo que fue. Porque como le dije a él tantas veces, un amor así, “this kind of lightening only happens once”

lunes, 6 de agosto de 2007

Por qué siempre volvemos a los mismos brazos

Hay un lugar, un hueco en el pecho que nos es conocido. Donde nuestro cuerpo encaja perfecto, se amolda, encastra. Donde los latidos son una melodía que se evoca en el recuerdo. Aquellos brazos que saben abrazar, que nos cobijan y resguardan. Que dan calor como una manta vieja. Que nos esconden de nuestras propias penas y sollozos. Que ocultan nuestras debilidades. Que no preguntan, sólo intuyen. Que no juzgan, ni evalúan, ni averiguan. No traicionan.

Son los brazos de un viejo amor, un ex, un amigo incondicional. Los que siempre nos esperan en el momento de necesidad. A los que regresamos una y otra vez, incansablemente, a buscar amparo, cariño, contención, comprensión, silencios, sexo. Ellos saben como actuar en cada momento. No hay nada que explicar, ni que decir, ni que pedir. No hay nada que aprender, ni descubrir. Allí está todo dicho, todo hecho. Un recorrido que se hace a ciegas. El sendero fácil por el cual transitar. Sólo hace falta un gesto, una mirada, un roce, una sonrisa de más. Es tan simple saber donde comenzar, seguir y terminar, sólo dejarse llevar, entregarse y disfrutar.

Para sanar las fisuras del alma, calmar la angustia, tapar las penas, volvemos siempre a los mismos brazos.

Pero en ese tibio espacio donde nos sentimos tan seguras no hay amor. Hay resabios de cariño, de historias compartidas, de confianza desgastada, de esperanzas verdeagua, de sueños ya dormidos. No hay futuro. Sólo el resurgir de un pasado que se hace presente repentino, escueto, fugaz. Sirve para paliar la soledad. Para hacer menos duro el camino. Para saciar la sed. Para sentirnos irrealmente queridas y deseadas. Hasta que un día nos damos cuenta que en esos brazos sólo hay vacío. Que no nos completan más de lo que nos quitan. Eclipsan el amor que está por llegar. Ocupan el asiento que todavía esta frío a la espera de quien pronto vendrá.

Yo volví durante 8 años a los mismos. Sí, es una historia que ya les contaré cuando me anime a recordarla. Porque ni la risa, ni la confianza, ni la comodidad, ni la desnudez, ni la exposición, ni el antes, ni el durante o después fueron iguales en otro lado. Siempre estaré agradecida porque estuvieron ahí, pero a la distancia no dejaron más que sombras y un sabor agridulce. Y hoy tal vez podría habría otros, que cubran ese breve espacio en que el amor no está. Pero…

Hoy no quiero un consuelo, un paliativo al dolor, una limosna de cariño, una burbuja en el tiempo, un retazo de ilusión, buen sexo sin amor.

Hoy quiero a aquel desconocido que trae nuevos aires y promesas, un renovado aroma al despertar, una piel inexplorada, una boca a estrenar, un cuerpo que descubrir, un hueco extraño en el que aprender a acomodarse.

viernes, 3 de agosto de 2007

Entre el bien y el mal

A veces siento que la balanza entre el bien y el mal está totalmente desequilibrada. Que le va mejor a aquellos que no tienen principios, moral, costumbres, respeto, valores que a los pobres tontos que sí. Se ve que la gente se está dando cuenta, porque cada vez hay más y los buenos somos una especie en peligro de extinción.Y no sólo hablo al nivel más filosófico de la vida. Sino de la manera más ingenua y simple de vivirla y disfrutarla. No hablo sólo de delincuentes, corruptos, ex novios descorazonados, materialistas ambiciosos insensibles, turras traidoras, falsas amigas. También hablo de aquellos que se lanzan a la vida sin prejuicios ni controles, sin reglas ni medidas. Los que viven en el exceso. Los que quieren llevarse todo en un instante porque prefieren una vida corta y repleta de sensaciones que una larga vida opaca cargada de frustraciones. Aquellos que nos hacen sentir hasta un poco pacatos, recatados o aburridos.
Tal vez esta actitud de cuidar, de mantenerse en el lado seguro de la orilla, de no embarcarse sin rumbo, de no lanzarnos sin red hace que obtengamos lo poco que esperamos, y nos perdamos lo que no podemos imaginarnos. Sí, viviremos cómodos y confortables, alcanzando o quizás rasgando una efímera felicidad. Pero donde queda el desenfreno y la euforia. La ceguera del brillo fugaz. Los quince minutos de fama.
El estilo moderado nos deja fuera del frenético tren de la juventud eterna. Y si queremos subirnos, nos asusta la velocidad.
Por algo se hizo famosa la frase que dice “Good girls go to heaven, bad girls go everywhere”.
El que no tiene miedo de lo que puede perder suele tener mucho más por ganar. El impulso y el desparpajo lo liberan de la moral y las buenas costumbres, del protocolo riguroso, de las normas y regulaciones, de las ataduras y la seguridad.
Miren a su alrededor. ¿No sienten que al peor de todos le va siempre un poco mejor? Al político que nos roba, al novio que no le importamos y nos dejó sin explicaciones, a la amiga desconsiderada frívola y superficial, a la que caga al marido millonario con el profesor de tenis, al cantante exitoso que vive desorbitado por las drogas y el alcohol, al jefe que siempre sabe menos que uno y gana más.
El problema es que creo que está en nuestra naturaleza. No hay una pastilla que nos haga dejar de ser el pobre pelotudo.
Milan Kundera tenía razón. La levedad del ser es insoportable. Hay que elegir el peso. Arriesgarnos. Exponernos. No pensar tanto y dejar actuar a la intuición. Dejar de vivir en la superficie, y zambullirnos hasta el fondo. Aunque estemos a punto de ahogarnos. Después de todo, siempre habrá algún buen samaritano que venga a rescatarnos.

martes, 31 de julio de 2007

Cuando ellas dejan...

Cuando ellas dejan, dejan. De manera contundente, imprevista e irreversible.
Cuando ellos dejan …¿ellos dejan?. Ellos hacen que ellas dejen.
Cuando ellas dejan lo hacen sin mirar atrás. El proceso de análisis y duelo ya se ha llevado a cabo. No importa cuanto ellos digan, pidan, ruegen o lloren. Se terminó.
Cuando ellos dejan, vuelven a pensarlo y caen en la tentación de reincidir con cada súplica o lágrima de ella.
Porque es claro, las mujeres no soportan que los hombres lloren, y los hombres no soportan que ellas lo hagan. Pero por distintos motivos: ellas porque les parece lamentable y débil, ellos porque les da pena y no pueden con la culpa.
Ellas cortan de manera fría y práctica. Ellos sufren, mienten, dudan, temen.
Ellas de un día para otro no te llaman ni te ven más. Ellos empiezan a dejar de llamarte y verte 4 meses antes, mientras esperan que vos tomes la decisión porque lo sentís lejano y distante.
Ellas son implacables. Ellos aplacables.
Ella puede dejarlo y estar sola. El si la dejó, es porque ya no estaba solo.
Ellas se llevan todo, lo de ellas y algo de ellos. Ellos te dejan todo con tal de no enfrentarte.
Ellas se cortan el pelo, se compran ropa, y empiezan de nuevo.
Ellos…todavía están pensando como hacer para que los dejes.

lunes, 30 de julio de 2007

Aquel viejo romance

Aca estoy, mirando la luna llena reflejarse en el río desde mi balcón y escuchando boleros. Suena cursí, ¿no? Sí, pero en este último tiempo me di cuenta que es necesario volver a proclamar aquel viejo romanticismo en desuso. Hoy en día se valora lo rápido y frugal, lo práctico, lo frío, lo que no nos ridiculiza, lo que no nos expone, lo que es despersonalizado. El amor no es más que otro ícono del msn. Un par de frases seguras en un mensaje de texto. Y vamos así convirtiendo este mundo en un grupo de gente solitaria escondida tras un monitor, sin sentimientos complejos, sin ataduras, sin contacto.

Yo era una romántica empedernida. Sensible, expresiva, llorona, demostrativa. Escribía poemas, cartas, cuentos, canciones. Me entregaba a sentir. Una enamorada del amor dirían. Y con los golpes, con las desilusiones, con el miedo, me fui mostrando como una persona que en realidad no soy: superada, despreocupada, práctica, fría, pasajera, descomprometida. Hasta un poco insensible y descreída.

La verdad es que extraño ser la ridícula romántica que en realidad soy.

Esta es mi pequeña propuesta para de a poco revalorizar el mal llamado romance.
Recuperemos la costumbre de escribir cartas en papel, de puño y letra. Así, de un primer impulso, sin borrar, pensar y rescribir lo que mejor queda o lo que más conviene. Guardémoslas en cajas donde puedan añejarse y ponerse amarillas, para releerlas en muchos años con lágrimas en los ojos o una sonrisa en los labios.
Leamos más poemas. Aprendamos alguno de memoria, que nos abra siempre las puertas del alma.
Regalemos bombones, flores, osos de peluche. Cosas chiquitas y personales sin verdadero valor más que el emocional, que demuestran que en realidad estamos pensando en lo que le gusta al otro. Que lo conocemos, que prestamos atención.
Usemos las palabra “bello”, “preciosa”, “hermoso”. Las cosas no son simple y llanamente lindas. Hay matices, hay más, hay menos.
Dejemos que nos abran la puerta del auto, de locales. Dejemos que nos den la mano al cruzar la calle.
Miremos puestas de sol, amaneceres, lunas llenas. Regalemos momentos.
Hagamos grandes declaraciones de amor. Como en las comedias románticas. Grandes actos. Grandes gestos.
Besemos, abracemos, acariciemos sin contenernos. Sin reprimirnos.
Digamos te quiero y te amo sin esperar, sin calcular, sin medir.
Hagamos locuras. Corramos riesgos. Seamos espontáneos. Soñemos. Creamos.

De a poquito, cada uno, con cada pequeño acto, reivindiquemos al amor.

martes, 17 de julio de 2007

.XLS

Encontrar una pareja no es un hecho azaroso y fortuito. Es un trabajo que lleva implícita tareas, evaluaciones y resultados. Uno no va por la vida enamorándose de cualquiera sin saber previamente datos cuantitativos y cualitativos. Todos esos que arman un perfil o identikit que concuerda con el dibujado al principio de la búsqueda.

La realidad es que uno no sale a la ruta sin una idea preconcebida de lo que desea encontrar. Porque en lugar de ir a ciegas y tientas en un recorrido, tambaleándose, cayendo, lastimándose una y otra vez, descubriendo el terreno, siempre es preferible ir con un mapa, una guía, o por lo menos un destino final hacia donde dirigirnos y que caminos evitar por señal de “Derrumbe”.

En la difícil tarea de encontrar el amor, ese mapa se denomina, “Planilla Excel”. Una lista de requerimientos, características, condiciones, deberes a cumplir por el hombre que pueda ocupar el lugar de pareja. La lista incluye datos físicos, de caracter, tan subjetivos como personales. Quien diga que no tiene una, sólo tómese un momento para pensar que busca de un hombre, que está dispuesta aceptar y que no. Ahí, ya esta la lista.
  • Que no fume
  • Que tenga entre 30 y 40… 25 y 30 mejor (siempre hay que dejar algúnos márgenes más amplios porque cuanto más restrictiva sea la búsqueda menos resultados arroja)
  • Que sea bueno, inteligente
  • Divertido pero serio, sociable pero callado, cariñoso pero no pegajoso, romántico pero no cursi (siempre hay contradicciones, se llama “naturaleza femenina”, o simplemente, “todo es bueno en su justa medida”)
  • Fiel (uno pide, de ahí a que se cumpla..)
  • Morocho, de ojos marrones, buenmozo
  • Flaco (sí, suena discriminativo... haciendo gala de mi sinceridad, tengo problemas con el sobrepeso. No pido al hombre todo marcado... sólo normal).

La lista obviamente no termina acá, es mucho más extensa, si no no seguiría en la búsqueda. Y cuanto más tiempo uno se toma, más larga se hace.

Como claramente siempre buscamos el mismo tipo de hombre, esto termina convirtiéndose en un patrón. Evidentemente ese patrón no es siempre el correcto, porque esta planilla también tiene una columna de celdas ocultas. Preferimos hacernos los tontos, seleccionamos, botón derecho, ocultar. Ahí está todo lo que no buscamos, pero viene incluido en el combo. En mi caso personal son hombres egoístas, descomprometidos, histéricos, workaholic. No les voy a contar todo… hay más.

Ahora, al llegar al momento de los resultados, por lo menos yo, puedo ver que esta planilla no me sirvió de nada. Y no porque no sea eso lo que quiero, creo que al revés, en lugar de enfocarme en la lista positiva, sigo priorizando de manera inconsciente lo que se supone que quiero evitar. Parece que el problema es que las características ocultas, son las que primero nos atraen u olfateamos, como un perro de caza.

Quisiera encontrar la manera de deshacerme de esta planilla. Porque es la manera de hacer que el amor vuelva a ser una mágica sensación inexplicable. Ese sentimiento basado en “no se que”. Sería una buena manera de conocer sin preconceptos, sin filtros previos, sin red de seguridad. Porque finalmente el amor no es seguro, y ahí, sólo ahí, es mejor andar a ciegas, tanteando y conociendo, siguiendo los instintos, sin razón, ni razones. Dejando espacio para que el amor todavía nos sorprenda, y arroje finalmente, un resultado inesperado.

viernes, 13 de julio de 2007

Esa dolorosa felicidad


Ayer estaba por entrar a bañarme. ¿Viste esa sensación en pleno invierno de tener que desvestirte para entrar a la ducha? Ese breve sacrificio que nos conduce a un instante de placer cuando nuestro cuerpo siente el agua caliente, aspira el vapor, y el calor vence la pulseada al frío, el relajo al temblor. Aunque sepamos que el final es placentero, no podemos evitar resistirnos, y odiar el momento previo.

Y esto me llevó a pensar: ¿Necesitamos siempre un poco de dolor para ser felices? ¿El placer lleva intrínseco el dolor? ¿Disfutamos más cuando el sacrificio de alcanzar algo ha sido mayor? ¿Nos desalentamos con los triunfos fáciles?

Antes de la felicidad, el placer, el regocijo, hay una sensación tan efímera y dolorosa como necesaria. Un instante de desesperación, ofuscamiento, reniegue, negación. Un espacio de lucha y rebelión. Como si nos costara rendirnos, aceptar, disfrutar.

Deseamos lo que no tenemos. Valoramos lo que perdemos. Despreciamos lo que ya alcanzamos. Vivimos en el estrago de la lucha. Porque el festejo por la conquista es breve, y la guerra por alcanzarla eterna. Y muchas veces, simplemente nos perdemos en la batalla, o terminamos prisioneros sin escape en las celdas del peor enemigo: nuestros propios miedos.

Hay una maldición gitana que siempre me quedó grabada: "Que tengas todo lo que deseas, y que desees todo lo que tengas".

Minamos el camino porque es el medio más fácil para no alcanzar el objetivo. Porque hay una realidad, alcanzar lo que queremos también implica una responsabilidad, implica hacerse cargo. Encierra más miedo el éxito que el fracaso. Porque el éxito exige, el fracaso justifica.

Llevamos impregnado en nuestra historia el sufrimiento. La filosofía del sacrificio. Porque lo fácil es regalado. Lo complejo es merecido.

Es claro y simple: si no vas al infierno, indefectiblemente antes de llegar al cielo hay que pasar por un purgatorio. Nada de lo bello se alcanza sin un inocente sufrimiento.
Todo lo fácil se evapora cuando llega al punto de ebullición. Lo difícil de lograr tiene la recompensa de una larga vida útil. Simplemente porque se necesita tiempo para salar las heridas, y necesitamos ese tiempo para emprender nuevos caminos. Por eso para levantarse siempre es necesario primero caer. Y hay que tomar impulso para saltar.

Así como todo es cíclico, después de un gran sufrimiento viene una gran recompensa. Una pérdida. La soledad. El amor. El dolor. Otra vez el sufrimiento. Otra vez la recompensa.

En esta búsqueda por ser felices, siempre hay un ínfimo momento de incertidumbre en el que el mundo puede desmoronarse o recomponerse. Lo importante es aprender a disfrutar la adrenalina del segundo, dejando que nuestra satisfacción se anticipe por un instante, sabiendo que lo mejor ... está aún por venir.

lunes, 2 de julio de 2007

Soltera a los 30

Lo peor de tener treinta y pico y estar soltera, no es estar soltera en sí misma.

Convivir con la soltería es algo que elegimos o a lo que nos adaptamos a diario.
Con sus ventajas, que varias veces proclamamos ante nuestras amigas casadas, o las desventajas que lloramos en soledad un sábado por la noche.

Lo peor de esta soltería tardía no son las noches sin compañía en casa
mirando un DVD, sino todos esos compromisos sociales a los que uno tiene que acudir sola, una vez tras otra, para que los demás nos miren, nos envidien o nos compadezcan, reafirmándonos de una manera casi impiadosa que no sólo somos casi la única que esta sin compañía sino que en situaciones como esta parece casi imposible dejar de estarlo.

Casamientos, cumpleaños, bautismos, comidas familiares. Año tras año se van sumando simples eventos que regocijan a los implicados, y nos hacen pasar por una cadena de sentimientos que comienza en el nerviosismo, sigue por la ilusión, la incomodidad, la desesperanza, el aburrimiento y casi siempre culmina con el día siguiente internada en la cama comiendo todo lo que está al alcance de la mano, sintiéndonos más gordas y más patéticas cuando hayamos finalizado.

La realidad es que cuando uno está en los treinta y algo suele estar rodeada de la mayoría de sus amigas y amigos casados, quienes se empeñan en querer conseguirnos una pareja inmediatamente después de estarnos contando por horas sus infortunios matrimoniales. Lo cual no es muy alentador. La vida entonces hace que uno empiece a juntarse menos, porque las parejas casadas se juntan con más parejas casadas, para hablar: ellas mal del marido, de la mucama, de la vida en el country, del colegio, de los trajes que hicieron para el último acto escolar, de las cosas que hacen los hijos: desde el primer balbuceo hasta el último vómito contado con el más íntimo detalle de manera monótona y hartante sobre todo para los que no estamos ni nos interesa el tema; ellos de fútbol, del trabajo, de lo que no aguantan de las mujeres o la última teta que vieron en televisión. Entonces una empieza a desencajar, desde lo que tiene para contar hasta lo que tiene puesto.

Pero inevitablemente debemos seguir acudiendo a las fechas importantes. Ahora, antes que nada, seamos en este punto sinceros. Como el círculo se va cerrando, la mujer soltera va encontrando a su vez menos posibilidades a su alrededor de conocer a alguien después de mil intentos frustrados por citarnos fozosamente con los amigos de nuestros amigos que ya fueron presentados a otras amigas y otras amigas, y termina siendo siempre el mismo porque es el único que queda. A menos que una empiece (como siempre sugieren las psicólogas y las amigas de la casita de sueños que siguen esforzándose por incluirnos en su clan) clases de gimnasia, canto, teatro, otra carrera o cualquier tipo de curso que te haga sociabilizar y “abrir tu círculo”, la tarea de encontrar una pareja parece cada vez más una maratón imposible.
Así que los eventos sociales siempre pueden ser una pequeña puerta abierta para conocer a alguien. No necesariamente a un hombre, sino a alguien también que luego pueda presentarnos a alguien, o más gente con la que simplemente poder compartir algo distinto a charlas familiares y rutinas escolares.

Igualmente cada tipo de evento es distinto. Si es un cumpleaños de alguien que ya es muy amigo, y vamos todos los años, lo más probable es que las posibilidades de conocer a alguien se reduzcan al 2%. Ya sabemos que vamos a encontrarnos con los mismos conocidos y sospechosos de siempre. Y si hubiese alguien nuevo, ya nos lo hubiesen querido presentar. Sabemos de antemano que estaremos en esa situación incómoda de boyar solas por la reunión tratando de entablar conversaciones de paso e insustanciales con unos y con otros, sobre como fue el último año y su vida. Que más de una vez nos encontraremos sentadas solas en un sillón mirando como si nada sucediera, y rogando internamente que alguien venga a rescatarnos. Pero siempre podemos irnos cuando queremos, y la peor situación en una reunión así puede ser estar sola un rato o en un grupo en el que fingimos interés por lo que están charlando, pero en realidad sólo queremos estar acompañadas y no ser el centro de las miradas ajenas bajo el spot de luz con el letrero de neón que diga: sí, acá estoy sola.

Los peores eventos son los casamientos, o mega fiestas del estilo que incluyen mesas, baile y juegos. Y esto va más allá de que pueda o no haber potenciales candidatos. La situación no deja de ser incómoda de principio a fin, porque nunca deja de ser un momento de soledad o parte de un trío patético armado por una pareja de amigos que se compadece de tu situación, y en la que sabemos que estamos de más. En la iglesia estás sola. En la llegada al salón, tratás de llegar un poco más tarde para no estar parada sola como una pelotuda. Cuando te das cuenta que en realidad no hay ni un posible hombre que pueda gustarte, sabés que la noche no sólo esta perdida, sino que va a ser un eterno sufrimiento. Cuando todos salen a bailar te quedas sentada en la mesa con cara de “no me gusta bailar” pero no dejás de mover el pie al ritmo de la música. Y si no estás bailando sola en la pista, mientras unos y otros se agarran de las manos y siempre te sentís un poco abandonada, otro poco fuera de lugar. Igual, no hay momento de mayor ridiculez que cuando a una desactaulizada se le ocurre seguir con la mítica ceremonia de las ligas y te insisten para que vayas al centro del salón, ya sintiéndote totalmente amargada, triste y patética a que te pongan la liga y terminen de sellar y comunicarle hasta al último que no sabía de la fiesta que: sí, tenés treinta y pico y estas soltera. Todo esto queda coronado con la torta de amenazantes anillos, y por supuesto registrado en las miles de fotos que te condenan para siempre con las sentencia definitiva: La última soltera. ¿Por qué al menos no nos dejan quedarnos al margen, escondiditas tras una columna y comiendo canapés? Tengo que reconocer que a los últimos casamientos en los que sabía de antemano que esta iba a ser la situación, ni siquiera fui. Porque uno también puede elegir la situación de estar sola bajo una frazada mirando televisión…pero sin quedar en evidencia.

¡Y ni siquiera quiero entrar en el detalle de la preproducción! Tantos esfuerzos, probadas de ropa, maquillaje, peinados que en lugar de elevarnos la autoestima, al final de la noche, nos ahogan en el lago de Narciso.

El común denominador de cada uno de estos eventos es:
1) una ilusión fugaz nos entusiasma con poder de a poco cambiar nuestra vida y conocer nuevas personas
2) en esta tenue y contenida ilusión siempre vislumbramos la ínfima posibilidad de que también encontremos el amor
3) en la mayoría de las reuniones esta pequeña posibilidad se esfuma apenas cruzamos la puerta
4) cada evento es una pequeña puñalada que hiere nuestra autoestima y seguridad, y anota un nuevo punto en las desventajas de estar soltera
5) siempre nos sentimos incómodas y observadas, envidiadas o compadecidas, pero casi nunca amadas u admiradas
6) y siempre volvemos a casa con una desilusión mayor que con la que partimos

No se si sentimos que la mirada ajena nos juzga, o simplemente le están sacando una radiografía al alma. Seguramente no son ellos, sino nosotras las que nos juzgamos, y los demás sólo se afanan en divertirse. Al fin de cuentas, sólo nosotros nos condenamos. No hay mejor verdugo que uno mismo.

Esta historia es como el huevo o la gallina: si no salimos no vamos a conocer a nadie, pero cuando salimos nos sentimos tan mal que preferimos quedarnos encerradas, y entonces cada vez salimos menos, y tenemos menos posibilidades de conocer a alguien. ¿Cuál es la solución?

No se, pero ahora tengo que dejarlos: ayer tuve un cumpleaños de alguien que no conocía, que prometía música, fiesta y encuentros, pero en la que finalmente todos estaban en pareja, y terminé a las 5 de la madrugada sentada sola en un banco mientras mi amiga bailaba con un niño de 21. Así que estoy preparando torta tibia de chocolate con helado para calmar la angustia post evento. ¿Alguien quiere?

martes, 26 de junio de 2007

Top five de frases increibles

Hay frases comunes a todos los hombres: “no sos vos, soy yo”, “para qué poner rótulos”, “nadie cocina como mi mamá”, y una lista interminable. Pero no es aquí donde vamos a ocuparnos de esas, las que marcan un patrón genético común a todos. Las que ya no nos sorprenden porque en esta fase evolutiva nuestro ADN después de siglos de repetición constante viene preparado para escucharlas y hasta convivir con ellas.
Aquí vamos a mencionar las 5 frases más increíbles, descaradas, egocéntricas, desconsideradas y hasta ridículas que un hombre le haya dicho a una mujer. Sólo para el estupor, la risa, el llanto, el asombro, y para ver, que todo es posible.

Este es… el TOP FIVE:

1) “No puedo comprometerme emocionalmente con vos, porque tengo miedo a salir lastimado”: respuesta de un marido a su mujer, con 7 años de matrimonio, tres hijos, después de que en una conversación cualquier ella le dijera "te amo".

2) “¿Qué te pusiste? Eso le queda bien sólo a las de las revistas”: después de que ella hubiese adelgazado 28 kilos, pesara 60 nuevamente, estuviese en pleno momento de fortalecer su autoestima, y se apareciera con ropa interior sexy comprada especialmente para la ocasión.

3) “Vos sos una egoísta, no querés verme feliz”: ellos habían salido entre idas y vueltas casi 8 años. Era su gran amor, ese intocable. Ya habían terminado pero siempre había resabios del pasado que volvían a encenderse. Entonces él decidió encararse a una de sus mejores amigas. Esa fue su respuesta ante el enojo de ella.

4) “Vos viste lo que querías ver. Tu cabeza se lo imaginó”: después de que ella lo encontrara a él en la cama con otra. Y lo defiende hasta el final. Sin palabras.

5) “Sí, con mi ex tengo un problemita ahí, voy a ser papá en un mes”: en la tercera salida, con miles de charlas acumuladas, cuando ella le estaba preguntando cuanto hacía que estaba divorciado y después de que el hubiese dicho que no tenía hijos y que estaba separado (que eso si lo estaba… al menos, no?)

El orden de este ranking es totalmente aleatorio, ya que por momentos me parecen peores unas que otras. No es simplemente la frase, sino el contexto claramente.
¿Lo más increíble de todo? Son ciertas.

¿Hay algo más que decir?

viernes, 15 de junio de 2007

Sexo entre amigos

¿Alguna vez te acostaste con un amigo? (aclaro, este no es el momento y lugar para discutir primero, aunque se debería, si esto es posible dado que para muchos la amistad entre el hombre y la mujer no existe. Pero dejo esta discusión que puede ser eterna para otro momento).
Es una sensación extraña que mezcla el conocimiento y la confianza de todos los días, con la vergüenza de mostrar ese lado íntimo, que nos descubre, que nos expone. Está todo lo que sabemos el uno del otro, desde lo que nos gusta y lo que no, y no hace falta aclarar, y aquello que no nos imaginábamos, ese lugar para la sorpresa y el desconcierto.
Y entonces puede pasar lo mismo que con cualquier otro: que la pases genial, o la pases desastroso. La diferencia está en el después.

Lo que primero percibimos es una situación extraña, cierta incomodidad ante el desnudo, ante el descubrimiento. La mezcla del cariño, y esa ruptura de una barrera infranqueable que en dos segundos frente al fervor de la calentura desaparece. Tal vez nos hayamos imaginado que eso iba a suceder varias veces, pero en una fantasía casi irrealizable. Entonces mientras te vestís empezás a hablar de nada y de todo. De cosas triviales, de las mismas cosas que hablás todo el tiempo pero que ahora se sienten forzadas. Y en realidad no sabés si sentarte a aclarar, si está todo claro, o está todo confuso. Entonces se terminó el momento y uno se tiene que ir, y no sabés como saludarte: si hasta recién te estabas matando, y ahora un beso en la boca es desubicado, y un beso en la mejilla roza la ridiculez. No sabés cual es la forma que hay que mantener, si la vieja o la nueva, y ni siquiera sabés si hay una nueva!!
Desde el minuto uno en que estás sola te empezás a preguntar: qué hice?? Y no tanto porque no hayas querido, sino no hubieses empezado, seguido y terminado. Es que se atascan en fila miles de preguntas pujando por salir primera en busca de respuestas: qué va a pensar? se arrunió la amistad? ahora como lo llamo? me va a llamar? vamos a hablar del tema? nos hacemos los boludos? le habrá gustado? querrá que pase de nuevo? cómo nos tratamos? cómo nos miramos sin imaginarnos desnudos? y ahora qué quiere? y sobre todo: ahora qué quiero?
(Igualmente, lo más probable, es que el tenga muchas menos preguntas o ninguna, porque para la mayoría de los hombres este paso es hasta obvio)
Encima, tanto si la pasaste bien o mal, también para bien o para mal, las imágenes te persiguen sin descanso.
Todo lo que pase después parece estar mal: si se hace el boludo te molesta, si te habla del tema te molesta, si no vuelve a pasar te molesta, si pasa pensás que ahora sólo quiere eso, si no te quiere para nada más por qué no se buscó a otra (porque además una se quita toda la responsabilidad de encima y se la impone a él como si nos hubiesen forzado a hacerlo y una no hubiese accedido), y claramente como es que no está inmediatamente enamorado!

Ahora… no eramos amigos? Por qué vamos a pedir más?

La realidad es que hay un límite muy impreciso entre la amistad y el amor. Porque justamente lo que sentimos por ese amigo es amor. Muchos dirán que es el mismo amor, otros que es distinto. Puede ser el mismo con un condimento llamado "Impedimento". Ese con sabor horrible que nos mantiene alejados de la comida que nos gusta. Pero ese algo que hoy nos separa, mañana puede esfumarse o cambiar, de un momento a otro, con el sabor de la costumbre, cuando nosotros mismos cambiamos, o crecemos, o maduramos, y nos vamos convirtiendo en otros.
Evidentemente nos gusta compartir con ese amigo, reírnos, llorar, hablar. Nos gusta acumular momentos y armar una historia. Desde el momento en que cruzamos la barrera del sexo, el problema es que también nos puede gustar acostarnos con esa persona. Y ahí llega la inestabilidad, el cambio, o el fin.
De cualquier manera es una mierda el breve tiempo en que transitamos a ciegas y tambaleando el camino que nos lleva al destino final. Ese tiempo en que hay que ver que lado toma cada uno en la bifurcación, el que tiene el cartel: Sigamos siendo amigos, o Nos enamoramos. Y lo más importante, si van los dos de la mano en cualquier dirección.

No puedo darles respuestas, sigo en la etapa de las preguntas.

Yo sigo creyendo que la amistad existe y llegar a la etapa del sexo no es inevitable. Creo que si llegamos a eso es porque esa pequeña pared que divide los dos estadíos sufrió una pequeña grieta por la que se filtraron ganas o sentimientos.
Lo importante es ver si queremos de alguna manera reparar la grieta o voltear la pared.

viernes, 8 de junio de 2007

Los histéricos

Es hora de que empecemos a categorizar a los hombres. Porque es mentira que son todos iguales. Ya se, hay miles. Por eso es necesario agruparlos en algún lugar, como un Wikipedia en el que todas podamos colaborar y consultar cada vez que nos haga falta. Que por cierto, suele ser cada vez que un hombre hace cualquier cosa, porque es casi seguro que no vamos a entenderlo.

Empecemos por el más común de los últimos tiempos:

El Histérico

Definición: hombre con particular característica femenina altamente desarrollada que presenta una conducta de acercamiento y alejamiento alternado y continuo demostrando interés pero ningún tipo de concreción.

Descripción: Es el que seguramente va a atraparnos primero con ese halo de misterio, esa distancia atractivamente indescifrable. El histérico viene y se va. Pero en algún momento está, y ese breve instante es el que nos hace ilusionarnos. Porque deja sus miradas, sus frases halagadoras, sus modos naturalmente seductores, su incierto interés. Un devaneo continuo. Pero la realidad es que el histérico solo está probándose a sí mismo. Está reconquistando su ego. Ellos no necesitan que ella realmente esté, ellos necesitan simplemente “saber” que ella está.
Preferentemente envía mensajes de texto en lugar de llamar, porque le permite prolongar la conquista, extender el juego sin tener que enfrentarlo realmente. Un llamado siempre es más concreto, más directo, debe dirigirse indefectiblemente a una conclusión. Los mensajes son la prolongada letenía de la espera que puede interrumpirse y así alargarse de acuerdo a sus ganas de mantener la tensión. Para ello puede dejar de escribir en cualquier momento de la conversación y reanudarla 2 días más tarde alegando una excusa tan desgastada como tener trabajo. Cuando por fin arreglan para salir se tomará dos horas para mirarla, hablarle, acercarse, hasta que en el momento en que ella está por darse por vencida él se acerca y la besa, dejándola en vilo hasta la próxima salida. Si es que hay próxima… porque con el histérico nunca se sabe. No tiene que ver con la calidad de los besos, ni la intensidad de esa noche, tiene que ver con que logró su acotado y simple objetivo de saber que ella estaba interesada. Seguramente desaparecerá por más de unos días, y quien dice días puede decir semanas. Aunque siempre manteniendo un contacto vía mail, mensaje o teléfono en donde dejará deslizar un indicio de que en realidad no ha desaparecido del todo aunque tenga tantas cosas en su vida: trabajo, deporte, amigos, familia, y descanso que no tiene tiempo para volver a verla. Hasta que un día, porque tal vez se siente solo, o tiene la autoestima un poco baja, quiere divertirse, o sencillamente siente que ella ha perdido un poco el interés reaparece como si nunca se hubiese ido. El siempre está…pero no está.

Características: estétas, seductores, caballeros, volátiles, inestables, ególatras, inmaduros. Si presta mucha atención, puede ser un gay encubierto.

Conducta repetitiva: si pero no…. no pero sí… si te acercás me alejo… si te alejás me acerco

La clave: si hay algo que tienen en mayor dosis que la histeria estos hombres es el orgullo. Así que ante la posibilidad de que su ego salga herido, el juego pasa a ser una cuestión de orgullo. Y ahí el hombre se hace débil y manipulable. Como en un tablero de ajedrez, llegar a ese plano es poner las fichas en jaque. De ahí en más sólo hay que saber moverlas con paciencia, audacia y astucia para con el tiempo poder dar el mate.

Recomendación:
si puede, sea firme y aprenda a decir que no, por más encantadores que sean sus intentos. Y no sólo porque el “no” es lo que a ellos los acerca. Que sea un sincero no. El histérico no la hará llegar a nada. Déjelo que vaya… pero que no vuelva.

jueves, 7 de junio de 2007

Serendipity


¿Hay algo llamado destino? ¿Ese único hombre que está esperando ahí por nosotros? ¿O hay muchos, uno para cada momento de la vida?
El otro día leí una frase que decía: “El hombre que viene a este mundo pensando que hay una sola mujer para él es probable que nunca la encuentre”.
Yo acabo de volver a ver Serendipity por vez número…. no puedo contarlas….y cada vez me da esperanzas de creer que mi amor está ahí en algún lado esperando que una jugada del destino nos encuentre.
Entonces, ahí están los dos extremos. Y yo no me decido hacia cual inclinarme.
Por un lado, como dejé deslizar en “Lo que fue.. y lo que no”, siempre tuve la íntima, ridícula y hasta inexplicable sensación de que mi gran amor está en Roma. No hay respuestas para ninguna de todas las preguntas que puedan hacerse. No se por qué Roma, ni cuando lo sentí por primera vez, ni por qué es una certeza, y mucho menos por qué si la sensación me perfora hasta los huesos no tomé ya un avión para salir a buscarlo.
Creo que el miedo a que la ilusión se desvanezca hace que yo prefiera aferrarme a ella.
La realidad es que algo dentro de mi desea fervientemente creer que existe esa otra mitad que hace falta para completarnos porque allá lejos y hace tiempo fuimos separados.
Que te suceda eso que dicen, que cuando conocés al amor de tu vida, el tiempo se detiene.
Aunque… ¿si es verdad lo que dice esa frase? ¿Y si por buscar al Sr. Perfecto nos perdemos a todos los Sres. Casi Perfectos que están a al vuelta de la esquina?
Tal vez significa que en nuestro afán de encontrar al único nos volvemos ciegos y dejamos de ver. Aquella mitificación del hombre ideal hace que ninguno realmente pueda hacerse realidad.
Mi viaje a Roma que pensaba hacer este año volvió a cancelarse.
Así que por ahora creo que voy a seguir buscando entre los espléndidos hombres argentinos un amor que pueda empezar siendo momentáneo, y pueda, quizás, quien sabe, con pocas probabilidades, bajas apuestas, y menos expectativa, con el tiempo, convertirse en permanente.

jueves, 31 de mayo de 2007

Lo que fue y lo que no

Todos tenemos momentos, sueños, relaciones que no fueron o alguna vez perdimos. Una lista que mezcla las cosas que anhelamos o añoramos.
Esta es la mía:

1) Cantar en Cantañiño: o digamos mejor, no cantar, que me llevó a una vocación de cantante frustrada. Igual mis amigos, vecinos y familiares deben aguantarla.
2) Escribir un libro: que quedó en muchos cuadernos llenos de cuentos y poesías, y terminó en la primera página de una novela por siempre inconclusa.
3) Ese amor que no fue: acá tengo más de uno… pero puedo contar claramente dos con los que realmente quería terminar de escribir el final de una historia por demás romántica, novelesca y maravillosa.
4) La amiga que se perdió: esa que por algún motivo se convirtió en otra persona y yo sigo extañando a la que era antes y no se donde quedó.
5) Un primo que alguna vez fue mi mejor amigo: con el que tenía risas y secretos. Hoy no se quien es, ni que puentes tender para encontrarnos.
6) Ese abrazo que te sabía dar alguien en un momento especial, esa contención incondicional, y que no es lo mismo en otros brazos.
7) Mi gran amor esperando en Roma para conocerme: y sí, esta es mi fantasía absolutamente irreal.
8) Las cartas de papel: llenas de poesías, declaraciones, versos románticos, y collages con letras de revistas.
9) Los álbumes de fotos que no se podían borrar porque estaban feas, y construyen una línea de momentos continua y sin saltos.
10) Mi grupo de amigos de la adolescencia, que como eran mayoría varones, están hoy en su casa con sus esposas; y la barra de amigas mujeres que en realidad nunca tuve.

Y del 11 al infinito: tener siempre a mi viejo.

¿Cuál es la tuya?

domingo, 27 de mayo de 2007

Poner rótulos...¿para qué?

¿Qué tiene de malo el compromiso?
Esta es la nueva fobia de la hiper modernidad, a la que cada vez se suman más adeptos. No hago discriminación de sexo, creo que está mas acentuado en los hombres pero las mujeres engrosan las listas cada vez con mayor fervor. Dos generaciones que se esconden tras la histeria, y las relaciones frugales y vacías, enfocados en la diversión breve y repentina, que con el tiempo sólo los lleva inevitablemente a la soledad.
Muchos argumentan como negativo: no poder salir con otras personas, tener que llamar todos los días, ceder espacio, arriesgar la libertad, consultar algunas decisiones, que lo propio termine siendo nuestro. Los más fóbicos, sin decirlo, lo que en realidad temen es salir lastimados después
de haberse entregado tanto y prefieren no correr el riesgo.

Podemos verlo desde ese punto de vista. Sí. Y también
podemos verlo de este otro: comprometerse es tener alguien que te cuide, que se preocupe por como estás. Alguien que te mire a los ojos y sin palabras sepa como te sentís y que necesitás. Que sepa como te gusta el café. Que conozca tu banda, tu libro, tu comida preferida. Que sepa que no te gustan … o si te gustan las sorpresas y sepa actuar en consecuencia. Alguien que aguante tu mal humor de la mañana sin hablarte durante una hora. Que te acompañe a los eventos aburridos. Ese que sabés que estará del otro lado a cualquier hora cuando necesites llamar a alguien en una incipiente desesperación. El que tiene la palabra y el abrazo justo. Quien te llama, sí, tal vez todos los días, porque tiene ganas de escucharte, compartir, reírse, estar. El que se divierte aún sin hacer nada. El que te da espacio porque sabe que igualmente tiene el que le corresponde en tu vida. El que te abraza en las noches de frío. Alguien que te ayuda a decidir. El que te enseña a que no sos sólo vos, sino que también puede ser nosotros. El que te muestra un futuro no tan desolado. El que te permite querer, desear, amar, sufrir, llorar, esperar. El que te da todo y hace, que en tu libertad de poder estar con otras personas, elijas sólo una. Porque no necesitás otra.

Y si nosotros debemos también dar esto a cambio, y cuidar, querer, compartir, brindar y recibir, ¿so what? ¿Acaso no todas las relaciones de nuestra vida, amigos, hermanos, primos, llevan intrínseco algún tipo de compromiso?

El miedo al compromiso en sí no existe, es la excusa más sencilla y menos sostenible de aquellos que se creen aventureros y que no se animan a correr el mayor riesgo: el de llegar a enamorarse.

Comprometerse es en realidad la elección de querer y dejarse querer por propia voluntad. Así que si dejáramos de verlo como una obligación, para verlo como algo que hacemos todos los días porque nos hace sentir bien. Sí mantenemos la libertad porque actuamos por elección, si tenemos más amor, más comprensión, más compañía, más cuidados, más intimidad, más todo porque de dos es más que uno, recuérdenme, otra vez… ¿Qué era lo que tenía de malo el compromiso?