martes, 29 de diciembre de 2009

Por un 2010 que hagamos entre todos

Dicen que cuando uno cree, y pone mucha energía en algo, los deseos se cumplen.

Y esto lo digo yo: que todo es más fácil cuando uno cree. Porque la gente tiene una esperanza, porque tiene algo o alguien en quien apoyarse, porque puede pedir para que alguien lo cumpla por nosotros.

Entonces, para el próximo año, los invito a todos a unirnos, y CREER:

- Creer primeramente que el 2010 viene con buenos augurios
- Creer que hay un mundo mejor, y que es posible
- Creer que este país sí tiene una salida, y depende de nosotros
- Creer que con pequeños actos colaboramos a que la naturaleza sobreviva, y no NOS sobreviva
- Creer que hay un trabajo para cada uno, y es el que deseamos
- Creer que el amor que tenemos perdura, y el que no tenemos está ahí, no esperándonos, sino buscándonos
- Creer que los chicos tienen un futuro
- Creer que todavía quedan sueños
… y que pueden cumplirse
- Creer que la felicidad viene para quedarse
- Creer que los que se fueron siguen aquí para cuidarnos
- Creer que la paz es el camino
- Creer que todo puede cambiar, cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo.


Porque si todos creemos, lo hacemos.

Un nuevo año es una nueva oportunidad. Para empezar de cero, otra vez. Para hacer lo bueno mejor, y lo malo distinto.

Este es mi deseo: por un 2010 repleto de amor, de sueños, de sonrisas, de abrazos, de deseos, de prosperidad, de trabajo, de seguridad, de salud y de alegría para todos,
en el que TODO es posible.

martes, 15 de septiembre de 2009

Eterno resplandor...

¿Cómo se hace para olvidar a alguien? Todos tenemos algún amor que nos costó, o nos cuesta, o algún día nos costará, borrarnos de la piel y la memoria. Deseamos como en “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” que exista un método definitivo, que penetre en nuestra mente y elimine uno a uno, cada momento, cada vivencia, cada instante que pasamos juntos. Que lo convierta en la nada misma. Que lo extirpe de nuestra vida de raíz, y deje un vacío que no sepamos de donde proviene pero que no nos duela. A falta de este método, que prueba no ser efectivo, los pobres humanos doloridos intentamos más o menos lo mismo para lograrlo:

- La primera solución y más simple parecería salir con otro. A rey muerto rey puesto dicen. O un clavo se saca con otro. Es mentira: a un clavo se lo saca con una pinza o un martillo, y un rey viene a ostentar un título, pero no se transforma en la misma persona.
- Lo eliminamos de todos los lugares en donde uno puede tener contacto, para no saber nada de su vida: MSN, teléfono, mail, Facebook. Si lo dejamos vivo en algún lugar, es probable que el otro reaparezca con una excusa pelotuda, y no importa si le contestamos o no, está ahí, vivito y coleando. Y también es inevitable ir a ver que es lo poco que uno puede averiguar. La realidad es que mal que nos pese, si todavía no lo olvidamos, es difícil que no dejemos una ventana abierta.
- No vemos amigos en común porque si no es casi inevitable enterarse de qué está haciendo, y si no nos cuentan, nos morimos por preguntar aunque no lo hagamos, con lo cual lo seguimos teniendo presente. Además es como la propiedad transitiva: inevitablemente A nos conduce a B.
- Nos vamos a vivir a otro país, ciudad, pueblo, como si la ausencia física o la distancia nos borrara la memoria. La realidad es que lo que uno lleva dentro viaja con uno. No es una valija que uno puede elegir llevar o no.
- Vamos al psicólogo: que lo único que hace para que nos olvidemos es hacernos hablar de él todo el tiempo para ver por qué mierda no podemos olvidarnos.
- Hablamos con nuestras amigas horas por teléfono para contarles lo que le quisiéramos estar contando a él, o para decirles que no pensamos llamarlo no importa cuanto lo extrañemos, o para recordar cada detalle que pasó y reírnos o llorar, pero tenerlo ahí, por un tiempo más aunque nos neguemos a acercarnos.
- Rompemos y quemamos cartas (hoy borramos mails), que después nos empecinamos en tratar de aprender de memoria para no olvidar que existieron.
- Salimos, salimos, salimos. Con amigas, amigos, citas, desconocidos, compañeros de trabajo, vecinos, amigos de amigos. Nos aturdimos. La realidad dice que aún en cualquier lugar, siempre hay algo que nos hace acodar al otro: una canción, un trago, una conversación, alguien parecido.
- Vamos a una bruja, a hacerle cualquier gualicho, le pedimos a Dios, a la Virgen, a Buda, a Yemanjá, y a todos los que se nos cruzan, que nos ayuden en este difícil camino que se llama superación.


Y cuando nada de todo esto funciona, cuando todo lo que hicimos no logra arrancarlo del alma, cuando sentimos que no podemos seguir viviendo así, atados al pasado, aferrados a un sentimiento unilateral, sólo nos queda el autoconvencimiento. La firme convicción de hacernos creer a nosotros mismos que es parte del pasado, que es un recuerdo borroso, una historia terminada. Lo decimos en voz alta para que no sólo los otros lo escuchen si no que uno lo escuche, y se lo crea. Hasta que alguien lo nombra, hasta que encontrás una foto, o un cd de los dos. O hasta que te pasa algo importante, te comprás una casa, conseguiste un nuevo laburo, fuiste tía y sólo se lo querés contar a él, y te das cuenta que lo que te pasa no es tan lindo porque hay sólo una persona con quien querés compartirlo. Porque nada está completo, porque algo falta. Y él no está, y vos no lo olvidaste.

Oscar Wilde dijo: “un capricho dura más que un gran amor”. ¿Cuánto dura entonces un inmenso amor que hace rato dejó de ser capricho? Para toda la vida.

martes, 18 de agosto de 2009

Impacto profundo

Hay personas que pasan por nuestra vida y no recordamos ni siquiera que pasaron. Pueden ser una figura caminando a nuestro lado, el reflejo en un vidrio, un recuerdo que no se sabe cierto, o un olvido permanente. Estuvieron, por un rato, por mucho, por más, pero la marca que dejaron es casi invisible. Suelen ser hasta casi anónimos.

Hay otras que marcaron un hito pequeño, un gran quiebre, un recuerdo fundacional, y tal vez ni siquiera ellos lo saben. Los protagonistas de un momento. El beso bajo la mesa del jardín, el primer amor de la primaria, el primero que nos hizo llorar, la primera frustración, el que nos lastimó sin que nadie sepa, el que nos dijo algo que nos cambió la vida. Están enmarcados en un espacio, en un tiempo exacto. Quedan como congelados, confinados a un rótulo para siempre. Y muchas veces ni siquiera lo saben, o se enteran años después. Y se siente raro saber cómo uno afectó la vida de alguien, como a veces uno es ese alguien para alguien que no es nadie.

Hay otras lograron aferrarse. Qué estuvieron, o están, o de algún modo permanecen. Los que compartieron grandes historias, una saga de recuerdos, años de experiencia. Que nos ayudaron a ser quienes somos, por lo bueno y lo malo, lo perdido y lo ganado. Porque podemos encontrarlos en distintos compartimentos de la memoria. Aquí y allá, en distintos cuentos. Los familia, los compañeros de colegio o de facultad, los amigos de la vida, algún que otro profesor, los compañeros de trabajo, los amores, los novios, los amantes y no tanto. Todos aquellos que forman nuestro rompecabezas de la vida. Que al rememorar, nos roban una sonrisa, nos nublan la mirada, nos producen enojo, una carcajada, un suspiro, una mirada hacia el más allá.

Y están las OTRAS. Las que te marcan a fuego, las que te imprimen en alma. Alguna vez, en una rara ocasión, está esa persona que es como un meteorito, que produce un cataclismo irreversible, destruye el mundo existente, las especies, la vida conocida y crea un nuevo punto de origen. La vida comienza nuevamente, o termina definitivamente, desde ahí. Hay un antes y un después perfectamente establecido. Por algo bueno, por algo malo. Producen un impacto profundo. Imborrable. Irreversible. Se convierten en pequeños inmortales, que permanecen para siempre en la memoria y el sentimiento de quienes la conocieron. Aquí no se puede enumerar. Yo tengo el mío, ¿vos el tuyo?

Todos pasamos por la vida de alguien por algo, y dejamos una huella. Por eso, hay que saber como, cuando y por donde caminar. Para que cuando alguien nos recuerde, sea con felicidad, o al menos una sonrisa.

Seamos menos sombras, permanezcamos en el recuerdo y lleguemos a ser un impacto profundo en alguien.

domingo, 9 de agosto de 2009

Entre solsticios y equinoxios

El invierno es época ideal para estar de novia, pero no para buscarlo.

El frío te invita a quedarte en casa, con una película, el piyama más viejo, un sweter grande, pantuflas, medias, un gancho en la cabeza, y arsenal de chocolate suficiente para sobrevivir 15 años después de la bomba nuclear.

Todo lo que comés te hace engordar: guisos, pastas, carne con papas, chocolate caliente, tortas, facturas. Nunca una ensaladita, un yogur o gelatina light. Con lo cual en 3 meses de una ingesta continua de carbohidratos y grasas, terminás por convertirte en un chanchito que bien serviría de modelo de gran alcancía.

La ropa de invierno no te hace sexy. Podés ser muy elegante con los tapados, botas de taco alto, chalinas y gorros. Pero cuando algún hombre te invita a salir y te ve venir, siempre ve un tapado o una campera inflable debajo del cual puede estar cualquiera. Vestirte es toda una elaboración. No es simplemente un jean y musculosa, que con el color del verano siempre te queda sensual y bien. Si te ponés un escote te da frio, si te pones musculosa estás muy blanca, tenés 3 o 4 capas de ropa que parecen 3 o 4 kilos extra, tenés muchas prendas que combinar. ¿No te pasó nunca mirarte al espejo y sentirte el muñequito de Michelín?

Ir al gimnasio sería ideal, pero cuando salís de trabajar ya es de noche, estás cansada, y te acordás que total, no te ve nadie. Una porque no salís, otra porque cuando lo hacés podés disimular los kilos acumulados con toda la ropa que tenés en el placard tras la excusa de: ¡qué frío que hace!

La cama está helada. Hasta a la que no le gusta dormir abrazada ni pegoteada reclama por su cucharita. Los pies entrecruzados, un abrazo tibio, un cuerpo cerca.

El invierno es una época ideal para el amor. Para encerrarse a hibernar con una persona con quien puedas compartir una charla, risas, una serie, una peli, un libro. Con quien puedas estar por largo rato abrazado. Con quien tener sexo desenfrenado durante horas y entrar en calor sin morirte de calor.

El problema es que cuando no lo tenés, y te comportaste los meses invernales como un oso, cuando llega el verano y no fuiste al gimnasio, no tomaste sol, te comiste todo, estás achanchada y enganchada con una serie y te impide ponerte en marcha para salir y abandonaste a tus amigos por fiaca, va a ser difícil que consigas un novio en los breves tres meses estivales que te quedan. Y entonces va a llegar el veintiuno de junio y vas a estar peor que el año anterior. Es como un círculo vicioso.

Así que en lugar de estar leyendo esta nota con una factura y un café con leche en la mano, o un paquete de chocolates, sacate las pantuflas, ponete las zapatillas, el ipod, una campera y salí al menos a caminar. Empecemos por algo.

viernes, 24 de julio de 2009

Menos es más

Estar con un pendejo es como una brisa de aire fresco. Es el rayo de sol que se cuela entre las nubes. Es el piloto rojo de una película en blanco y negro. Es la anomalía del sistema. Una linda anomalía.

Tiene muchas cosas a favor, pero hay que saber siempre, y no dudar por un segundo, que es una experiencia pasajera. Que trae satisfacción, sonrisas, diversión, pero nunca una esperanza. No nos puede “pintar el amor”, diría uno en su propio lenguaje.

Las reglas son claras: 1) no enamorarse, 2) pasarla bien, 3) no enamorarse, 4) tener siempre mucho sexo, 5) no enamorarse, 6) saber que empieza una tarde y termina una mañana, 7) no enamorarse, 8) no hay salidas, no hay eventos, no hay sociales. Hay una casa con suerte o una habitación de hotel, 9)¿dije no enamorarse?, 10) no plantearse nunca: si estamos tan bien, por qué no…..? Sencillamente: porque no.
Todo lo que pienses o esperes que te puede llegar a dar por la mágica ilusión del momento, no va a suceder. Pero sí te va a dar todo aquello que no esperes o imagines.

El pendejo tiene el desparpajo de la edad. La inconciencia y la inconsistencia. Los llamados a deshoras porque son sus horas. La desfachatez. La improvisación. La espontaneidad. No tiene prejuicios. No vende ilusiones. Es simple y claro. Es lo que es.

No tiene miedo porque no piensa en el futuro. No tiene quilombos porque no tiene pasado. Espera de vos lo mismo que vos de él: un buen momento y buen sexo. No pide más, y no da menos.

Es un tibio refugio de tranquilidad o un mar revuelto de sensaciones. Es la posibilidad de volver un rato el tiempo atrás.
It`s a glimpse to the past with the eyes of the future.

lunes, 20 de julio de 2009

Belleza americana

Todo el que vio Lost alguna vez pensó que en la vida real, lejos de los personajes, Kate se hubiese quedado siempre con Jack o con Sawyer. Sin embargo, la morocha de rulos, labios carnosos, nariz respingada, ojos miel y un cuerpo casi esculpido, se quedó con Charlie. Sí, el rubiecito petiso ex hobbit.

Hay un creencia (por lo menos en nuestra sociedad, que no veo en las otras) de que hay distintos estratos a los que pertenecemos según un código de belleza que seguramente se ajusta a un tiempo y a un lugar, país, o cultura determinadas. Si uno pertenece al segmento A, no puede aspirar a estar con alguien del segmento B o C, o cualquier otro. Si esto sucede, se convierte en una anomalía. Y dentro de la pareja despareja, uno queda como un ganador admirable, o como alguien incomprensible.

La diosa camina con aires de grandeza, con el pelo al viento, la mirada alta, los pasos largos sin mirar a su alrededor porque es a ella a quien miran. Hasta que se encuentra con alguien que tiene la mirada a la misma altura. Un hombre perfecto, hermoso, que sabe que también es observado, y sólo elige a quien mirar.

Uno sabe cuando alguien está fuera de su alcance, si tiene un poco de sentido común y de autocrítica. Por algo Brad Pitt estuvo con Jennifer Aniston y Angelina Jolie, o Demi Moore estuvo con Bruce Willys y con Ashton Kutcher, y viceversa.

En esta cuestión de reciprocidades no cuentan la inteligencia, la simpatía, la ingeniosidad, la ocurrencia. Aquí sólo cuentan las escalas de belleza. Y así en un boliche, en el gimnasio, en el trabajo, en un bar, en una fiesta, cuando a una le gusta alguien absolutamente espléndido, lo primero que piensa es: “ese no me va a dar bola”.
Y también pasa al revés. Sin querer ser despectivos ni menospreciar a nadie, a veces se nos acerca alguien que se anima a romper las estructuras, que desafìa los lìmites establecidos, que intenta pasar a otra escala aunque no le corresponda, pero que realmente, no tiene la cintita del mismo color que le permite el ingreso a donde estamos. Que puede hacer todos los vanos esfuerzos, pero simplemente, como dirían los ingleses: “it`s out of your league”.

Luego, con el tiempo y el conocimiento mutuo, pueden entrar en juego las otras cualidades que pueden hacer que uno llegue a estar con alguien que jamás lo hubiese imaginado. Porque tiene onda, porque tienen gustos similares, porque se sienten cómodos, porque saben apreciar lo que está más allá de los ojos. Pero aún así, para quienes no los conocen, para quienes no ven que los une, cuando los miran por la calle piensan: “que hace este tipo con esa mujer”, o “es demasiado lindo para ella”, o comentarios similares.

El prejuicio está instaurado.

Y cuando uno lo aceptó, y está acostumbrada, y más o menos puede ubicarse en el estrato que le corresponde (a veces a desgano, por supuesto queriendo estar en otro), asumiendo sus virtudes y defectos, aparece el gordito boludo con una diosa descomunal, o la minita fea, mal vestida con el pibe que todos quisiéramos tener, y se nos van todas las teorías y las reglas a la mierda.

lunes, 13 de julio de 2009

Síntomas de que te estás poniendo vieja

  1. En los negocios te dicen “señora” (aún cuando no tenés alianza)
  2. Al lado de tu cama tenés microfibras de seda para el contorno de ojos, ácido glicólico para “atenuar” arrugas y nutrir el rostro, crema hidratante para la mañana, la bolsa de gel frio para los párpados, la crema “antiage” (antiage es una palabra determinante, marca el fin de un ciclo y el comienzo del declive) para el cuerpo, la Vichy para la celulitis…
  3. Te mirás al espejo y sentís que ya nada está en su lugar, todo está un poquito más abajo….
  4. Los hombres que te miran por la calle rondan los 50
  5. Preferís quedarte el fin de semana en casa con jogging y pantuflas y un pote de Haggen Dazz mirando un DVD, que ponerte un vestidito micro y salir a bailar
  6. Los adolescentes te parecen incomprensibles: la ropa, los modismos, los fotologs, los peinados, las costumbres
  7. Hablás de programas de televisión que tus compañeros de trabajo no vieron nunca
  8. Las 3 de la mañana te parece un horario más que razonable para irte a dormir
  9. La moda te incomoda, y cambiaste la mini y los tacos, por un jean con zapatillas, tapado y bufanda para no cagarte de frio
  10. Los hombres que te presentan están pelados, o gordos, canosos, arrugados, o sea, bastante venidos a menos … y por supuesto divorciados o separados
  11. Disimuladamente en las conversaciones preguntás: ¿conocés algún cirujano de párpados? ¿ y el botox qué onda? ¿la lipo duele?
  12. Ya no te teñís el pelo simplemente para cambiar de color
  13. Todos tus amigos, y los amigos de tus hermanos que son más chicos que vos, ya tienen dos o tres hijos.
  14. Para festejar tu cumpleaños hacés un té con sándwiches y tortas
  15. Comenzás a hacer comentarios del estilo: cuando yo era chica se usaba… no entiendo a los jóvenes.. esta sociedad está perdida…
  16. Cambiás Pinamar por Mar Azul o Cariló (porque tenés más plata … y porque es más tranquilo)
  17. Cuando faltás al trabajo mirás Almorzando con Mirtha
  18. Cambiás el plateado por el dorado
  19. Cuando cogés por más de una hora al otro día te duele todo el cuerpo
  20. Te empiezan a gustar los pendejos.

viernes, 3 de julio de 2009

5 formas de dejar a alguien

Trilladas, gastadas, originales, sutiles, brutales, despiadadas, insensibles, cautelosas. Hay de todo tipo. Cada vez que uno habla con sus amigos surgen nuevas historias, que nos hacen reír, enojarnos, sorprendernos, asombrarnos, desilusionarnos, y hasta preocuparnos. Aquí van sólo 5 que escuché o viví:

1) “No sos vos, soy yo”: sí, es la frase más desgastada de todas. ¿Lo es? Yo creo más que es un mito instaurado, una leyenda que se propaga y en realidad suena más en los títulos de películas, o en representaciones y charlas sobre como dejar a alguien, o como nos han dejado, que en la realidad. Pero la otra realidad, es que a mi me la han dicho. Seguido de: vos sos una reina. ¡No traten de suavizarlo con un elogio tan poco creible! Y sí, además claramente, no es uno, es el otro: el otro el que quiere dejarte, el que ya no quiere estar, el que no tiene interés, el que en realidad está suprimiendo palabras de la frase para decir: nos sos vos la que no me quiere, soy yo el que no te quiere a vos.

2) Post it: los papelitos que se pegan. Amarillitos, o de colores. Grandes o chicos. Alcanzan para dejar una frase pegada en la heladera, en la mesita de luz, en la puerta. Según el tamaño pueden servir para una explicación, o una excusa seguramente, que nos permita entender algo: “linda, no te lo podía decir, pero la verdad es que ya no puedo seguir con esto, te pido que no te enojes, creo que es lo mejor para los dos, y me costaba mucho enfrentar la situación…(sigue atrás, cuando despegás el fatídico papelíto)… asi que te deseo lo mejor, un beso”. Hay otros más chicos que alcanzan para: “sorry pero no sabía como decírtelo, y encontré el papelito en mi camino de salida. Chau. No me esperes”. Y hay todavía más pequeños para escribir lo justo y necesario: “se terminó. No me llames”.

3) Bomba de humo: así de simple. Sin más. Un día dejó de llamar. Y nadie se preocupó. Otro día tampoco llamó. Alguna explicación habrá. Otro día pasó. Y ya no hubo ni teléfono, ni msn, ni sms, ni mms, ni timbre, ni mail, ni carta el el buzón. Nada. Algunos prefieren hacerlo así, sin tener que enfrentarse, como si no hubiese nada que decir. Dejar con la intención de que el otro se de cuenta sólo, lo entienda, lo acepte, y se acostumbre. Y por supuesto, sin atender tampoco para que uno no tenga derecho ni a pedir nada, ni a preguntar nada, ni a putear nada. Se van así. Sin palabras. Sí… ya se: sin palabras.

4) Batería de mentiras: cualquiera de todas estas frases: “me gustás mucho pero no se lo que quiero”(pero claramente no es a vos), “nos conocimos en un mal momento” (aunque el momento justo no hubiera llegado nunca), “le tengo miedo al compromiso”(llamarte y verte todo el tiempo es un compromiso no un placer, y no me interesás lo suficiente para ser con la única que esté), “ahora estoy enfocado en el trabajo” (y en el happy hour donde voy a conocer más mujeres), “hay muchas cosas que todavía me quedan por hacer antes en la vida que después no voy a poder hacer” (analizar el mercado a ver si alguna me gusta más que vos), “ no tenemos los mismos principios”(tengo que recurrir a algo que uno pueda defender a muerte y no cambiar en la vida para que no me puedas decir: pero mi amor, lo cambio por vos), “te merecés algo mejor” (DE ESO ESTAMOS SEGUROS SI NOS DICEN ESTO), “ no puedo darte lo que vos querés” (no quiero darte más de lo que te estoy dando), “estamos yendo muy rápido”(yo estaba para salir una vez por semana cuando quería tener sexo nada más). Todas son sinónimo de: no me interesás para nada. Como dice la película: he´s just NOT that into you. Let it go.

5) Hago que me dejen: las mujeres somos más decididas que los hombres. Y la dignidad y el orgullo suelen hacernos sobreponer al dolor. Preferimos llorar a solas, que ser tratadas con indiferencia. O no ser tratadas. Antes de llegar a cualquiera de las primeras 4 situaciones, preferimos ser las que tomamos la decisión forzada que en realidad el otro ya tomó pero no se anima a comunicarnos. Así que él juega más al futbol con los amigos, tiene más trabajo, mira más tele, no nos acompaña a ningún evento, se duerme más temprano, no tiene nada de qué conversar y además genera una pelea por cualquier cosa. Es el momento mujeres, de sentarse y lo querramos o no, decir la frase la pidaria: “tenemos que hablar”.

domingo, 21 de junio de 2009

Felíz día papá

Es el día del padre y por eso hoy, por primera vez, voy a hablar de mi papá. Yo nunca hablé de esto aquí porque era mi espacio para expresar historias de amor, de recuerdos, de tristezas, historias de vida. Y sí, esta también es mi historia de vida. Triste. Infinita e indescriptiblemente triste. Pero es. Así que este es mi pequeño homenaje a ese gran tipo que era mi viejo, mi papá, mi pa, mi papucho, Juan o el Gordo para los amigos.

Hace casi 8 años que mi papá no está. Se fue así, de un día para el otro, por culpa de un corazón que no nos avisó con tiempo. Hay cosas que no voy a poder describirles, que no pueden explicarse, y que no pueden entenderse si no les pasó. Simplemente de un momento a otro ya no estaba más. Ya no pude nunca más escuchar su voz, su risa, sus palabras, sus gritos. Nunca más tener sus abrazos, sus besos. Nunca más sus arranques de locura cuando le saltaba la térmica como le decíamos (y sí, era pisciano también). El término nunca más es algo que aunque pase el tiempo, los años, los días, no se asimila. Nunca se puede entender el nunca más. Uno siempre, siempre está esperando verlo entrar por la puerta de la cocina, verlo sentado mirando la tele con las piernas cruzadas y el control en la mano, mirando de a 3 películas a la vez. Sentir el olor a cigarrillo que tanto odiaba. Verlo cortando un salame y queso cuando llegaba de trabajar, tomando un mate al lado de la mesada. Trabajando en las cosas de la casa con sus bermudas de jean cortadas manchadas de pintura, la remera de Visa, y los pelos despeinados. Eso era un poquito de mi viejo.

Un tipo de pueblo, que creció en un lugar humilde y trabajador. Un laburante como decimos por ahí, que luchó toda la vida por lograr tener lo que tuvo, y por eso sabía disfrutarlo. Le gustaba la joda, la pilcha, el pucho, el champagne para todas las fiestas, un whisky para mirar la tele, el asado, la playa, el truco con amigos. Le gustaba compartir con sus amigos. Pero lo que más le gustaba era estar con su familia. Caminar con mi mamá, salir todos a pasear en auto a “ver casas” que nunca compramos, estar reunidos en la cocina, trabajar juntos en las cosas que había que hacer, irnos todos de vacaciones. Ser la familia hermosa que éramos.

Mi viejo me dejó los principios y los valores que me hacen ser la persona que soy. La enseñanza de ser generoso sin medir, de perdonar, de olvidar. De amar a mis hermanos por sobre todas las cosas. De disfrutar las cosas hoy, porque después de todo, no sabemos si hay mañana.

Todavía tengo casi cada día en mis oídos las palabras que me dijo mi viejo en el hospital: “los amo hijos”. Y poco después se fue. Para siempre.

El tiempo pasa, y el dolor no se atenúa. Jamás. Porque la ausencia se nota en cada momento que no podemos compartir con él: el casamiento de mi hermano, cada sonrisa de mi sobrina, los nuevos logros de cada uno, mi mudanza, las nuevas anécdotas, cada Navidad en familia, cada cumpleaños, las tristezas sin consuelo. Y todos los otros momentos en los que no va a estar: mi casamiento, mi primer hijo.

Uno sigue viviendo. Pero con un agujero en el alma. Con un vacío eterno. Con la tristeza sin fin. La falta es algo absolutamente insoportable. Porque la felicidad nunca más es completa. Siempre falta algo. Siempre falta alguien.

Así que esto es para vos papá, donde quiera que estés. Te extraño con el alma, cada día. Te amo con el alma, cada día. Te necesito con el alma, cada día. Gracias. Por todo. Por todo. Por todo.

Te llevo conmigo. Por siempre. Cada día.

Pero como vos pedías, hoy para recordarte, voy a poner cuarteto y hacerlo con alegría.

Feliz día.

Tu hija.

domingo, 26 de abril de 2009

T.E.G.

Yo no quiero jugar a este juego.

Tanto pensar, tanto elaborar, tanto elucubrar. Mover aquí, poner fichas allá, atacar el flanco débil, esperar el momento justo. Porque resulta que para mi el amor es más simple.

Si estuviésemos jugando al T.E.G. las cartas serían las siguientes:

Objetivo: Conocer al amor de tu vida (es como el equivalente a: Conquistar Asia, América del Sur y Oceanía, y dos países de América del Norte, o 121 países. Una taréa titánica, casi imposible, que necesita el despliegue de todas las armas, batallones, estrategias y tácticas posibles).

Cómo jugar:
1) Si el contrario (que en este caso sería el hombre) avanza primero, debe dejarlo ganar la primera batalla. Retirarse un poco. Sólo un poco, para que siga en el rango visual, pero no en posición de ataque. De hecho, nunca esté evidentemente en posición de ataque, ni muy a la defensiva.
2) Cuando el contrario pida su teléfono, no se lo de de inmediato. Haga que lo pide una vez más. Para que el que siempre mueva las fichas sea él.
3) Si la invita a salir, fija un compromiso. Déjelo para la segunda oportunidad. Mientras tanto, mueva algunas fichas a otro país, para estar preparada cuando el avance venga por el otro flanco.
4) Nunca muestre ansiedad ni desesperación. Son signos de debilidad. No le permiten pensar claro. Hacen que avance sin poner foco en el objetivo final. Entorpecen la táctica y arruinan la estrategia. Y por sobretodo, en la guerra fortalece al enemigo, lo deja tener el control y el dominio de la situación. Pero aún peor, en las batallas del amor, lo envía directo a las trincheras, donde puede protegerse y es difícil atacar.
5) No se juegue el todo por el todo. Tenga unas fichas aquí, otras allá, otras más allá, y vaya manejando las expectativas. Sólo pongas todas las fichas en China para atacar Kamchatka cuando esté absolutamente segura que ese es el país que quiere conquistar.
6) Siempre muéstrese un poco débil, otro poco desvalida, otro poco que no entiende el juego, casi como que ni sabe tirar los dados. Si avanza muy rápido, conquista muchos países, y muestra que es inteligente y capaz, es obvio que el contrario va a abandonar el juego, para buscar un contrincante más fácil (en todo sentido).
7) Si quiere que el juego dure, por lo menos el tiempo suficiente para ver s puede alcanzar el objetivo: vaya despacio, país por país, mano por mano, tiro por tiro. Piense. Siempre piense antes. No actúe impulsivamente. Aunque muchas veces pueda ganar, deje ganar al otro. No se adelante. Siempre hay un momento exacto y correcto para atacar. No pierda ese momento. No es antes, no es después. Errar en cualquiera de estos puntos, hace que el juego termine demasiado pronto, y hay que sacar una nueva tarjeta y volver a empezar.
8) Recuerde, por algo el juego se llama: Táctica y Estrategia de Guerra.

Bullshit. Todas estas reglas pueden estar en el manual que quieran. Y funcionan. Se los aseguro. Es como cuando comenzaron a aplicar “El Arte de la Guerra” en Marketing. Los principios son correctos, sólo hay que aplicarlos en un nuevo terreno.

El punto es, que en mi idealismo, en el sentimentalismo absurdo y cursi, el amor no debería manejarse como en una guerra. No debería manejarse. Sencillamente debería ser espontáneo. Simple. Que ambas partes vengan avanzando por el territorio y se encuentren en el medio de camino, en un punto justo. Sin batallas, sin tiros. Desarmados. Abiertos y dispuestos. Con una simple carta de acuerdo mutuo en el que se estableciera: vamos a respetarnos, a conocernos, a querernos, a admirarnos, a ilusionarnos, a esforzarnos, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo, para llegar a amarnos, y seguir entonces respetándonos, conociéndonos, queriéndonos, admirándonos, ilusionándonos, entregándonos, esforzándonos, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo.

No quiero jugar a este juego. Porque recuerden, el juego se llama Táctica y Estrategia de Guerra. Que es exactamente lo contrario al amor.

lunes, 6 de abril de 2009

Todos los caminos conducen a Roma... y de vuelta a Buenos Aires

Hay un momento de tu vida en el cual el más mínimo detalle te colapsa. Es un derrumbe previsible pero imprevisto. Una eclosión de sentimientos acumulados. Como la ruptura de un dique: sólo hacía falta un punto más de presión. Uno sonríe. Aquí y allá. Enjuga las lágrimas y sigue. Da otro paso, se levanta cada día, con un poquito más de esfuerzo tal vez, pero sigue. Y de pronto, una amiga te dice: me puse de novia. O te cruzás con una pareja que hace mucho no ves y ella está embarazada. O se te rompen las bujías del auto. O volviste de vacaciones del paraíso a tu vida habitual. Sí, cada una de estas cosas no tiene que ver con la otra. No hay una relación visible, ni siquiera aparente. Pero los hilos están. Y es que todo desemboca en el mismo resultado. Cada una de estos pequeños golpes, es una estocada certera, en la débil construcción de la realidad aparente. Cada una de estas situaciones sólo te hacen dar cuenta que el tiempo pasó, que cada uno siguió con su vida, y que a pesar del tiempo, los meses, lo que hayas hecho o dejado de hacer, la realidad ineludible es vos también te moviste, que te moviste pero no hacia adelante, y que seguís estando sola. Que vos no estás saliendo con nadie, que no encontraste a alguien con quien tener un hijo, que tenés que llevar el auto al mecánico y tratar de entender que es una bujía o que hace la computadora, y que en las fotos de las vacaciones, sin desmerecer, sigue estando tu querida amiga que volvió a su casa con su marido y su hijo, y no el hombre de tu vida.

Finalmente fui a Roma. Después de años de postergaciones. No en busca del amor. Pero sí con la esperanza que guardaba hace ese mismo tiempo de encontrar uno. O tal vez era la mejor excusa de tenerlo lejos y no buscar a nadie cerca. Lo cierto es que allí estuve. Y volví sin nadie. Con un sueño cumplido pero más desesperanzada que antes. Con una desazón inconsolable. Con el dique repleto de fisuras, y el agua que crecía. Un fantasma que da vueltas. La soledad que acecha. El peso de las pequeñas decisiones diarias. Y sin excusas. Con la responsabilidad de saber que ya no puedo decir: mi amor está en otro lado.

Me enamoré de Roma. Pero no en Roma. Tenía una ilusión de encontrar a alguien y sólo había ruinas. Y eso fue lo que traje. Cargaditas en el baúl del alma.

martes, 10 de febrero de 2009

El beso perfecto

Hay dos bocas que son perfectas la una para la otra. Dos labios que se unen en uno sin grietas ni fisuras. Se convierten en un beso único, mágico, sensual. Las sombras recortadas sobre el fondo de dos bocas que se acercan, levemente entreabiertas, despacio, sigilosas. Se apoyan suavemente, hasta casi imperceptiblemente, sólo se siente la tibieza de la piel. Se cruzan, un labio, otro, uno y otro. Presionan. Despacio. Se vuelven a abrir, se reencuentran. Entonces las cabezas giran un poco, muy poco, y sienten su respiración, su aliento tibio, los labios se unen, y las lenguas húmedas se rozan, juegan dentro de la oscuridad. Las manos en la nuca. Se acercan. Se retienen. Y el movimiento se repite, una y otra vez, a su tiempo, sin urgencias, disfrutando cada instante, permaneciendo. Las cabezas hacia un lado y otro, y la presión aumenta, y de a poco el beso se hace más fuerte, más seguro. Y aprieta. Y afloja. Jadea. Respira. Y juega, en las comisuras, en el centro. Un par de labios sostiene al otro. Y la lengua roza apenas los bordes. Y vuelve. Una, otra vez. Se encuentran. Se separan. Se reencuentran. Saciándose. Llenándose. En un sinfín. Como una melodía. Buscando el equilibrio entre la delicadez y el desenfreno, entre la prisa y la pausa, entre la suavidad y la fuerza. Encajan. Se funden. Se hacen uno. Son uno.

Mil besos. Millones. Sin embargo, más allá del amor, de la pasión, del sentimiento, sólo uno es perfecto. Simple y sencillamente perfecto.

Quizás aún te esté aguardando.

Quizás lo tengas a diario.

Quizás sólo pasó una vez.

Quizás más que esa vez.

Y no importa si lo tienes o si fue. Si es tuyo o si no es. Si lo recuerdas, lo ansías, lo puedes o no tener.

Si fue apasionado, sutil, corto, suave, eterno, desbocado, imprevisto, inesperado, pausado, desenfrenado, o como pueda ser.

No importa cómo, ni cuándo, ni dónde.

Porque sigue ahí. Porque simplemente existe y es.

Aún cuando ni ese beso ni esa boca te pertenezca, te corresponda, te extrañe, te añore, te piense, te desee, te quiera.

Y de aquel beso solo queden aromas, sensaciones, huellas, y el saber que sólo entre esas dos bocas, entre esos dos labios, puede suceder, que todo se conjugue alguna otra vez para que vuelva a ser, perfecto… otra vez.

jueves, 5 de febrero de 2009

Always the friend... never the bride

No se si hay un componente genético, una historia, una educación, simples costumbres, o una secreción corporal que anula las feromonas y elimina otra hormonal igual de poderosa pero desconocida, que hace que una mujer pierda su condición de fémina para convierta en el tan querido y conocido amigo de toda la vida Cacho.


Sumada a mi inhabilidad por conquistar al hombre que a mi me gusta, tengo una extraña capacidad para relacionarme de manera extremadamente amistosa con los hombres (el extremado no pasa a otros planos, simplemente denota mucha cercanía). Creo que durante mucho tiempo enarbolé esta característica como una virtud, como algo que me distinguía de las mujeres de manera positiva porque me hacía estar un poco más del lado de los hombres, conocerlos más, comprenderlos más, entrar en su mundo íntimo (que definitivamente es mucho menos fascinante que el femenino). La mejor amiga de los hombres. La versión masculina de una mujer, o el lado oculto femenino de los hombres. Sí, llegué a ser esa. La compinche, la que va a las cenas del grupo de amigos y es la única dama, la que escucha las peores ordinarieces sin inmutarse, la que escucha los desconsuelos y llantos por otras, la que comprende la queja masculina por miles de detalles femeninos con los que jamás se caracteriza, la que guarda los secretos, la que puede dar consejos porque en realidad está del otro lado. La que entiende de futbol, autos, motos. La que se aburre en las charlas de peluquería.
¿Pero que pasa cuando esto perdura en el tiempo? ¿Cuándo en realidad te descubrís en tus treintipico rodeada de amigos varones casados y con hijos, amigas mujeres casadas y con hijos, y acá… siendo aún la mejor amiga de todos?

La incapacidad por reconocerse como una mujer plena, aceptando los defectos y virtudes que trae aparejada la condición, lleva con el tiempo a convertirnos siempre en la amiga, pero nunca la novia.

En realidad ningún hombre que se precie quiere estar con una mujer que justamente no lo parezca, o mejor dicho, no refleje, aparente el estereotipo de mujer consensuado por la cultura y la sociedad desde hace años.
Porque entonces el sexo que nos determina desaparece, se desvanece tras el personaje creado, se desdibuja en las actitudes cotidianas que cuanto más nos acercan paradójicamente más nos alejan.

Es un dilema más difícil de resolver de lo que parece (o no). La realidad es que me siento más cómoda con el sexo opuesto. En todo sentido claramente. Un gusto aprehendido quizás. Muchos primos, hermanos, compañeros de jardín. No se si son justificaciones o excusas. Y lejos estoy de ser un marimacho sobre mis taco aguja y mi maquillaje diario. Pero no me reconozco en la mujer dócil, tibia, indefensa y desprotegida que necesita la protección del macho al lado.

Seguramente sólo hay que encontrar el límite difuso e impreciso. Esa tierra de nadie en la que cada uno toma la decisión de qué lado estar, y tener claro cuál es la frontera hasta la que podemos acercarnos pero que no se debe cruzar. Cuál es el límite de lo que se dice y se comparte. Cuándo estar y cuando irse. Guardar más silencios. Hacer aflorar el misterio. Mantener un poco la distancia. Y estar… pero no… y otra vez…. Pero no. Convertirse en esas mujeres lejanas e inalcanzables, incomprensibles que invitan a conocer, investigar, descifrar. Y una vez que alguien caiga en las tibias fauces de lo desconocido…. Volver a sacar las garras, y seguir siendo amiga de todos los demás.