lunes, 6 de agosto de 2007

Por qué siempre volvemos a los mismos brazos

Hay un lugar, un hueco en el pecho que nos es conocido. Donde nuestro cuerpo encaja perfecto, se amolda, encastra. Donde los latidos son una melodía que se evoca en el recuerdo. Aquellos brazos que saben abrazar, que nos cobijan y resguardan. Que dan calor como una manta vieja. Que nos esconden de nuestras propias penas y sollozos. Que ocultan nuestras debilidades. Que no preguntan, sólo intuyen. Que no juzgan, ni evalúan, ni averiguan. No traicionan.

Son los brazos de un viejo amor, un ex, un amigo incondicional. Los que siempre nos esperan en el momento de necesidad. A los que regresamos una y otra vez, incansablemente, a buscar amparo, cariño, contención, comprensión, silencios, sexo. Ellos saben como actuar en cada momento. No hay nada que explicar, ni que decir, ni que pedir. No hay nada que aprender, ni descubrir. Allí está todo dicho, todo hecho. Un recorrido que se hace a ciegas. El sendero fácil por el cual transitar. Sólo hace falta un gesto, una mirada, un roce, una sonrisa de más. Es tan simple saber donde comenzar, seguir y terminar, sólo dejarse llevar, entregarse y disfrutar.

Para sanar las fisuras del alma, calmar la angustia, tapar las penas, volvemos siempre a los mismos brazos.

Pero en ese tibio espacio donde nos sentimos tan seguras no hay amor. Hay resabios de cariño, de historias compartidas, de confianza desgastada, de esperanzas verdeagua, de sueños ya dormidos. No hay futuro. Sólo el resurgir de un pasado que se hace presente repentino, escueto, fugaz. Sirve para paliar la soledad. Para hacer menos duro el camino. Para saciar la sed. Para sentirnos irrealmente queridas y deseadas. Hasta que un día nos damos cuenta que en esos brazos sólo hay vacío. Que no nos completan más de lo que nos quitan. Eclipsan el amor que está por llegar. Ocupan el asiento que todavía esta frío a la espera de quien pronto vendrá.

Yo volví durante 8 años a los mismos. Sí, es una historia que ya les contaré cuando me anime a recordarla. Porque ni la risa, ni la confianza, ni la comodidad, ni la desnudez, ni la exposición, ni el antes, ni el durante o después fueron iguales en otro lado. Siempre estaré agradecida porque estuvieron ahí, pero a la distancia no dejaron más que sombras y un sabor agridulce. Y hoy tal vez podría habría otros, que cubran ese breve espacio en que el amor no está. Pero…

Hoy no quiero un consuelo, un paliativo al dolor, una limosna de cariño, una burbuja en el tiempo, un retazo de ilusión, buen sexo sin amor.

Hoy quiero a aquel desconocido que trae nuevos aires y promesas, un renovado aroma al despertar, una piel inexplorada, una boca a estrenar, un cuerpo que descubrir, un hueco extraño en el que aprender a acomodarse.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Por lo general el olvido es el mejor elogio y la peor venganza, y no es el olvido del abandono, del descuido, la humedad de la soledad, es algo mas simple, es el olvido porque todo sigue y la vida no es mas que una hermosa aventura

Anónimo dijo...

Y acoto algo notable y bueno, que quizás se le deslizó citar a Corega: Buen sexo sin amor........

Anónimo dijo...

Y dicen que la distancia es el olvido......

Christian von Rölla dijo...

Para evolucionar no hay que repetir....no se puede volver a los brazos que por algun motivo dejaron de contenernos....caer en esa tentacion es tan solo una debilidad, es como pretender volver el tiempo atras.....

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Muy bueno!!!!!!

Lucía dijo...

Me encanta este post. Creo que toda mujer ha tenido esos brazos, es más, puede que incluso en algún momento haya deseado que hubiera algo más que amitad, pero al final, no hay nada y esa nada te impide seguir hacia delante.

Lucia